Vocación personal y compromiso en el mundo: el texto final del Sínodo

Vocación personal y compromiso en el mundo: el texto final del Sínodo

“Los jóvenes necesitan santos”. El documento conclusivo pide proponer a los chicos periodos prolongados de compromiso y servicio. Acogida para los homosexuales, pero sin cambios de doctrina

Jóvenes acogidos, escuchados, acompañados por adultos que sean testigos creíbles del Evangelio. Jóvenes que se conviertan en protagonistas de la misión de la Iglesia no en fuerza de una estrategia de mercadeo, de un juvenil encomendarse a las redes sociales, de rígidos y descarnados llamados doctrinales, sino porque encuentren en sus vidas testimonios capaces de tocar el corazón: «Los jóvenes necesitan santos que formen otros santos». El Sínodo de los obispos sobre los jóvenes publicó su documento final, que deberá cambiar la pastoral juvenil de la Iglesia católica, pero a partir de la conversión personal de cada uno de los padres sinodales y “oidores”, como subrayó el Papa Francisco, quien en su discurso final explicó: «Ahora el Espíritu nos da el documento para que trabaje en nuestro corazón, somos nosotros los destinatarios de los documentos, no la gente de afuera». 

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El documento de 167 párrafos insiste sobre el acompañamiento, la acogida, el discernimiento. Propone extendidamente la imagen de una Iglesia “sinodal”, que se abra más a compartir y que vea a los chicos mismos convertirse en protagonistas de la misión evangelizadora. Y propone a todas las Iglesias que ofrezcan a los jóvenes una experiencia de acompañamiento, un periodo largo para ser vivido lejos de los ambientes acostumbrados, dedicándose al servicio y a la oración. 

 

El texto final del aclara que la Iglesia está «en escucha» de los jóvenes, que «expresan el deseo de ser escuchados, reconocidos, acompañados» (párrafo 7) y el Sínodo «reconoce que no siempre la comunidad eclesial sabe hacer evidente la actitud que el Resucitado tuvo hacia los discípulos de Emaús» y «a veces prevalece la tendencia a ofrecer respuestas preconcebidas y recetas listas, sin dejar que surjan las demandas juveniles en su novedad y apreciar su provocación» (párrafo 8). 

 

Muchos temas se afrontan en el documento, que reconoce las «diversidades de contextos y de culturas» de los padres sinodales, desde la «diferencia entre hombres y mujeres con sus dones peculiares, las sensibilidades específicas y experiencias del mundo» (párrafo 13), hasta el tema de la «colonización cultural» (párrafo 14), desde el papel que la Iglesia desempeña en sus instituciones educativas, acogiendo a «todos los jóvenes, independientemente de sus preferencias religiosas, orígenes culturales y situación pastoral, familiar o social» (párrafo 15), pasando por «la familia, punto de referencia privilegiado» (párrafo 132), la importancia de la maternidad y de la paternidad (133), las potencialidades y peligros del ambiente digital (22-24): un tema sobre el cual, además, en el párrafo 146 el documento subraya que el Sínodo «espera que en la Iglesia sean instituidos en los niveles adecuados Oficinas específicas u organismos para la cultura y la evangelización digital» e hipnotiza también «sistemas de certificación de los sitios católicos, para contrarrestar la difusión de falsas noticias sobre la Iglesia». 

 

Toda una sección está dedicada a los migrantes (25-28), y en ella se subraya, entre otras cosas, que «gracias a los diferentes orígenes de los Padres, con respecto al tema de los migrantes el Sínodo ha visto el encuentro de muchas perspectivas, en particular entre países de partida y los países de llegada» y resonó «el grito de alarma de esas Iglesias cuyos miembros se ven obligados a escapar de la guerra y de la persecución y que ven en estas migraciones forzadas una amenaza para su misma existencia. Precisamente el hecho de incluir en su interior todas estas diferentes perspectivas pone a la Iglesia en condición de ejercer un papel profético en relación con la sociedad sobre el tema de las migraciones». 

 

El documento del Sínodo dedica una sección “ad hoc” a «todos los tipos de abuso», aclarando que «el Sínodo insiste el firme compromiso para la adopción de rigurosas medidas de prevención que impidan que se repitan, a partir de la selección y de la formación de aquellos a quienes serán encomendadas tareas de responsabilidad y de educación» (párrafo 129) y «expresa agradecimiento hacia aquellos que tienen el valor de denunciar el mal sufrido: ayudan a que la Iglesia cobre conciencia sobre lo sucedido y sobre la necesidad de reaccionar con decisión». 

 

Diferentes secciones afrontan varias caras de la injusticia social: el mundo del trabajo sigue siendo «un ámbito en el que los jóvenes expresen su creatividad y la capacidad de innovar», pero, «al mismo tiempo experimentamos formas de exclusión y marginación» (párrafo 40). Las diferentes formas de violencia y de las persecuciones que interpelan a la Iglesia (41), desde las situaciones de guerra hasta la criminalidad, pasando por los «diferentes tipos de persecución, hasta la muerte», las dependencias y la «marginación»social (42). El documento arroja luz sobre aspectos positivos como el compromiso y la participación social de los jóvenes, su pasión por el arte, la música y el deporte. 

 

En el párrafo 53, el documento final subraya que «el Sínodo es consciente de que un número consistente de jóvenes, por las razones más diferentes, no piden nada a la Iglesia porque no la consideran significativa para su existencia. Algunos, es más, piden expresamente ser dejados en paz, puesto que sienten su presencia como algo fastidioso e incluso irritante. Tal petición a menudo no nace de un desprecio acrítico e impulsivo, pero cuyas raíces se hunden en razones serias y respetables: los escándalos sexuales y económicos; la poca preparación de los ministros ordenados que no saben interceptar adecuadamente la sensibilidad de los jóvenes; la poca preparación de la homilía y en la presentación de la Palabra de Dios; el papel pasivo encomendado a los jóvenes dentro de la comunidad cristiana; la fatiga de la Iglesia a la hora de dar razón sobre las propias posiciones doctrinales y éticas frente a la sociedad contemporánea», se lee en el texto de los padres sinodales, que subraya el deseo de los jóvenes de ser protagonistas y su deseo de que haya «un mayor reconocimiento y valoración de las mujeres en la sociedad y en la Iglesia». 

  

El texto también explica que la Jornada Mundial de la Juventud (que nació «de una profética intuición de san Juan Pablo II, quien sigue siendo un punto de referencia incluso para los jóvenes del tercer milenio»), así como los encuentros nacionales y diocesanos, tienen «un papel importante en la vida de muchos jóvenes, porque ofrecen una experiencia viva de fe y de comunión» (párrafo 16). 

 

En relación con la sexualidad (149-150), «en el actual contexto cultural —escribieron los padres sinodales—, la Iglesia no logra transmitir la belleza de la visión cristiana de la corporeidad y de la sexualidad». Sirve «una búsqueda de modalidades más adecuadas, que se traduzcan concretamente en la elaboración de caminos de formación renovados. Hay que proponer a los jóvenes una antropología de la afectividad y de la sexualidad capaz de dar el justo valor a la persona, en todos los estados de la vida. Se trata de apostar por la escucha empática, el acompañamiento y el discernimiento, en la línea indicada por el reciente Magisterio. Por ello es necesario cuidar la formación de los agentes pastorales para que resulten creíbles, a partir de la maduración de las propias dimensiones afectivas y sexuales». 

 

En relación con el tema de la «diferencia y armonía entre la identidad masculina y femenina y las inclinaciones sexuales», el Sínodo «insiste en que Dios ama a cada persona y lo mismo hace la Iglesia, renovando su compromiso en contra de cualquier discriminación y violencia según una base sexual. Igualmente reafirma la determinante relevancia antropológica de la diferencia y reciprocidad del hombre y la mujer y considera reducto definir la identidad de las personas únicamente a partir de su orientación sexual». En relación con la acogida específica de las personas homosexuales, «ya existen en muchas comunidades caminos de acompañamiento en la fe». El Sínodo «recomienda favorecer tales recorridos. En estos caminos, las personas son ayudadas a leer la propia historia; a seguir con libertad y responsabilidad al propio llamado bautismal; a reconocer el deseo de pertenecer y contribuir en la vida de la comunidad; a discernir mejores formas para realizarlo». 

 

El Sínodo también recuerda (153-154) que «la promoción de la justicia» se relaciona también con la administración «de los bienes de la Iglesia. Los jóvenes se sienten en casa en una Iglesia en la que la economía y las finanzas son vividas en la transparencia y en la coherencia. Se necesitan decisiones valientes en la perspectiva de la sostenibilidad, como indica la encíclica “Laudato si’”, puesto que la falta de respeto del ambiente genera nuevas pobrezas, de las cuales los jóvenes son las primeras víctimas. Los sistemas se cambian también demostrando que es posible una manera diferente de vivir la dimensión económica y financiera. Los jóvenes espolean a la Iglesia para que sea profética en este campo, con las palabras pero, principalmente, mediante decisiones que demuestren que una economía amiga de la persona y del ambiente es posible. Junto con ellos podemos hacerlo». Con respecto a las cuestiones ecológicas, «será importante ofrecer líneas guía para la concreta realización de la “Laudato si’” en las prácticas eclesiales». Muchas de las intervenciones «han subrayado la importancia de ofrecer a los jóvenes una formación al compromiso socio-político y el recurso que la doctrina social de la Iglesia representa al respecto. Los jóvenes en la política deben ser apoyados y animados para que actúen por un cambio real de las estructuras sociales injustas». 

 

Los padres sinodales llegaron a proponer (161) que todas las Iglesias particulares, las congregaciones religiosas, los movimientos, las asociaciones y otros sujetos eclesiales ofrezcan «a los jóvenes una experiencia de acompañamiento en vista del discernimiento». Una experiencia cuya duración puede variar según los contextos y las oportunidades, que se puede cualificar como «un tiempo destinado a la maduración de la vida cristiana adulta. Debería prever una distancia prolongada de los ambientes y de las relaciones acostumbradas, y ser construida alrededor de por lo menos tres ejes indispensables: una experiencia de vida fraterna compartida con educadores adultos que sea esencial, sobria y respetuosa de la casa común; una propuesta apostólica fuerte y significativa que vivir juntos; una oferta de espiritualidad arraigada en la oración y en la vida sacramental. De esta manera están todos los ingredientes necesarios para que la Iglesia pueda ofrecer a los jóvenes que lo quieran una profunda experiencia de discernimiento vocacional». 

 

«Nosotros debemos ser santos —se lee en uno de los párrafos finales del documento (166)— para poder invitar a los jóvenes a volverse santos. Los jóvenes han pedido en voz alta una Iglesia auténtica, luminosa, transparente, alegre: ¡solo una Iglesia de santos puede estar a la altura de tales peticiones! Muchos de ellos la han dejado porque no han encontrado santidad en ella, sino mediocridad, presunción, división y corrupción. Desgraciadamente el mundo está indignado por los abusos de algunas personas de la Iglesia» en lugar de haber descubierto «la santidad de sus miembros: por ello la Iglesia en su conjunto debe llevar a cabo un decisivo, inmediato y radical cambio de perspectiva. Los jóvenes necesitan santos que formen otros santos, demostrando así que la santidad es el rostro más bello de la Iglesia. Existe un lenguaje que todos los hombres y mujeres de cualquier tiempo, lugar y cultura pueden comprender, porque es inmediato y luminoso: es el lenguaje de la santidad». 

 

El documento, precisó durante una rueda de prensa el prefecto del dicasterio vaticano de la Comunicación, Paolo Ruffini, se dirige, como ha indicado el Papa, a los mismos padres sinodales y al Papa, y Francisco no ha decidido, por lo tanto, si forma parte del Magisterio de la Iglesia. 

 

Los 167 párrafos superaron el quorum que osciló entre 166 y 168 votos. Con 65 “non placet” y 178 “placet” fue aprobado el párrafo más polémico, el 150, que afirma, entre otras cosas, que «existen ya en muchas comunidades cristianas caminos de acompañamiento en la fe para personas homosexuales: el Sínodo recomienda favorecer tales caminos», que ayudan «a cada joven, sin exclusión, a integrar cada vez más la dimensión sexual en la propia personalidad, creciendo en la cualidad de las relaciones y caminando hacia el don de sí». Otro párrafo controvertido, que obtuvo 51 “non placet” y 191 “placet”, es el 121 sobre la «forma sinodal de la Iglesia». 

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