Donde topa lo pandito: el gatopardismo, única política de Estado mendocina

Donde topa lo pandito: el gatopardismo, única política de Estado mendocina

El Gobernador enfrenta a la oposición desde adentro y desde afuera. ¿Quién tiene razón? ¿Se debate lo sustancial o es una peleita superficial?

 

Se hallan muy por encima de nosotros, pero también se nos ofrecen en su más rotunda carestía, tan faltos de conceptos como de generosidad. Ni buenos ni malos, habría que reconocer. Ni el llanero solitario es el héroe, por más que apechugue con el peor papel, ni los otros son tremendamente malvados. Ocurre que se les ha pasado a todos el tiempo de las cerezas, junto con el arroz. Llueven palabras huecas, sus señorías nos llueven a palabras que mojan pero no empapan, que ni calman ni siembran". Maruja Torres. "Así hablan los legisladores: lo común y lo incomprensible".

 

¿Solo con los llamados "consensos políticos" pueden empujarse y conseguirse cambios profundos en una sociedad acostumbrada a hacer lo que hace (y nada más, y nada nuevo), con instituciones abúlicas que funcionan por inercia y dirigentes cómodos en el rol que les viene tocando desde siempre? Si la respuesta a esta pregunta aplicada a Mendoza es "sí", no hay más nada que decir ni de qué hablar: será cuestión de sentarse en los próximos diez días alrededor de una mesa de decisiones, por ejemplo, y echar a andar motores sociales, económicos y hasta culturales empastados o secos y listo. Seremos la Mendoza que todos decimos que soñamos.

Por el contrario, cuando este triste panorama es uno de los diagnósticos posibles sobre el lugar en donde vivimos, resulta que es un poder político enérgico y contundente, surgido de las urnas, lo único capaz de impulsar el movimiento de lo que está quieto.

Sería ingenuo no admitir que resulta riesgoso, conmovedor y audaz otorgarle la chance a quien gobierna de hacer y avanzar. Pero probablemente sea la única oportunidad que los pueblos tienen para dar un salto hacia el presente -ni siquiera hacia el futuro- ya que la pulsión conservadora estanca y atrasa, por lo que todo ese gran poder del que hablamos en manos, por ejemplo, del Gobernador moviendo piezas que están atascadas en el tiempo por tanto herrumbre, serviría acaso para una actualización a los tiempos que corren y quizás un poco más.

¿Renuncia el resto de la política y la dirigencia de diversa especie a los controles que les toca ejercer? ¿O prefieren no tener que hacerlo y por eso prefieren levantar muros en lugar de habilitar caminos diferentes?

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La única política de Estado que ha sobrevivido en Mendoza a través de épocas y protagonistas, regímenes ilegítimos y democráticos, es la del gatopardismo: cambiar una cosa un poco para que, en definitiva, nada cambie y se dé la falsa sensación de progreso suficientemente tranquilizadora. Y resulta curioso que partidos que le pusieron nombres y apellidos a todas las dictaduras ahora pretendan asumir el fiel de una balanza que otorga peso específico a las institucionalidades.

Los que detentan el poder fáctico están cómodos en donde están. ¿Cambiarían por sí solos? ¿Se otorgarían mayores responsabilidades y tareas si no se los empujara a ello? Se trate de las cuestiones inherentes a los millonarios o a los empobrecidos, sus dirigentes preferirían -así ha sucedido una y otra vez, como si viviésemos atrapados en un bucle de tiempo histórico- que nada cambie porque si no, probablemente alguien los cambiaría a ellos. Los mismos pidiendo lo mismo a los mismos que se niegan a darles lo mismo que piden desde siempre... y así sucesivamente.

Unos, contentos por no cambiar. Otros, contentos porque ese hecho los refuerza en el cargo de reclamantes, por siempre. Si los reclamos fueran saciados alguna vez en función de que enfoquen bien su "batalla", ¿acaso no quedaría vacío el rol de reclamantes? Entonces, "mejor seguir así, como estamos, aunque estemos mal". Inclusive, se acepta colectivamente el relato de "lucha permanente" sin siquiera plantearse que un día, como producto de esas presuntas contiendas de tono casi épico, podrían ganar y dejar de luchar, jubilando a los mañosos comandantes de esas guerras acordadas, idénticas unas con otras.

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