El Vaticano respaldó el desarme de ETA sin contar con los obispos vascos

El Vaticano respaldó el desarme de ETA sin contar con los obispos vascos

Sin arreos episcopales, pero allí estaba, el sábado, en la firma de la entrega de las armas de ETA, el arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi. Y su presencia mandaba dos claros mensajes. 

El primero, que lo que allí se estaba desarrollando contaba con la bendición del Vaticano. Y el segundo, dejar en evidencia, con su mera comparecencia, a los tres obispos vascos, a los que ni el Gobierno de Iñigo Urkullu ni el Vaticano invitaron al acto. Ni siquiera sabían que iba a estar en él su colega italiano.

"Los obispos vascos actuales se han quedado fuera de juego en el proceso de paz". Así de taxativo define un sacerdote vasco el irrelevante papel jugado por los obispos de Vitoria, Bilbao y San Sebastián en la escenificación de la entrega de armas de ETA.

Mario Iceta, obispo de Bilbao, Juan Carlos Elizalde, obispo de Vitoria, y José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, no estuvieron en efecto en Bayona ni se les esperaba. Primero, porque no se les invitó. Segundo, porque, de haberlos invitado, no hubieran aceptado asistir. Y tercero, porque la sintonía episcopal vasca con el Gobierno del PNV y con El Vaticano es, en estos momentos, "sumamente débil".

"Hasta el mismísimo Ricardo Blázquez habría tenido un papel mucho más activo, de haber seguido como obispo de Bilbao", explica un sacerdote alavés, fino conocedor de los entresijos de las curias de las provincias vascas. "Está claro que los tres obispos vascos actuales no cuentan para el Gobierno vasco y ni siquiera para el propio Vaticano", añade.

En la Iglesia vasca se enfrentan dos vías de cara al tratamiento eclesial del final de la violencia de ETA. Por un lado, la de la Nunciatura española, encabezada por Renzo Fratini y seguida por los prelados vascos, que apuesta por un final del proceso exigente con ETA y contrario a la parafernalia exhibicionista de la entrega de armas. Por otro, la vía de la Secretaría de Estado del Vaticano, dirigida por el cardenal Pietro Parolin, que apuesta por hacerse presente en este final del proceso etarra, pero no a través de los obispos vascos, sino a través de la Comunidad de San Egidio, uno de cuyos máximos responsables es el arzobispo Zuppi.

Según ha podido confirmar este periódico, el Vaticano ni siquiera avisó a los prelados vascos de la presencia de Zuppi en el acto de Bayona. La participación del arzobispo contó con la aprobación de Roma, aunque oficialmente se mantenga que lo hizo a título personal.

Zuppi es uno de los líderes históricos de la Comunidad de San Egidio, asociación que actúa siempre como avanzadilla del Vaticano en la resolución de conflictos en todo el mundo. Con resultados muy satisfactorios, como en Mozambique o Irlanda.

De hecho, el arzobispo ya medió con ETA en 1995, cuando la Comunidad de San Egidio, de la que entonces formaba parte como simple sacerdote, intentó, a petición de Elkarri, impulsar una negociación con la banda que finalmente no prosperó.

Por otra parte, la conexión del Gobierno vasco con la troika episcopal de Euskadi no fluye como en ocasiones anteriores. De ahí el acercamiento de Iñigo Urkullu a Roma. El lehendakari estuvo recientemente en El Vaticano, reunido con el Secretario de Estado, cardenal Parolin, amigo de monseñor Uriarte, el obispo emérito de San Sebastián.

Y, por eso, Urkullu no sólo estuvo en el Trastevere, en la sede de San Egidio, sino que, además, su Gobierno le concedió recientemente un premio a la Comunidad a la que pertenece Mateo Zuppi y que lidera el laico Andrea Riccardi.

Además, incluso en amplios sectores eclesiásticos vascos, se critica a los tres obispos por "su escaso protagonismo", mientras, en el pasado, predecesores suyos, como Setién o Uriarte, estuvieron en primera línea, en una lucha constante por la paz y la reconciliación. "Los interlocutores políticos y sociales ya no cuentan con los prelados vascos, que mantienen posicionamientos distantes, incluso con Urkullu", explica un sacerdote donostiarra. Y la jerarquía vasca se distancia cada vez más del pueblo que pastorea.

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