Qué tienen en común el Papa, los senadores, Freud y Einstein

Qué tienen en común el Papa, los senadores, Freud y Einstein

Por  Jorge Mosqueira

Llegaron a la plenitud de sus carreras sin que la edad haya sido una barrera; qué sucede cuando los prejuicios frenan la productividad

 

Pocas franjas sociales están tan saturadas de eufemismos. "Tercera edad", "adultos mayores", "maduros", todos ellos esconden sutilmente la vejez, trazando una línea imaginaria, cada vez más difícil de identificar. Los gerontólogos la ubican en los cincuenta. En el terreno laboral, el número es menor: unos diez años menos, pero con las expectativas de vida actuales la línea queda bastante más desubicada.

Sucede, como suele decirse, que han corrido el arco, pero muchas empresas no se han enterado y siguen tratando de meter goles entre unos palos y un travesaño que ya no están en el mismo lugar. De esto se ocupa un artículo de Workforce Magazine, acerca de la discriminación por razones de edad en el trabajo. Inventa otro neologismo, el "edaísmo" (ageism), comparable son el sexismo o el racismo, calificaciones surgidas de pensamientos rígidos, caprichosos e injustos, como toda generalización. En el otro extremo, los "millennials", agrupados arbitrariamente porque no todos son iguales y la imposición de la idea corroe los juicios a la hora de evaluar a los individuos. Una tendencia puede servir para orientar las acciones, repensar la sociedad, pero los individuos son otra cosa.

La autora del artículo, Rita Pyrillis, señala que "los trabajadores veteranos de hoy están más sanos y son más activos que sus predecesores y ofrecen gran cantidad de experiencia y conocimiento pero, sin embargo, tienen muchas más probabilidades de experimentar discriminación laboral".

Según Laurie McCann, asesora legal de la AARP (American Association of Retired Persons) "la discriminación por razones de edad es vista por los tribunales y por la sociedad más como un problema económico y nos remitimos a los derechos de la empresa. Incluso los trabajadores pueden decir: «Es su negocio y entiendo que quieran ahorrarse algún dinero». Pero no opinarías algo así si la empresa dijera «queremos ahorrar dinero, así que nos desharemos de todas las mujeres», pero sí lo toleramos cuando se trata de la edad".

Tal vez esta afirmación esté más cerca de dar en el blanco. La valoración sobre la vida útil tiene una impronta económica rigurosa, por lo que cada sujeto, hombre o mujer, son evaluados bajo sospecha de que pueden no rendir lo suficiente como para que justifique el gasto de un sueldo, cargas sociales, etcétera. El criterio es similar al que se utiliza cuando se evita contratar mujeres, porque éstas tienen la habitual y terca costumbre de quedar embarazadas, lo que implica licencia por maternidad y otros derechos que afectan la rentabilidad.

La suma de los prejuicios sobre los que superan cierta edad contiene los rasgos que conocemos: son más lentos, remisos en aprender temas nuevos y están desactualizados tecnológicamente. Ruth Finkelstein, de Columbia University, describe: "La discriminación por edad está bien viva y coleando. Mostramos a las personas de más edad como decrépitas, feas y olvidadizas pero, al mismo tiempo, muchas de las personas más poderosas del mundo son mayores". Menciona ejemplos, como el Papa y los senadores, a lo que podríamos agregar otros clásicos de la historia, cuya etapa de mayor creatividad radicó en tiempos de edad avanzada, como Sigmund Freud o Alfred Einstein. No todas las organizaciones empresarias se encuentran afiliadas a los prejuicios de la edad. Una exitosa firma de diseño de muebles, Herman Miller, opina que "si podemos seguir invirtiendo en empleados independientemente del punto de la carrera en el que se encuentren, lograremos una fuerza de trabajo más potente".

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