Entornos sustentables: el arte de reciclar desechos plásticos para elaborar fratachos

Entornos sustentables: el arte de reciclar desechos plásticos para elaborar fratachos

Carlos Segovia fabrica esa herramienta para la construcción con la ayuda de su hijo Alejandro y su compañera Isabel. Una historia de superación y amor propio.

Por Matías Petisce

Desde hace diez años, Carlos Segovia lleva adelante un proyecto en el patio de su casa. En el extremo sur de Rosario, bien al límite con el arroyo Saladillo y a escasos metros del inicio de la ruta provincial 18, elabora fratachos para la construcción a partir del reciclado de desechos plásticos de alto impacto. Aquellas carcasas de viejos televisores, radios, computadoras y restos de heladeras y freezers (la denominada línea blanca) van a parar al patio de su casa y luego ingresan en su espacio de trabajo: una suerte de galpón improvisado al aire libre, debajo de un frondoso árbol. Lo hace con la ayuda de su hijo Alejandro y el acompañamiento infranqueable de su compañera Isabel.

La Capital llega para conocer su proyecto y es recibido por Isabel y Alejandro mientras Carlos no le pierde el ritmo a la máquina que fabrica la matriz de lo que se convertirá en el viejo y querido fratacho, ese que sirve para hacer el revoque fino de paredes, entre otras utilidades en el rubro de la construcción. Un verdadero trabajo a pulmón que pudo sobrevivir pese a las complicaciones que implicó la pandemia de coronavirus. De hecho, tanto él como su familia contrajeron el virus: él incluso estuvo internado con bigotera de oxígeno en el Hospital Provincial pero pudo salir adelante.

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Antes de trabajar por su cuenta, Carlos fue empleado de una empresa y luego reciclador de plástico para otros emprendedores. De a poco, comenzó a armar sus propias herramientas de trabajo: una vieja matriz, un molino que elaboró con sus propias manos con restos de chatarra y una vieja heladera, que hace las veces de secadora mediante la conexión de una barra calefactora.

“No nos quejamos, estamos contentos de que podamos tener esto. Me levanto y tengo el trabajo ahí, a unos pasos, pese a que no nos sobra nada”, comenta Carlos, mientras su hijo coloca los recortes de plástico que expele un molino en una bolsa de arpillera listo para verter en la inyectora.

“Antes éramos recicladores y abastecíamos a otros productores, pero el primer paso es el reciclado. Si no sabés, el material se contamina y no sirve más. Por eso hay que saber reciclar y trabajar a mano. Eso se aprende de uno al otro, no hay una escuela que te enseñe este oficio”, explica Carlos.

También asegura que para poder crear un producto competitivo y superador al que venían fabricando tuvieron que dejar de lado refacciones en su casa y hasta vender un auto. “Dejamos de comprar cosas para nuestra casa y hasta vendimos el auto para poder invertir en una nueva máquina, que saca el producto entero; antes teníamos un molde para la base, otro para la manija y después teníamos que tener otro más para ensamblar antes de pegar la goma espuma”, comenta con humildad y parsimonia.

Un camino recorrido y otro por recorrer

“Aún nos falta mucho recorrido por delante a pesar de que estamos hace diez años. Como no trabajamos a gran escala, las ventas tampoco son grandes, pero estamos acá, casi al límite de Villa Gobernador Gálvez, bien en la periferia; lo único que no compramos es el trabajo porque lo hacemos nosotros. Este es un movimiento a través de trabajo y capital productivo. Con el capital estamos medio escasos, pero el conocimiento y las ganas las tenemos”, valora, mientras Alejandro coloca pegamento en los moldes para adherirlos a la goma espuma.

Explica que a veces se torna complejo trabajar porque no se genera un ingreso regular. “Es muy dificultoso trabajar en esta situación porque no tenemos algo fijo todos los meses, un día tenés algo y al otro día no tenés nada”, dice.

Otra de las cuestiones que complican su tarea es la falta de material de alto impacto, proveniente del resto de televisores, computadoras y desechos de la denominada industria de línea blanca, ya que al estar registrados como microemprendimiento no pueden acceder a las grandes empresas y también se les dificulta recibir los desechos que van a parar a los centros de recepción de residuos reciclables del municipio.

“No tenemos acceso a empresas porque no trabajamos a granel. Estamos inscriptos como microemprendedores en la Secretaría de Economía Social del municipio, que se ocupa del tema. Pero como nosotros ya tenemos un desarrollo del producto, lo que necesitamos es una mano para recolectar el material que necesitamos”, dice.

También comenta que uno de los factores que mermó su acopio de materiales es la ordenanza que prohibió la recolección a tracción a sangre por el reiterado maltrato animal. “Tenemos algunos inconvenientes porque a partir de la ordenanza que prohíbe la tracción a sangre los recolectores no pueden cargar tanta cantidad en el carrito y se vuelcan al cartón, que es lo que más le conviene en este momento”, explica.

También asegura conocer la cruda realidad que atraviesan otros recolectores y recicladores de la ciudad, quienes deben afrontar diferentes contratiempos en medio de la crisis económica. “Vemos la realidad de otros recicladores, algunos están en mejores condiciones y otros, en cambio, tienen que salir con el carrito a juntar para llevar el pan a la casa. A veces se les pincha la moto y tienen que volver con el carrito a la rastra”, lamenta.

Reciclaje y compromiso social

Mientras embolsa en docenas los fratachos ya terminados, Carlos sostiene que el Estado debería fomentar más el reciclado e incluso serviría para enseñarles un oficio a muchos pibes en conflicto con las drogas y el delito. “El gobierno les pone el dinero a las grandes empresas para que levante la basura y la entierre, pero no les da mayor impulso al reciclaje, que tiene capacidad de generar mano de obra genuina y sacaría a muchos pibes de la calle y la droga”, sostiene. Evalúa que “mucha gente podría vivir mucho mejor y producir un montón de productos como baldes de albañilería, mangueras para agua, ruedas de carretillas, todos elementos que abastecen a la construcción”.

En ese sentido, aprovecha para recordar que, en una oportunidad, tuvieron la posibilidad de acceder a un acopio del municipio. “Una sola vez pudimos conseguir 200 kilos de material porque no sabían qué hacer con eso. Les enseñamos, en un proceso rápido, aprendieron y se lo vendieron a grandes empresas”, cuestiona.

“Tenemos acceso y tampoco nos negamos a comprar el material, pero para eso hay que saber reciclarlo porque muchas veces no saben cómo separar los materiales para que puedan ser utilizados de manera correcta”, sostiene.

Del tacho al fratacho

Carlos comenta que en el taller se reciben las piezas, se terminan de limpiar y despejar tornillos o restos de metal, luego se cortan y se muelen en un molino, se les da un presecado en unas secadoras caseras y luego pasa a la inyectora, que es la que tiene la matriz para elaborar la pieza completa.

“Allí se hace el proceso de moldeo de la pieza, inyección, carga y apertura de la máquina, donde sale la pieza plástica terminada y después se pasa al proceso de pegado de la goma espuma para terminar de embolsar el producto”, detalla.

También explica que a la hora de verter a la inyectora los restos de plástico siempre predomina el color más fuerte, que es el negro. “El material ingresa a la máquina y se va plastificando, tratamos de tener negro para teñirlos o vienen pigmentos para darles color. El material tiene que estar libre de metales porque quedan impurezas y salen piezas falladas y se recalienta el horno”, apunta.

“Para hacer ese molde tuvimos que sacrificar un auto casi nuevo para pagar la matriz. También permutamos elementos por máquinas viejas y a partir de allí nos fuimos armando hasta poder ofrecer tres modelos diferentes de fratachos”, destaca.

“Hay productos de estación, pero este se vende todo el año porque la construcción es una industria que no se detiene. Con la pandemia pudimos seguir adelante también, muy poco pero quedamos en un 50 por ciento por la cantidad de empresas que no pudieron trabajar. Clientes tenemos y también tenemos nuevos”, concluye. Desde el extremo sur, Carlos y su familia se hacen camino al andar, no bajan los brazos y siguen adelante pese a todos los escollos que aparecen en el camino.

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