Se puede y se debe. Está convencido un obispo mexicano que vive en una región violenta. “…pero sin hacer tratos”
por Alver Metalli
¿Dialogar con los narcos? Se puede. Y se debe. Está convencido un obispo que ante la impotencia, y en ciertos casos la complicidad del Estado en la lucha contra la criminalidad de los carteles de la droga, considera que el diálgo es el único camino para reducir todo lo posible los asesinatos, secuestros y extorsiones.
El eterno dilema de las democracias representativas sobre si es lícito hacer tratos con el diablo, monseñor Salvador Rangel Mendoza, obispo de la convulsionada diócesis de Chilpancingo, en el Estado de Guerrero, lo resuelve así: “La Iglesia siempre ha promovido el diálogo, porque sin diálogo no puede haber paz. Por eso es necesario dialogar con la gente que se dedica al narcotráfico, pero sin hacer ninguna concesión. ¡Dialogar, no pactar!”. La última afirmación es tremendamente enfática, y hay buenas razones para temer que se lo malinterprete: “Eso que quede claro; con ellos no se debe pactar, pero sí llegar a ciertos arreglos”.
Entrevistado por el periodista Rodrigo Vera del principal semanario mexicano, Proceso, sobre los objetivos del diálogo, el obispo no vacila: “Sobre todo evitar tantos asesinatos, secuestros, extorsiones y demás atropellos, (…) para detener este terible baño de sangre, sobre todo de gente inocente”.
Mendoza es un franciscano que antes de estar en México ha visto muchas situaciones difíciles. Durante siete años vivió en Israel ejerciendo su ministerio pastoral “entre muertos, bombardeos, explosiones de minas personales, ataques aéreos y todas las demás atrocidades que una guerra implica”. Con el curriculum adquirido en el campo, hace siete meses el Papa Francisco lo envió a México como titular de una diócesis que no tiene nada que envidiarle a las de algunas regiones de Medio Oriente. El Estado de Guerrero es una de las regiones más violentas de México, con un índice de homicidios por encima del promedio nacional. Allí desaparecieron, y fueron asesinados, los 43 estudiantes en septiembre de 2014, allí encontraron decenas de fosas comunes de desaparecidos ajusticiados por los verdugos del narcotráfico. Algunas zonas están literalmente controladas por esos narcos que el obispo pro-diálogo quiere volver al redil, y él lo sabe: “Esos territorios son gobernados por los narcos”, declara. “Y me deja admirado que ahí no hay asesinatos, secuestros, levantones ni extorsiones. Incluso a los jóvenes no se les permite drogarse, aunque ellos tampoco pueden hacerlo con el opio que sacan de la amapola que cultivan, pues necesita primero procesarse. Un párroco me comentaba que incluso cuando hay algún borrachito tirado en la calle, ellos mismos lo recogen y se lo llevan a algún centro de rehabilitación”. Rangel Mendoza no se sorprende de que la gente del lugar se ponga de parte de ellos. “En la sierra, allá por Tlacotepec y por Yextla, la gente me dice: ‘Nosotros apoyamos a los narcos porque ellos nos cuidan. Hasta podemos caminar muy seguros por las noches’”. Hasta que llega la violencia de otros narcos que disputan a los primeros el control del tráfico, y los muertos se cuentan por decenas en las calles.
Franciscano, como los primeros misioneros que desembarcaron en 1523 en las costas de México siguiendo a Motolinia y sus compañeros, monseñor Salvador Rangel Mendoza reivindica “la promoción de la paz” como el carácter peculiar de su orden religosa. “Su fundador, San Francisco de Asís, decía: ‘Señor, donde haya odio ponga yo amor’. Y es lo que ahora estoy intentando hacer en la diócesis”.
No usa palabras a medias con las fuerzas del orden: “El Ejército y la policía estatal sólo están para decorar las carreteras. Se ponen, por ejemplo, para que se sientan seguros los turistas, en la Autopista del Sol que va rumbo a Acapulco, o bien yendo a Chilapa o en otras carreteras principales. Pero no hacen una labor más profunda, más de tierra, yendo a los lugares intrincados”. En sus visitas pastorales monseñor Salvador Rangel Mendoza ha convivido con campesinos que cultivan amapola. “Viven en la marginación y en condiciones muy precarias. Parecen animalitos encerrados, no pueden salir. Muchos trabajan recogiendo la goma de opio, que al contacto con el aire se hace negra y les mancha las manos, haciéndoles que se les caigan las uñas. Trabajan en la amapola porque no tienen otra opción. Es su único medio de supervivencia”.
Monseñor Salvador Rangel Mendoza asegura que no ha mantenido comunicaciones formales con los narcotraficantes: “No, todavía no. Directamente no”. Y considera importante aclarar que todos los obispos del Estado de Guerrero tienen una postura conjunta “a favor del diálogo que, sobre todo, hemos estado expresando a través de nuestros comunicados de prensa”.
El semanario Proceso considera que el episcopado mexicano ha elegido el modelo de acción de sus hermanos de Colombia y estaría siguiendo el mismo esquema, que se puede resumir en tres pasos: la apertura de “centros de escucha” que ofrecerían asistencia espiritual, psicológica y jurídica a las víctimas de la violencia, con equipos de sacerdotes, psicólogos, abogados y laicos; la apertura de “escuelas del perdón”, con el propósito de reunir a las víctimas con sus verdugos; y el comienzo de un diálogo con los cárteles de la droga para pacificar los territorios más convulsionados por la violencia.
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