Scola: los cardenales deben acompañar y sostener al Papa

Scola: los cardenales deben acompañar y sostener al Papa

En el libro autobiográfico del obispo emérito de Milán, muchos episodios inéditos y preguntas profundas sobre las últimas realidades y sobre la vida de la Iglesia. Incluida la defensa “hasta el martirio” del Pontífice

«No hay que olvidar que en la Iglesia católica quien es cardenal tiene la tarea de sostener y acompañar al Santo Padre. Hasta el martirio si fuere necesario; este es el sentido de la púrpura». Esta frase, aparentemente obvia, se encuentre en la página 281 del hermoso libro-entrevista con el cardenal Angelo Scola, escrito por el periodista Luiggi Geninazzi, histórico enviado del diario italiano “Avvenire”. En un tiempo en el que ex nuncios pretenden la renuncia del Pontífice (con el apoyo de ciertos grupos político-mediáticos) y en el que hay obispos y cardenales que se solidarizan con quien hace de todo para acusar al Sucesor de Pedro, incluso lo que es obvio (o debería seguir siéndolo), a pesar de haber sido escrito antes de las polémicas de estas semanas, puede ser una noticia. 

  

El libro “He apostado por la libertad” se presenta desde la portada como una autobiografía. Geninazzi, periodista de abolengo, logró que Scola hablara también sobre los episodios menos conocidos y más íntimos de su vida, incluida la enfermedad que tuvo en los años setenta (el morbo de Addison, que provoca insuficiencia renal crónica) y también cómo recurrió al psicoanálisis de escuela lacaniana. En las últimas semanas, cuando fue publicado el libro (mismo que fue presentado durante el Meeting de Rímini), gran parte de la atención mediática se concentró sobre el Cónclave de 2013, sobre la relación entre Scola y Francisco, sobre sus sintonías y sus diferencias. Scola no se ha sumado a las ya famosas “dudas” doctrinales de los cuatro cardenales sobre “Amoris laetitia”, «que revelan un enfoque intelectualista en el que la teología y la moral son concebidos en términos deductivistas», pero se declara en contra de aperturas sobre los sacramentos a los divorciados que viven en segundas nupcias: «La no admisibilidad de los divorciados que se han vuelto a casar a la Eucaristía no es un castigo que pueda ser quitado o reducido, sino que forma parte del carácter del matrimonio cristiano que, como he dicho, vive sobre el fundamento del don eucarístico de Cristo esposo de la Iglesia esposa». Habla también generosamente sobre su estrecha relación como colaborador de Juan Pablo II y con el cardenal Joseph Ratzinger. Respondiendo a una pregunta sobre el famoso discurso de Regensburg de Benedicto XVI, Scola explica que la cita del docto emperador bizantino que acusa a Mahoma de haber traído «solo cosas malas e inhumanas» acaso «no es esencial». Por lo que «habría sido mejor no citarlo». 

  

En un pasaje del libro dedicado a su nombramiento como patriarca de Venecia, el cardenal Scola revela cuáles fueron sus conversaciones al respecto con el Papa Wojtyla. Páginas no centrales en el libro-entrevista, pero que en estos momentos se revelan de gran actualidad, pues desmienten (mejor, desmintieron por anticipado) la teoría del “comunicado” del ex nuncio Carlo Maria Viganò, quien, refiriéndose al nombramiento del arzobispo Theodore McCarrick en Washington (en noviembre de 2000), presentó a San Juan Pablo II como una persona incapaz de razonar debido a la enfermedad y rehén del Secretario de Estado Angelo Sodano. Este es el vívido recuerdo de Scola, sobre todo en relación con la manera en la que el Papa Wojtyla afrontaba los nombramientos importantes. «Cuando, en verano de 2001 fui a Castel Gandolfo, para la llamada audiencia de tabla, en calidad de rector de la Universidad Lateranense, me dijo riendo: “¿Sabe usted que aquí siguen sugiriéndome su nombre para Venecia?”. Después añadió: “Pero yo digo que es más importante un rector de universidad que un arzobispo”. Entonces, yo estaba bastante tranquilo, habiendo escuchado directamente del Papa cuánto le importaba la Universidad Lateranense y cuán contento estaba con mi trabajo de rector». 

  

«En cambio, de repente, unos días antes de Navidad –continúa Scola– Juan Pablo II me invitó a cenar para decirme que estaba sobre la mesa la cuestión de Venecia. “Es un encargo que requiere una persona con competencia episcopal, como usted tuvo manera de hacer en Grosetto, pero también requiere, debido a la peculiaridad de apertura al mundo que la ciudad de la laguna siempre ha tenido, un obispo con experiencia internacional, como la que usted ha adquirido en estos años en la Lateranense. Entonces he decidido nombrarle patriarca de Venecia”». Después de haber aceptado, Scola le preguntó al Papa: «Usted me conoce bien, ¿qué debo cambiar para ser más adecuado a su voluntad?». La respuesta que dio el Pontífice fue la misma que el cardenal Sapieha le dijo al mismo Karol Wojtyla cuando decidió entrar al seminario en su juventud: «No cambies nada, sé tú mismo». 

  

Y este «sé tú mismo» ha representado casi un segundo lema episcopal (además del lema oficial: “Sufficit gratia Tua”; es suficiente Tu Gracia) que le acompañó durante los años venecianos y después durante los años que pasó a la cabeza de la diócesis ambrosiana (Milán). Y fue en ese periodo cuando cambió el Pontificado, cuando llegó el nuevo enfoque del Papa Francisco, a quien el cardenal de Milán trató de adecuarse acompañando o sosteniendo al Papa sin imitaciones grotescas o artificiales “conversiones”. Y, sobre todo, teniendo siempre presente la comunión y la unidad con el Sucesor de Pedro, la verdadera naturaleza de la Iglesia, que no es una corporación ni un enorme “talk show” en el que gana el que más grita o el que se pone más nervioso y amenaza con irse. O quien sabe usar mejor los nuevos medios masivos de comunicación, creando calculados cocteles de medias verdades y falsas noticias. 

  

Las páginas más interesantes del libro no son las que refieren “vaticanerías” o intrigas eclesiales. Son las que dejan conocer al hombre Angelo Scola, con su bagaje de preguntas ineludibles y de heridas, sobre las cuales la experiencia de fe arroja rayos luminosos pero no puede curarlas completamente. Hablando sobre la imprevista muerte de su hermano Pietro, en un accidente automovilístico en 1983, poco después de que el futuro cardenal hubiera pasado largos periodos en el hospital debido al morbo de Addison, Scola afirma: «Debo confesar que quedé marcado profundamente por una sensación un poco angustiosa que podría expresar de esta manera: se pierde todo al perder el cuerpo. Es un sentimiento que nunca me ha abandonado y que llevo dentro de mí como una especie de duda práctica sobre la posibilidad de existir más allá de la dimensión corporal. Pero esto no me lleva a replegarme en mí mismo, sino me impulsa hacia la esperanza cierta prometida por Jesús, según la cual resurgiremos en nuestro cuerpo verdadero y, como dice San Pablo, permaneceremos por siempre con el Señor». 

  

«La experiencia de la enfermedad deja en evidencia la unidad profunda entre el alma y el cuerpo. La fe me da la certeza de que existe una vida más allá de la desaparición de este cuerpo mío, pero no cancela completamente mi instintiva resistencia. Es un sentimiento que sentí fuertemente cuando tuve que reconocer la identidad de mi hermano Pietro, en la morgue. Al ver su rostro desfigurado, el abdomen hundido y las heridas provocadas por un violento impacto durante el choque, en la angustia explota una pregunta llena de rebelión: ¿cómo puede resurgir un cuerpo así? Después me iluminaron las palabras de un “canon” de la Misa en el que se habla de Jesús resucitado en su “verdadero cuerpo”: la resurrección de la carne no es la reanimación de un cadáver, sino implica una experiencia de corporeidad diferente, aunque siempre en continuidad con la anterior». 

  

Sincera y realista también es la siguiente respuesta a una pregunta sobre el sufrimiento como manera para «acercarse a Dios». «Sí –afirma Scola–, pero no es tan fácil e inmediato. No me gusta la mística barata del sufrimiento. Cuando estaba en el hospital leía “La imitación de Cristo”, en donde el autor dice que hay que tener mucho cuidado porque la enfermedad puede conducir a la pérdida de la fe. La experiencia de la fragilidad del propio cuerpo equivale al peso cotidiano de la norte. Es lo que yo llamo “insuperabilidad de la dimensión corporal”, cuya percepción se da principalmente en la experiencia de la enfermedad, que implica una lucha cotidiana con la perspectiva de muerte». 

  

Angelo Scola, frente a la pregunta que plantea el dolor inocente, recuerda con aprecio las actitudes de los últimos dos Pontífices. «El Papa Francisco, a un niño que le preguntó por el motivo de su grave enfermedad, admitió que no tenía una respuesta. Y también Benedicto XVI se expresó de la misma manera cuando, en su visita a Japón, una niña le preguntó por qué Dios había permitido la terrible catástrofe del tsunami. En el Evangelio –comenta el arzobispo emérito de Milán– no hay una “teoría del dolor”, sino solamente la afirmación que encontramos en el discurso de la Montaña: “Beatos los que sufren…”. Trazando con las bienaventuranzas el propio retrato, Jesús no nos ha ofrecido explicaciones o justificaciones. Ha afrontado el sufrimiento llevándolo sobre sí. Por ello la única respuesta posible al misterio del dolor es una presencia. Ante ciertas situaciones de sufrimiento extremo no hay palabras, hay que estar en silencio y viendo al Crucificado. El dolor, más que comprendido, debe ser compartido». 

  

Qué diferencia frente a todos los que han reducido el cristianismo a la mecánica repetición de doctrinas o discursitos para cada ocasión (sobre todo mediática). Qué diferencia frente a todos los que han criticado a los dos Papa (en realidad, ça va sans dire, en particular a Francisco) por esas cristianísimas respuestas a los dos niños. “He apostado por la libertad” es un libro que provoca inquietud y por ello vale la pena leerlo.

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