¿El doble comando llega a su fin?

¿El doble comando llega a su fin?

Desde hace más de cincuenta días Alberto Fernández y Cristina Fernández no hablan. Se comunican a través de declaraciones públicas y, en el caso de la vicepresidenta, de acciones sorpresivas que dejan al presidente tecleando. 

Hasta ahora, la estrategia presidencial ha sido convalidar las decisiones de Cristina. Pero, en el entorno de Alberto, aseguran que “la tiene montada en…”. ¿Se animará el presidente a abandonar la resignación para concentrar, finalmente, el poder institucional? 

Dejan trascender los más próximos que el presidente ya no tolera más la intromisión constante de una Cristina dispuesta a ridiculizarlo a cada paso, para demostrar quién tiene el poder real en la Argentina. Sobre la reforma judicial Cristina opinó que no era “la verdadera reforma”. Cuando el gobierno negociaba con el FMI, lanzó la carta firmada por los senadores del Frente de Todos invalidando las conversaciones. Cuando Martín Guzmán había impulsado la reforma para las jubilaciones, Cristina decidió que el porcentaje de diciembre no sería un adelanto sino que entraría en la base del cálculo para los aumentos del año próximo, y que además éstos serían trimestrales y no semestrales. Con la media sanción del Senado sobre el cambio en el procedimiento para la designación del procurador prácticamente dejó afuera al candidato de Alberto, el juez Rafecas, sin que exista garantía alguna de que en Diputados alguien pretenda completar el trámite de aprobación de la reforma. 

La noticia de que la Justicia dejó firme la condena de Amado Boudou fue la guinda del postre. Entre los puntos de acuerdo preelectoral entre Cristina y Alberto figuraba una firme acción frente a la Justicia del lawfare, que pretendió encarcelar a la mayoría de los funcionarios y referentes de la década kirchnerista. Pero Alberto Fernández no se animó. A mitad de la semana pasada Casación dejó en pie los testimonios de la causa Cuadernos, desprovistos de toda legitimidad al haber sido arrancados mediante presiones y chantajes, y sin el resguardo en video o grabación que dispone la ley. Inmediatamente después se comunicó que Amado Boudou podría retornar a la calle. El próximo objetivo de la Justicia macrista que ejerce su imperio aún en la Argentina es la propia Cristina. Nadie puede mirar para otro lado. Cuando se habla de Amado Boudou, la conexión directamente conduce a la vicepresidenta.

La ministra Losardo –una de las “funcionarias que no funcionan”, a juicio de Cristina-, no mueve un dedo para cumplir los acuerdos preelectorales. Pocos creen que su inmovilidad sea una decisión propia. Más aún, los más agudos insisten en que la manera que encontró el presidente para sacarse de encima a su incómoda vicepresidenta consiste en dejar todo en manos de la Justicia. No por casualidad “Lilita” Carrió y otros varios dirigentes de Juntos por el Cambio salieron a respaldar a Alberto en temas judiciales. 

Termina el año y parece quedar en claro que el doble comando debería tener corta vida. Al presidente le impide gobernar, a punto tal que la misión del FMI se tuvo que volver sin cerrar ningún acuerdo, frente a la carta de los Senadores. La modificación en la reforma jubilatoria es otra piedra en el camino presidencial, ya que el organismo internacional no sabe con quién debe negociar: si con el presidente y sus ministros afines, o con la vicepresidenta.

En el entorno de Alberto saben que la mecha está desgastada. O se produce un giro radical en la relación con Cristina, o el presidente terminará sometido a la vice, o quizá su gobierno se vuelva inviable. Alberto Fernández trata de suavizar la confrontación en los medios, e indica a los ministros que le obedecen que salgan a elogiar las correcciones de la vice. Pero esto ya le está generando problemas internos. “Antes nos criticaban porque no salíamos a hablar, y ahora debemos salir para pasar vergüenza sosteniendo argumentos inadmisibles”, estalló uno de los más próximos al presidente.

Desde el mismo momento en que Cristina Fernández lo convirtió en candidato, Alberto supo que no la tendría fácil. Pero nunca imaginó que las presiones llegaran a tanto. Claro está, él mismo de algún modo se puso en camisa de once varas cuando aceptó avanzar sobre el poder más cuestionado de la república, para luego omitir el cumplimiento de ese acuerdo.

Se inicia un año electoral. Nadie duda de que, con o sin PASO, Cristina querrá definir con su dedo la composición de las listas del Frente de Todos, incluso a nivel municipal, para favorecer a los candidatos de La Cámpora. Queda en claro que su objetivo final consiste en ungir a su hijo Máximo como candidato presidencial en 2023, y reemplazar a los actuales intendentes y administraciones municipales peronistas de la provincia de Buenos Aires por “los pibes para la liberación”.

¿Aceptarán los intendentes bonaerenses este avance sobre sus territorios? ¿Intentará Alberto continuar poniendo paños fríos a una relación tóxica que le impide gobernar? Y, en caso de que opte por la ruptura, ¿podrá garantizar la gobernabilidad con un cristinismo decididamente pasado a la oposición?

Todos parecen jugar para la llegada de Horacio Rodríguez Larreta en 2023. Máximo y Cristina ya lo eligieron como adversario. Lo mismo que hizo Néstor Kirchner en 2008 con Mauricio Macri. Macri llegó a la presidencia como resultado de esta estrategia. Todos los argentinos continuamos pagando las consecuencias. 

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