El coronavirus obliga a los musulmanes a celebrar un Ramadán triste y menos festivo

El coronavirus obliga a los musulmanes a celebrar un Ramadán triste y menos festivo

El mes de ayuno y oración en plena pandemia, privará de la oración en las mezquitas, la mayoría de ellas cerradas. La comida familiar del iftar será más íntima y menos alegre. No habrá celebraciones masivas y piden a los fieles orar desde sus casas.

Los musulmanes de todo el mundo comenzaron el viernes el mes de ayuno y oración de ramadán en plena pandemia del nuevo coronavirus, lo cual les privará de las reuniones de familia y de las oraciones en las mezquitas, aunque hay países decidieron no aplicar estas medidas.

Este año, el Ramadán será particularmente difícil y triste para muchos fieles en Asia, Medio Oriente y África del Norte.

A causa de la pandemia se han impuesto reglas generalizadas que obligan a las mezquitas a cerrar sus puertas. Al caer la noche, el ‘iftar’, la ruptura del ayuno con una comida festiva y familiar, también deberá celebrarse de forma mucho más íntima y menos alegre.

En Indonesia, el mayor país musulmán del mundo, donde el Ramadán genera un entusiasmo generalizado, las organizaciones religiosas han pedido a los fieles que se queden en sus casas.

“Este Ramadán es muy diferente, básicamente porque no es festivo”, resumía Fitria Famela, un ama de casa indonesia. “Me siento decepcionada por no poder ir a la mezquita, pero ¿qué podemos hacer? El mundo es diferente ahora”, apuntó.

Sin embargo, algunos líderes religiosos en Asia -donde viven casi mil millones de musulmanes-  se han negado a adoptar las reglas que pueden evitar la propagación del nuevo coronavirus.

La principal organización islámica en la conservadora provincia indonesia de Aceh se opuso públicamente a las directrices nacionales de quedarse en casa.

Así, varios miles de fieles asistieron a las oraciones vespertinas el jueves en la mezquita más grande de la capital de la región, Banda Aceh, aunque las multitudes eran menores que de costumbre.

“No estoy preocupado porque estoy usando una mascarilla y mantengo mi distancia”, dijo Cut Fitrah Riskiah, uno de los participantes.

La amenaza que representan las reuniones religiosas multitudinarias ha quedado de manifiesto en las últimas semanas, cuando se detectaron varios focos de infección relacionados con eventos religiosos importantes celebrados en Malasia, Pakistán e India.

Por ello, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha pedido que se suspendan o se celebren de otra manera ciertas prácticas comunes en Ramadán, con el fin de limitar los riesgos de expansión de la pandemia.

Pero por ejemplo en Bangladés las autoridades religiosas han hecho oídos sordos a las recomendaciones de las autoridades que instan a limitar el número de fieles en las mezquitas. Desde Pakistán han llegado imágenes de mezquitas abarrotadas antes del mes de ramadán, con fieles sentados uno al lado del otro, sin respetar ningún tipo de distancia.

– “Debemos aceptarlo” –

En el otro lado de la moneda, Mohamad Shukri Mohamad, la principal autoridad islámica en el conservador estado malasio de Kelantan, decidió dejar de lado las oraciones públicas y las comidas familiares, aunque esto signifique en su caso no ver a sus seis hijos y 18 nietos.

“Esta es la primera vez en mi vida que no puedo ir a la mezquita”, dijo a AFP. “Pero debemos aceptarlo y obedecer las reglas de distanciamiento social para proteger nuestras vidas”, agregó.

Malasia, país de mayoría musulmana, ha extendido un estricto confinamiento hasta mediados de mayo. Mezquitas, escuelas y la mayoría de las empresas están cerradas y la policía vigila que las normas se respeten.

Incluso los populares bazares del Ramadán, donde los musulmanes compran los postres que comerán cuando termine el ayuno, han sido prohibidos. Los malayos pueden hacer pedidos por internet, en bazares electrónicos, y la comida se les entrega a domicilio.

En la vecina Indonesia, donde millones de personas viajan a sus pueblos y aldeas cuando termina el Ramadán, el gobierno ha prohibido estos desplazamientos.

Erik Febrian, que vive en Yakarta, confía, al igual que muchos otros indonesios, en su ordenador y en una buena conexión a internet para estar en contacto con su familia, que vive fuera de la capital.

“Gracias a esto puedo llamar a mis padres por video todos los días durante el Ramadán”, dijo. “Y así puedo vigilar también cómo se encuentran”, dice.

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