“Vivir la Cuaresma en el Año Santo de la Misericordia es una gracia que debe iluminar nuestro camino de conversión y orientar nuestro compromiso eclesial”, dice el arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo en su mensaje de Cuaresma, en el que sostiene que “la conversión es un aspecto central en la vida cristiana”.
“Vivir la Cuaresma en el Año Santo de la Misericordia es una gracia que debe iluminar nuestro camino de conversión y orientar nuestro compromiso eclesial”, dice el arzobispo de Santa Fe, monseñor José María Arancedo en su mensaje de Cuaresma, en el que sostiene que “la conversión es un aspecto central en la vida cristiana”.
“La pregunta que deberíamos hacer -añade- es: ¿convertirnos a qué o a para qué? La conversión necesita de un proyecto de vida que lo veamos como un ideal. En este caso el proyecto se identifica con una persona. La conversión no comienza mirándonos a nosotros sino a Jesucristo, en quien descubrimos el camino de nuestra plena realización y el motivo que nos urge a participar en la vida de la Iglesia”.
“Si no partimos de Jesucristo y de su proyecto de vida como de un ideal que nos mueve a seguirlo -señala- la conversión va perdiendo exigencia, compromiso y esperanza. Jesucristo es la fuente de nuestra realización y el principio de una vida nueva para toda la creación. Esta mirada de fe que da sentido a la conversión es el fundamento de nuestra esperanza”.
Tras otros conceptos sobre la fe y su conocimiento, monseñor Arancedo asevera que “la meta de la conversión es la vida de Dios, la santidad, como un bien al que todos estamos llamados. El camino siempre es Jesucristo, nuestra tarea en la vida cristiana será llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Sólo en él nuestra vida alcanza su estatura y madurez espiritual. No seguimos a una idea sino a una persona que se nos presenta como un camino de gracia y verdad, de vida y santidad, de amor y solidaridad. Conversión y Misericordia se presentan como una exigencia de nuestra fe en Jesucristo, y que debe ser la causa que motive nuestra oración, examen de conciencia y el compromiso con la vida de la Iglesia”.
Después de señalar que “la fuente de la misericordia es el amor de Dios. Es Jesucristo quien nos lo revela y en quien descubrimos el rostro de la misericordia del Padre”, monseñor Arancedo agrega que “la misericordia es expresión de un amor que se hace cercanía ante el dolor y la necesidad del otro. Es un amor paciente que espera el momento del encuentro, no se detiene ante una respuesta negativa o no esperada; así nos ama Dios, incluso en nuestra lejanía. Porque nace del amor ella eleva, primero, a quien la vive. En las Sagradas Escrituras la misericordia es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Esta certeza lleva al papa Francisco a decirle a la Iglesia, y en ella a cada uno de nosotros: ‘La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia”.
En la última parte de su mensaje cuaresmal, el arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz señala que “un modo concreto de iniciar esta Cuaresma en el marco del Año de la Misericordia, es hacer realidad en nuestras vidas las palabras de Francisco cuando afirma: ‘Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales’. El Catecismo de la Iglesia Católica las define: Las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras espirituales de misericordia. Las obras de misericordia corporales consisten especialmente en dar de comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y a los presos. Esto nos marca un camino cuaresmal.
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