Después de una enfermedad que lo disminuyó los últimos años, hoy se apagó en Buenos Aires la vida del diácono Alberto Juan Hagg. Sus restos son velados en la Parroquia San Carlos y recibirán cristiana sepultura mañana a las 11 horas en el cementerio local.
Para tener una mayor referencia de quien fue uno de los primeros diáconos que tuvo la ciudad, LA MAÑANA les pidió a los diáconos Alejandro García y Juan Alvarez que se refirieran a quien fue en los últimos años un compañero en la ruta de la fe.
Alejandro García: “Era uno de esos rusos del Volga, de la zona de Coronel Suárez, de una familia profundamente católica, muy devota de la Virgen, ahí mamó su fe, su mamá lo acompañó, lo formó en un profundo amor a la Virgen y a la Iglesia, y finalmente se consagró como diácono”. García agregó que “el Ruso ha sido como un padre para mí, un tipo sereno, siempre cercano, jamás motivo de división, siempre uniendo, acercando, nunca de meterse, sólo se acercaba a mí cuando me veía mal, para acompañarme, para ayudarme, un hombre de bien”. Sobre el recuerdo que le queda de Alberto, Alejandro manifestó: “El Ruso tuvo una vida muy dura, trabajó mucho, fue camionero, entregó materiales, su vida fue de laburo y en un ambiente difícil. Por otro lado él sabía que yo soy bastante áspero en mi forma de ser, particularmente a la mañana. Estando juntos en una misión, el primer día que nos levantamos, para que yo tuviera un día, cuando me despertó tenía un tecito en la mesa de luz, ese tipo era el Ruso. Una monja le preguntó si el té era para algún enfermo y él le respondió: ´no, es para un loco que tengo encerrado arriba´”. Para terminar, el diácono Alejandro dijo convencido que “Alberto se fue cuando todavía tenía mucho para dar, en 2014 fue con la escuela a la misión a La Rioja y tendrían que haberlo visto, el servicio que le hizo a la gente, la cercanía, la cantidad de bendiciones que hicimos ese año, visitó a tantísima gente que hoy llora por él en La Rioja, que se enteraron y nos mandan saludos”.
El diácono Juan Alvarez también recordó a Alberto: “Me queda su ejemplo, su fe empecinada, su pasión, su devoción por la Virgen y por el Sagrado Corazón, y siempre su cercanía y su consejo, un tipo bárbaro”. Juan recordó que “el Ruso era muy cercano a la gente, a los que sufren, trabajó muchos años con la pastoral de la salud y en muchos emprendimientos, en la construcción de la Capilla de Pompeya, en los Scouts, en muchos lugares”. Alvarez contó que “el Ruso siempre rezaba la oración Alma de Cristo, que nosotros rezamos al final de la misa, y muchos la aprendimos a rezar por él. Me tuve que hacer cargo de Pirovano porque él se enfermó, porque era él quien estaba destinado ahí. Y al final de cada misa en Pirovano hacemos esa oración para recordarlo”.
Juan compartió varios momentos con Alberto: “Un par de veces fuimos juntos a los encuentros y retiros de diáconos, cuando yo estaba en la escuela de diáconos el Ruso fue a dar su testimonio, fuimos juntos a Azul, charlando, rezando, era muy rezador del Rosario, y su fe por la Virgen, que decía que la había heredado de su mamá. Su salud le falló antes de tomar Pirovano. Fue un compañero de camino y un testimonio y un ejemplo para muchos de los diáconos de la Diócesis”.
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