Los esfuerzos del Papa para frenar la invasión rusa a Ucrania desde que empezó la guerra

Los esfuerzos del Papa para frenar la invasión rusa a Ucrania desde que empezó la guerra

Francisco realiza intensas gestiones personales y a través de la diplomacia vaticana que sus críticos no le reconocen. Está dispuesto a ir a Moscú a pedirle a Putin que detenga los ataques, pero por ahora no consiguió la cita.

Sergio Rubín

“Estoy dispuesto a hacer todo lo que haya que hacer”, dijo el Papa Francisco en varias ocasiones desde que hace 77 días se inició la fatídica invasión rusa a Ucrania, en respuesta a quienes lo critican porque consideran que no está actuando con la suficiente decisión y energía para contribuir al fin de la guerra y, en cambio, evidencia cierta condescendencia con el presidente ruso, Vladimir Putin. ¿Es realmente así? ¿No está haciendo todo lo posible? Y si realmente está haciendo todo lo posible como dice, ¿por qué no va a Ucrania, donde anhelan su presencia? ¿Siente, en verdad, simpatía por el autócrata ruso? Su actitud de no mencionarlo, ¿no es acaso una demostración de esa supuesta sintonía? ¿Por qué tardó tanto en utilizar la palabra “invasión”?

En las cercanías de Francisco dicen que su preocupación por una posible invasión de Rusia a Ucrania comenzó a fines del año pasado cuando recibió la visita de un prestigioso presidente que fue a despedirse porque dejaba el cargo y le avisó que Putin estaba decidido a atacar. Si bien desde el inicio de su pontificado viene hablando de la existencia de una “Tercera Guerra Mundial en pedazos” no esperaba un conflicto en la mismísima Europa como lo admitiría tras su estallido. Pero ante un cúmulo de indicios que presagiaban lo peor, el día anterior a la invasión, que se produjo el 24 de febrero, convocó a una Jornada de Ayuno y Oración por la paz para el 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, en que los cristianos comienzan el tiempo de Cuaresma.

Al día siguiente del inicio de los ataques Francisco fue a ver al embajador ruso ante la Santa Sede, Alexander Avdeev, para expresarle su consternación, un gesto inusual porque cuando los pontífices quieren hablar con un diplomático lo convocan. Ese mismo día lo llamó al presidente de Ucrania, Volodomir Zelenski, para solidarizarse con el pueblo ucraniano. El 6 de marzo, dispuso enviar a Ucrania a dos cardenales para manifestar su solidaridad con los ucranianos y brindar asistencia material: el limosnero apostólico, Konrad Krajewski -que haría varios viajes- y el prefecto del ministro para el Desarrollo Humano, Michael Czerny. Ademas, ese día empezó a clamar por la apertura de corredores humanitariosy el acceso de provisones.  

Paralelamente, la diplomacia vaticana había comenzado discretas gestiones ante los gobiernos de Rusia y Ucrania para promover una negociación. A lo que se sumó una relevante videoconferencia del Papa con el patriarca ortodoxo ruso, Kirill. Porque, como señaló Francisco, al fin y al cabo, las dos naciones en guerra son cristianas. Además, Kirill tiene una gran sintonía con Putin y, de hecho, justifica la invasión a la que considera una operación militar defensiva. La relación entre el Vaticano y la ortodoxia rusa nunca fue fácil, pero Francisco logró en 2016 un histórico deshielo al reunirse con Kirill en La Habana, en el primer encuentro de las cabezas de ambas iglesia desde el Gran Cisma de Oriente en 1054.

Con el paso de los días, Occidente iba sumando sanciones económicas a Rusia y disponiendo el envío de armas a Ucrania. Esto llevó a Francisco -temeroso de una prolongación en el tiempo y una extensión geográfica de la guerra- a advertir el 25 de marzo: “¡Es una locura. La verdadera respuesta no son las armas, más sanciones, o más alianzas político-militares, sino un enfoque diferente, una forma diferente de gobernar el mundo ahora globalizado y no ‘enseñando los dientes’ como ahora”. Ya a fines de febrero había hablado de la “lógica diabólica de las armas” -favorecida por el comercio de armamentos, que desde que inició su papado no se cansa de condenar- y pedido que “se acallen”.

Pero acaso el pronunciamiento más fuerte de Francisco fue a comienzos de abril, durante su visita a Malta. Allí no solo consideró “sacrílega” a la invasión rusa, sino que realizó una alusión a Putin al hablar de “algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, que provoca y fomenta conflictos”. En el vuelo de regreso a Roma admitió ante los periodistas lo que todos ellos suponían: las gestiones diplomáticas del Vaticano para detener la guerra encabezadas por el secretario de Estado, cardenal Pietro Parolín. “No se puede publicar todo lo que se hace, por prudencia, por confidencialidad, pero estamos al límite de nuestro trabajo”, dijo.

Las palabras de Francisco siempre estuvieron acompañadas por gestos. El 6 de marzo había visitado a 19 niños ucranianos, víctimas de la guerra y de enfermedades graves, internados en el hospital “Bambino Gesú”, del Vaticano. Durante la audiencia general del 6 de abril produjo una fuerte señal al besar una bandera ucraniana que le trajeron de Bucha, la localidad masacrada por las fuerzas rusas. Y el 15 de abril, con ocasión del Via Crucis de Viernes Santo, una mujer ucraniana y otra rusa llevaron la cruz en la anteúltima estación, un hecho criticado en Ucrania -muchos decían que primero debían cesar los ataques-, pero que terminó siendo muy conmovedor.

Una de las cuestiones más controversiales es un eventual viaje del Papa a Ucrania. El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, lo invitó el 15 de marzo. Y siete días después el presidente Zelenski. En una entrevista concedida al periodista Joaquín Morales Solá para el diario La Nación, que fue publicada el 22 de abril, Francisco se preguntó “de qué serviría que fuera a Kiev si la guerra continuaría al día siguiente”. Además, advirtió que el viaje podría ser contraproducente si llegara a irritar a Rusia: “No puedo hacer nada que ponga en riesgo objetivos superiores que son el fin de la guerra, una tregua o, al menos, un corredor humanitario”, explicó.

En cuanto a no mencionar a Putin, Francisco aclaró: “Un Papa nunca nombra a un jefe de Estado, ni mucho menos a un país”. De hecho, Juan Pablo II -que se opuso tenazmente al ataque de los Estados Unidos a Irak en 1991- jamás mencionó al presidente George Bush, ni tampoco al dictador iraquí Sadam Husein. Por otra parte, en el libro “Contra la guerra: la valentía de construir la paz”, que recopila su pensamiento sobre el conflicto y que se presentó el 29 de abril en Roma, el pontífice dice que Ucrania “fue invadida”, una descripción rechazada por Moscú y demorada por el Papa para dar espacio a los esfuerzos dialoguistas del Vaticano.

Finalmente, el 3 de mayo Francisco sorprendió al decir que, antes de ir a Ucrania, su prioridad es viajar a Moscú. En declaraciones al diario italiano Corriere della Sera, reveló que “a los 20 días de iniciada la guerra le pedí (al cardenal Parolin) que le haga llegar a Putin el mensaje de que estoy dispuesto a ir a verlo para procurar una salida al conflicto”. Tras señalar que “es necesario que el líder ruso conceda alguna ventana”, lamentó que “hasta ahora no tuvimos respuesta y estamos insistiendo; Putin no puede o no quiere hacer un encuentro en este momento”. Y completó: “Soy sacerdote, hago lo que puedo. Si Putin abriera la puerta…”

Al defender la posición dialoguista de Francisco, el intelectual italiano Massimo Borghesi -autor de un enjundioso libro sobre el pensamiento de Jorge Bergoglio- se preguntó recientemente si “Occidente quiere que Ucrania llegue a la paz o está explotando el cuerpo torturado del país para debilitar a Putin. Si Occidente quiere buscar la paz para Ucrania tendrá que mantener un canal abierto con Rusia y considerar hasta dónde debe llegar la resistencia militar al invasor”. Al respecto, Francisco preguntó días pasados si “se está buscando realmente la paz”, que es su gran objetivo, su desafío más difícil.

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