Sarmiento con kipá

Sarmiento con kipá

Por Rabino Marcelo Polakoff

Ya en el primer siglo antes de la era común, hace más de dos mil años, a partir de Shimón ben Shetaj se había constituido la educación pública de los infantes en el pueblo de Israel.

Parte del secreto de la supervivencia del pueblo judío –después de cuatro milenios de una existencia nada sencilla, con una errancia monumental y un nivel de persecución muy poco envidiable– radica sin dudas en la insistencia permanente en el valor central de la educación.

Ya en el primer siglo antes de la era común, hace más de dos mil años, a partir de Shimón ben Shetaj –una especie de Sarmiento judío– se había constituido la educación pública de los infantes en el pueblo de Israel. Es decir, una suma de clases bastante elocuente… De hecho, el origen de la palabra “clase” está encerrado en la raíz hebraica “c.a.l.” o “c.o.l.” que significa “voz”, “sonido”, “llamado”.

¿Sorprende acaso que no casualmente comience de la misma manera la palabra castellana “clamor”? ¿Qué hay entonces del inglés “call”?

 

Aquella primigenia y lingüísticamente dispersa raíz semítica sigue dando clase. ¿Qué clase? La que vale la pena, porque constituye un llamado y porque se manifiesta en la construcción de una voz.

Un llamado a ser lo mejor que potencialmente podemos ser. Una voz que integre múltiples sonidos, pero que suene única, siempre en armonía con las demás voces y a tono del universo todo.

Una clase de clase que permita que el maestro ilumine al alumno a fin de que le transmita la maravilla de aprender a encenderse por sí mismo, para dar calor a quienes lo rodean con el fuego de su saber.

Una clase de clase que no tape la información con datos innumerables, que no oscurezca el conocimiento con tanta información y que no descuide la sabiduría en aras del conocimiento.

Una clase de clase que entienda que en cada banco se sienta un explorador de la vida que sueña, que juega y que aprende siempre de lo que se dice y de lo que se explica, pero mucho, muchísimo más, de lo que no se dice y de lo que sí se hace.

Una clase de clase que fomente la competencia, pero sólo contra uno mismo.

Que promueva el desagrado y la intolerancia, cuando se trata con lo injusto.

Que premie el error si se torna en punto de partida para un aprendizaje más completo. Que prefiera el esfuerzo antes que el éxito.

Que priorice los valores por sobre las cajas de valores, y las actitudes por sobre las aptitudes.

Si es así, ¡que empiecen ya!

*Rabino, miembro del Comipaz.

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