El cura villero, la religiosa y el laico, entre los héroes que luchan contra el coronavirus

El cura villero, la religiosa y el laico, entre los héroes que luchan contra el coronavirus

Clarín seleccionó a cien argentinos que con un gran sentido de la solidaridad hacen su aporte para la prevención y el cuidado sanitarios, y colaboran con los más necesitados. Por qué eligieron al sacerdote Juan Isasmedi, a la hermana Elba y a Marco Gallo.

Tres católicos fueron seleccionados por Clarín entre cien argentinos que con un gran sentido de la solidaridad hacen su aporte para la prevención y el cuidado sanitarios, y colaboran con los más necesitados. Por qué eligieron al sacerdote Juan Isasmedi, la hermana Elba y a Marco Gallo.

Padre Juan Isasmendi

Villa 1-11-14 Barrio porteño de Flores

Por chat le preguntás al padre Juan Isasmendi si en estos días está “en cuarentena o laburando” y él te lanza “acá, trabajando a muerte siempre”. Lo dice a pesar del coronavirus y de todo, desde la parroquia que encabeza hace tres años, la iglesia “Madre del Pueblo”, en el barrio Ricciardelli, ex villa 1-11-14 , bajo Flores.

El “a muerte” se entiende: cada día coordina -y hasta en un punto concreta- la entrega de casi 4.000 raciones de comida para las familias de la zona. “También armamos equipos de voluntarios para atender ancianos y ancianas que precisen de nosotros. Tenemos un centro de jubilados, el ‘Papa Francisco’, pero tuvo que dejar de funcionar, por razones obvias. Los voluntarios, de todos modos, los acompañan en el aislamiento para que no les falten medicamentos y comida”, contó.

Juan Isasmendi es joven (39) y sin dudas optimista: “La cuarentena se vive como en todos los lugares de la ciudad. La gente empezó bien y la respeta”. Pero la situación de pobreza en su entorno impone realismo a sus palabras: “Lo que pasa es que hay dificultades. Las casas son chicas y si tenés cuatro o cinco chicos… bueno, por ahora la gente fue muy obediente”.

Explicó que fueron trabajando la idea de una cuarentena comunitaria: “Es que hay chicos que si no, no tendrían dónde vivir y ahora están viviendo con nosotros en el hogar. O sea, estaban en la calle y desde los centros barriales de día los acompañamos armando espacios de aislamiento también para ellos”.

¿Hay lugar para la angustia en la vida de un líder espiritual de una comunidad tan grande? ¿Puede temerle al coronavirus? ¿Y a la muerte? “Misteriosamente tengo las incertidumbres y angustias de todos. Y tengo momentos en que me siento mejor y otros en los que estoy peor, pero entiendo que vivir para otros en estos momentos le da mucho sentido a lo que nos pasa. La experiencia de vivir para otros me enamora. Vivimos con Jesús y lo seguimos: vivió para los demás y murió por los demás. Como sacerdotes estamos llamados a estar entre la gente y a responder más que nunca a las necesidades”.

Pero las desigualdades brotan otra vez: “Es que, al margen de las gestiones de ayuda que están movilizando las autoridades, en un contexto como este todo está más patente: la exclusión social es clarísima porque no todos pueden tener reservas si no trabajan. ¿Cómo hacés si vivís al día? ¿Cómo hacés para comer? Si hay una denuncia a la que nos lleva este virus es la de la desigualdad”.

Pero hay más: “A la vez, al que tiene más, el que tiene más posibilidades también se pregunta, ‘¿para qué tengo todo esto?’”. En otras palabras, analiza el párroco, “la pandemia de coronavirus ha puesto al mundo al revés. Y nos ha generado la pregunta más esencial: quién quiero ser y cómo quiero vivir”.

Hermana Elba

Las Varillas, Córdoba

Como dos compañeras de la congregación Hermanas Dominicas de San José, la hermana María Elba sintió que tenía que colaborar ante las necesidades que plantea la pandemia. ¿Pero qué hacer con más de 65 años -84 para ser precisos- y teniendo que cumplir estrictamente la cuarentena?

Los médicos del hospital de la localidad cordobesa donde viven, de 20 mil habitantes, Las Varillas –ubicada a 180 km de la capital provincial -, les dijeron que había una gran necesidad de barbijos descartables para el personal sanitario. “¡Qué mejor que hacerlos!”, pensó.

Al fin de cuentas, su comunidad –fundada en Córdoba en 1886- había colaborado eficazmente en sus albores frente a una epidemia de cólera y ella es una enfermera ya jubilada con una vida entera dedicada a la asistencia a los enfermos. Así que… ¡manos a la obra!

Con un populoso colegio a cargo que ahora -como tantos otros- apela a las clases virtuales, mucho tiempo no les queda. Pero las tres dedican la tarde completa a la fabricación de los barbijos gracias a los insumos que le proveen los médicos y sus indicaciones.

“No podemos salir a acompañar a los mayores, tampoco repartir bolsones de comida, pero sí manejar una máquina de coser”, dice. Y agrega: “No es que tengamos una gran habilidad para la costura, pero nos damos maña y vamos tomando velocidad”.

Recuerda que el carisma de su congregación –el perfil de su obra- es “abrazar a la humanidad que sufre”, así que –como las otras hermanas- se muestra feliz de responder siendo útil pese a la cuarentena, paliando una de las necesidades por la pandemia.

Marco Gallo

Ciudad de Buenos Aires

Hace 20 años que semanalmente Marco Gallo con algunos compañeros sale al caer la tarde a recorrer algún barrio de la ciudad de Buenos Aires para entregar comida a quienes están en situación de calle. Es una de las obras que la Comunidad San Egidio, de inspiración católica, realiza en muchos países y que Gallo integra. Pero la cuarentena ante la amenaza del coronavirus lo llevó a intensificar la ayuda porque no tiene dudas de que es un sector cuya vulnerabilidad se agravó debido a las restricciones impuestas por el virus.

“Ahora estamos saliendo de lunes a sábado porque la situación es muy inquietante”, dice. En ese sentido, señala que “todos los lugares donde esta gente podía procurar comida están cerrados y las personas que se la brindaban están cumpliendo el aislamiento”. Y agrega: “Para colmo, muchos de los que están en situación de calle se resisten a ir a los paradores porque temen estar hacinados y contagiarse o que les roben sus pertenencias o los separen de sus mascotas o sean víctimas de violencia”.

La asistencia le lleva a Marco y sus compañeros casi todo el día. Con una camioneta de San Egidio y la autorizacion del Gobierno porteño deben salir a la mañana a recolectar la comida. “Nos la provee gente amiga a la que le pedimos que los alimentos sean fáciles de distribuir como empanadas o tartas en porciones, además de jugos”, detalla. Y completa: “Cada día elegimos el barrio y la verdad es que son un montón los que están en situación de calle y que padecen hambre”.

En los primeros diez días de la cuarentena ya habían distribuido más de mil raciones y Marco asegura que no piensan aflojar. “Cuando uno ve tanta necesidad es imposible”, concluye.

Sergio Rubin e Irene Hartmann

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