“Paz en Siria y Nicaragua, recen por mi peregrinaje a Bari”

“Paz en Siria y Nicaragua, recen por mi peregrinaje a Bari”

Durante el Ángelus en la Plaza San Pedro el Papa pidió a los fieles que acompañaran espiritualmente el viaje del 7 de julio a Apulia para invocar la paz en el Medio Oriente. Animó también el diálogo entre los gobiernos de Etiopía y Eritrea; un pensamiento para los chicos atrapados en la gruta de Thailandia. «Por el camino del Señor, que nadie se sienta un abusivo»

Un doble llamado por la paz para Nicaragua y para Siria, postrada por años de conflictos. Un impulso para el diálogo entre los gobiernos de Etiopía y Eritrea, después de veinte años de guerra, y unas palabras para los doce chicos atrapados en una gruta de Thailandia. También pidió que los fieles acompañaran espiritualmente el histórico encuentro del próximo 7 de julio en Bari con los líderes y los patriarcas de las Iglesias Orientales, para rezar por la dramática situación del Medio Oriente. El Papa Francisco recordó todas las situaciones de sufrimiento e inestabilidad en el mundo actual y, durante el Ángelus de este domingo en la Plaza San Pedro, pidió a alrededor de 20 mil fieles reunidos que le apoyaran en esta invocación de la paz global. 

  

Antes que nada, el Pontífice argentino renovó su oración «por el amado pueblo de Nicaragua», insistiendo en el deseo de «unirme a los esfuerzos que están llevando a cabo los obispos del país y muchas personas de buena voluntad en su papel de intermediadores y de testigos en el proceso de diálogo nacional en curso por el camino de la democracia». 

  

Después concetró su atención e Siria, en donde la situación sigue siendo «grave», particularmente en la provincia de Daraa, «en donde acciones militares en estos últimos días han afectado escuelas y hospitales y han provocado miles de nuevos prófugos». El llamado del Papa es que «a la población duramente afectada desde años se le ahorren ulteriores sufrimientos». 

  

Si embargo, entre tantos conflictos, se enciende una «luz de esperanza»: el anuncio de un futuro encuentro entre Etiopía y Eritrea que pretende acabar definitivvamente con un conflicto (probablemente el más largo en África) que ha durado más de veinte años. En estos días los dos gobiernos «están volviendo a hablar de paz», es «una iniciativa que se puede definir histórica y también se puede decir que es una buena noticia», comentó Francisco. Sobre todo, es una «luz de esperanza para estos dos países del Cuerno de África y para el continente africano entero». 

  

El Papa no dejó de recordar a los doce chicos de un equipo de fútbol que, con su entrenador, desaparecieron en un laberinto de cavernas subterráneas a seis millas de Tham Luang, en Thailandia, el pasado 23 de junio. Una carrera contra el tiempo que tratan de concluir con buenos resultados los agentes que han buscado ya por siete días. Bergoglio pidió oracones por ellos. 

  

Y también hizo una petición por su inminente viaje a Bari del próximo 7 de julio, durante el cual, «junto con muchos jefes de Iglesias y comunidades cristianas del Medio Oriente, viviremos una jornada de oración y de reflexión sobre la cada vez más dramática situación de esa región, en donde tantos de nuestros hermanos y hermanas en la fe siguen sufriendo, e imploraremos con una sola voz: “¡Sea contigo la paz!”. Pido a todos –dijo el Papa– que acompañen con la iración este peregrinaje de paz y de unidad». 

  

En su catequesis antes de la oración mariana, Francisco volvió a insistir en la misericordia de Dios, y subrayó que «por el camino del Señor están admitidos todos, nadie debe sentirse un intruso, un abusivo o que no tiene derecho». 

  

El obispo de Roma comenzó su reflexión partiendo del Evangelio del día, que presenta dos prodigios de Jesús, descritos, observó, «casi como una especie de marcha triunfal hacia la vida». El primero es el caso de Jairo, uno de los encargados de la sinagoga que suplica a Jesús que vaya a su casa porque su hija de doce años ha fallecido. «Podemos imaginar la reacción de aquel papá», comentó Bergoglio. Jesús le contesta: «No temas, solamente ten fe»; después, entrando en la habitación de la chica con sus padres y tres discípulos, dice: «Muchacha, yo te digo: ¡levántate! ». E inmediatamente «la chica se levante, como despertándose de un sueño profundo».  

  

En esta narración del milagro, Marcos insiste incluye el de la curación de una mujer que sufría hemorragias y que es sanada cuando toca simplemente el manto de Jesús. «Aquí –recordó el Papa– sorprende el hecho de que la fe de esta mujer atrae… a mi se me ocurre decir “roba” a potencia salvadora divina que está en Cristo, el cual, sintiendo que una fuerza había salido de Él, trata de comprender de quién se había tratado. Y cuando la mujer, con mucha vergüenza se muestra y confiesa todo, Él dice: “Hija, tu fe te ha salvado”». 

  

En estas dos narraciones hay «un único centro»: la fe, afirmó Francisco. Y muestran «a Jesús como fuente de vida, como aquel que vuelve a dar la vida a quien confía plenamente en Él. Los dos protagonistas, es decir el padre de la muchacha y la mujer enferma, no son discípulos de Jesús, pero son curados por su fe». 

  

De aquí se comprende que «para acceder a su corazón hay un solo requisito: sentirse necesitados de cura y encomendarse a Él», recordó Bergolio. Y añadió: «yo les pregunto: ¿cada uno de ustedes se siente necesitado de curación? ¿De esa cosa, de aquel pecado, de ese problema?». 

  

Y es por ello que nosotros también estamos llamados, dijo el Papa, a “aprender” y a “imitar” estas palabras que liberan y estas miradas que devuelven, a los que no lo tienen, “el deseo de vivir”. 

Sólo tener miedo del corazón endurecido y momificado 

También habló de la única muerte que hay que temer: “la del corazón endurecido por el mal”: “De esa sí que tenemos que tener miedo”, aseguró el Papa. “Cuando sentimos que tenemos el corazón momificado, tenemos que sentir miedo” porque esta es “la muerte del corazón”. 

Por último, el Papa aseguró que el pecado, para Jesús, «nunca es la última palabra», porque Él nos ha traído «la infinita misericordia del Padre». E incluso si nos caemos – concluyó - su voz suave y fuerte nos alcanza y nos da fuerzas para levantarnos. 

  

Y es por ello que nosotros también estamos llamados, dijo el Papa, a «aprender” y a «imitar» estas palabras que liberan y estas miradas que devuelven, a los que no lo tienen, «el deseo de vivir» 

  

También habló de la única muerte que hay que temer: «la del corazón endurecido por el mal”: «De esa sí que tenemos que tener miedo», aseguró el Papa. «Cuando sentimos que tenemos el corazón momificado, tenemos que sentir miedo», porque esta es «la muerte del corazón».

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