Catequesis del Papa Francisco sobre los discípulos Pedro y Juan

Catequesis del Papa Francisco sobre los discípulos Pedro y Juan

En la Audiencia General de este miércoles 22 de junio el Papa Francisco continuó con su serie de catequesis sobre el sentido y el valor de la vejez y dedicó su reflexión a algunos diálogos de Jesucristo con los discípulos Pedro y Juan (Jn 21,17-18).

“Este coloquio entre Jesús y Pedro contiene una enseñanza valiosa para todos los discípulos, para todos los creyentes. Y también para todos los ancianos. Aprender de nuestra fragilidad y expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida ampliamente confiada a otros, ampliamente dependiente de la iniciativa de otros”, dijo el Santo Padre.

A continuación, la catequesis pronunciada por el Papa Francisco:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En nuestro recorrido de catequesis sobre la vejez, hoy meditamos sobre el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al finalizar el Evangelio de Juan (21,15-23). Es un diálogo conmovedor, en el que se refleja todo el amor de Jesús por sus discípulos, y también la sublime humanidad de su relación con ellos, en particular con Pedro: una relación tierna, pero no simple, directa, fuerte, libre y abierta. Una relación en la verdad. Así, el Evangelio de Juan, tan espiritual, tan elevado, se cierra con una vehemente petición y ofrenda de amor entre Jesús y Pedro, que se entrelaza, con toda naturalidad, con una discusión entre ambos. El evangelista nos advierte: da testimonio de la verdad de los hechos (cf. Jn 21, 24). Y es en ellos donde hay que buscar la verdad.

Podemos preguntarnos: ¿somos capaces nosotros de custodiar el tenor de esta relación de Jesús con los discípulos, según su estilo tan abierto, tan franco, tan directo, tan humanamente real? ¿No estamos, sin embargo, muy a menudo tentados a encerrar el testimonio del Evangelio en la crisálida de una revelación “azucarada”, a la que añadimos nuestra veneración de circunstancia? Esta actitud, que parece de respeto, en realidad nos aleja del verdadero Jesús, e incluso se convierte en ocasión para un camino de fe muy abstracto, muy autorreferencial, muy mundano.

En el transcurso de la discusión de Jesús con Pedro, encontramos dos pasajes que se refieren precisamente a la vejez y a la duración del tiempo: el tiempo del testimonio, el tiempo de la vida. El primer paso es la advertencia de Jesús a Pedro: cuando eras joven eras autosuficiente, cuando seas viejo ya no serás padrón tuyo ni de tu vida. Y tu testimonio también irá acompañado de esta debilidad. El Evangelista añade su comentario, explicando que Jesús aludía al testimonio extremo, el del martirio y de la muerte. Pero podemos comprender bien el sentido de esta advertencia de forma más general: tu secuela deberá aprender a dejarse instruir y plasmar por tu fragilidad, tu impotencia, tu dependencia de los demás, incluso en el vestirse, en el caminar. Pero tú «sígueme» (v. 19). La sabiduría de la secuela debe encontrar el camino para permanecer en su profesión de fe - «Señor, tú sabes que te quiero» (vv. 15.16.17) –, también en las condiciones limitadas de la debilidad y de la vejez.

Este coloquio entre Jesús y Pedro contiene una enseñanza valiosa para todos los discípulos, para todos los creyentes. Y también para todos los ancianos. Aprender de nuestra fragilidad y expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida ampliamente confiada a otros, ampliamente dependiente de la iniciativa de otros.

Pero de nuevo debemos preguntarnos: ¿disponemos de una espiritualidad realmente capaz de interpretar la época -ahora larga y extendida- de este tiempo de nuestra debilidad confiada a los demás, más que al poder de nuestra autonomía? ¿Cómo permanecer fieles a la secuela vivida, al amor prometido, a la justicia buscada en el tiempo de nuestra capacidad de iniciativa, en el tiempo de la fragilidad de la dependencia, de la despedida del protagonismo de nuestra vida?

Este nuevo tiempo es también un tiempo de prueba, ciertamente. Empezando por la tentación - muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa- de conservar nuestro protagonismo. “¿Y él?”, dice Pedro, viendo al discípulo amado que le seguía (cf. vv. 20-21). ¿Realmente tiene que estar en “mi”

secuela? ¿Debe quizá ocupar “mi” espacio? ¿Debe durar más que yo y tomar mi lugar? La respuesta de Jesús es franca e incluso áspera: «¿Qué te importa? Tú, sígueme» (v. 22). Hermoso. Los ancianos no deben tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan su lugar, que duran más que ellos.

El honor de su fidelidad al amor jurado, la fidelidad a la secuela de la fe creída, incluso en las condiciones que les acercan a la despedida de la vida, son su título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor.

Incluso la secuela forzosamente inactiva, hecha de contemplación emocionada y de escucha extasiada de la palabra del Señor -como la de María, hermana de Lázaro- se convertirá en la mejor parte de su vida. Que nunca más será quitada (cf. Lc 10,42).

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