La cuenta regresiva de la inflación

La cuenta regresiva de la inflación

Nada como una buena película basada en hechos reales. Le da rigurosidad, hondura y hasta aleja los fantasmas de aquellos escépticos que suelen acusar con el dedo levantado a la ficción más encarnizada, esa que se sustrae, por definición, de la realidad. En esa línea se mueve el Gobierno con respecto a la inflación.

 

Si hacía falta algo, ahí están las 48 horas de la última semana, donde a modo de invitación, se dieron cita en la Casa Rosada empresarios, sindicatos, dirigentes agropecuarios y los propios funcionarios, los anfitriones. Son actores protagónicos y algunos de reparto. Y por supuesto la saga incluye el capítulo final, casi al estilo sangriento de un Hamlet shakespeareano, todos terminan lívidos de blancura mortal al reparar en lo inevitable: a pesar de que ninguno se reconoce como culpable, el hecho fáctico es que en enero hubo un 4% de inflación.

Más allá de los análisis sectoriales, hay una aproximación que no debe evitarse, con forma de interrogante. La pregunta sobrevuela al concepto de inflación núcleo, es decir, aquella que mide la evolución de los precios no regulados. Esa marca registró, en enero, un 3,9% y cualquiera sabe que es ahí donde, tal como acontece en varios cuentos borgeanos, está cifrado el futuro de la inflación en la argentina.

Para ponerlo en criollo, si alguien quiere saber cuál será la inercia que dejará la inflación para febrero y marzo, bueno, puede poner el ojo precisamente en esos precios, que son los de mayor resistencia a la baja.

Por otro lado, desde el Ministerio de Economía señalaron que “la inflación del mes respondió principalmente a los precios regulados que aumentaron 5,1% mensual (vs. 2,6% en diciembre), en el marco de un proceso de normalización de la economía en el que se están realizando reacomodamientos de precios de bienes y servicios regulados en varias partes del país”.

Pero la pregunta que hay que hacerse es cómo puede registrarse tan alta inflación con una parte de la economía todavía fría, maniatada por las limitaciones que impone la pandemia. Incluso con paritarias que aún no parecen haber aportado su correspondiente presión a los precios de la economía y con una parte importantísima de los precios regulados aún congelados o casi.

Por último, hay que agregar que el dólar blue ya se ubica por debajo de las otras cotizaciones alternativas y que enero no fue un mes particularmente volátil en esas cuestiones.

Resumiendo, la inflación de enero es alta si se toma el número en términos absolutos y es altísima (o muy alta) si se suman estos otros elementos: actividad, controles, salarios, dólar, etc.

La respuesta a este planteo hay que buscarla en la expectativa, que es, aquí y ahora, de difícil contención. Y precisamente hacia allí fue el Gobierno, lupa en mano, en la porfía de domar la expectativa de aquellos que suelen tener la costumbre de prevenir, ajustar rápidamente sus costos de reposición, gimnasia inflacionaria que le dicen. Y les pide algo: que al menos por esta vez, ese ejercicio sea un poco más lento, que no haya tantas acciones preventivas en materia de precio, sino que se acomoden a la par, que miren la cotización del dólar, y los guarismos de inflación que, se supone, irán bajando desde estas alturas.

Que además presten atención a la política que desplegará el BCRA y que hasta se pongan a calcular cómo irá bajando la emisión monetaria y cómo irá reduciéndose el déficit fiscal. Para el Gobierno, es el momento justo para hacerlo. De esperar, podría comenzar a tener números interanuales de inflación cada vez más elevados. El 36% que arrojó el periodo diciembre-diciembre, parece ceder al 38,5% de inflación interanual que dio enero-enero.

En rigor, un cálculo fácil debería mostrar que febrero podría asumir un guarismo cercano al 4%, lo que deja cada vez menos posibilidades de saldar 29% en el año, tal como sostiene Guzmán. Habrá que conceder, que la pelea a la inflación empieza por creer que puede ser más baja. Después, hay que darse una vuelta por los formadores de precios, la puja distributiva y también por los parámetros que el mercado toma para hacer sus propios cálculos, como el dato de emisión y devaluación.

Para tener presente, las subas de los alimentos, en particular, genera preocupación, porque ese rubro y algún otro podrían terminar con la intención electoral de que las familias tengan algo de dinero residual para movilizar otros consumos. Los alimentos avanzan 42,3% anual frente a una inflación general del 38,5% y en enero ese rubro trepó 4,8% (carnes y derivados, frutas y aceites).

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