Una vida de entrega silenciosa

Una vida de entrega silenciosa

Por: Federico Wals.

“Sos un nene… cuantos años tenés?” fue lo primero que me dijo cuando me acerqué a su oficina para presentarme en mis primeros días en el arzobispado, hace casi una década. 

Detrás de su escritorio que miraba hacia el pasillo de ingreso a la oficina del “Jefe” (como le decimos al padre), ella era quien supervisaba con delicadeza y mirada inescrutable todo lo que sucedía alrededor; mujer de pocas palabras, hablaba con su mirada y sus gestos. “Tengo 26 años” le respondí cual alumno que rinde su materia mas difícil. Sin sacarme la mirada de encima me respondió rápidamente “Ah… podría ser tu madre… o tu abuela! Sos un nene!” A partir de entonces, nunca dejé de ser el “nene”…

Es difícil expresar en palabras lo vivido a lo largo de tantos días, semanas, meses y años… Las alegrías y tristezas compartidas de trabajar por nuestra Iglesia, acompañando en silencio a quien yo llamaba “padre”; ella “Jorge” y él con una sonrisa pícara le decía cada tanto “vieja” (aunque hubieran nacido el mismo año) y a los dos juntos “gorilas”; nuestras largas conversaciones telefónicas una vez que dejamos de trabajar juntos o los encuentros familiares que sabíamos a que hora empezaban pero no a que hora terminarían. Hasta ahora la escucho decir: “Voy a ver si llueve”, en medio de un día soleado cuando en realidad salía a fumar para que el cardenal no la viera…

Aunque el último tiempo sus fuerzas físicas no la acompañaron con el vigor de otros tiempos, ella resistía desde la claridad intelectual que le brindaba el haber sido testigo de los tiempos; siempre comprometida en su lucha silenciosa contra las injusticias, por caminar con rectitud y honestidad por el sendero de la vida, ayudando a los que no sabían o los que menos tenían… por donde caminaba pisaba con firmeza pero sin aplastar, algo tan extraño en los tiempos que corren. Y pudiendo ostentar su amistad de décadas con quien hoy es el sucesor de Pedro, siempre cultivó el bajo perfil, mas en los últimos años, porque esa era (y es) la mejor manera de cuidarlo a “Jorge”.

A lo largo de nuestras vidas, el camino que transitamos diariamente nos pone en el sendero a diversas personas que nos irán acompañando y que junto a nosotros vivirán como propias nuestras alegrías y tristezas, logros y fracasos, triunfos y derrotas. Quizá no compartamos todo el camino ya que como en un largo peregrinar, los momentos y los ritmos son distintos cual luminosas estrellas fugaces que pasan por nuestras vidas y desaparecen… aparentemente. Por esto, cuando un ser querido parte, queda en nosotros una sensación de vacío difícil de explicar e imposible de llenar, con recuerdos y anécdotas que afloran como si antes hubieran estado borrados.

Fiel seguidora y colaboradora de Caminos Religiosos, ¡GRACIAS Oti! –de ella se trata-, por honrarnos con tu amistad franca y sincera a quienes te conocimos. Todo lo demás es redundante.

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