Santa Anita una tradición arraigada en la provincia

Santa Anita una tradición arraigada en la provincia

Se montan "ciudades" que se rigen con normas propias y pueden adquirirse toda clase de productos en miniatura.

 

La devoción a Santa Anita está muy arraigada entre los jujeños de todas las regiones de la provincia, quienes para esta época del año la honran montando "ciudades" que se rigen con normas propias y donde todo es diminuto.

Muchos le dan el nombre de "República de Santa Anita", siendo el común denominador la circulación de billetes simbólicos en miniatura que, generalmente, son canjeados por dinero real en el "banco" de la "ciudad".

Con el "dinero" en mano, se pueden comprar comidas, dulces y masas, además de adornos, libros y toda clase de objetos en miniatura. Las casitas son uno de los principales atractivos, además de los "títulos" que se adquieren en las universidades montadas en la "ciudad".

En la "iglesia" los devotos pueden "casarse", mientras que quienes incumplen las normas, por ejemplo intentar comprar con dinero real, suelen terminar "presos" en la "cárcel".

Para la Iglesia Católica, Ana, casada con Joaquín, fue la madre de María y por tanto la abuela de Jesús de Nazaret. En nuestra provincia, se la vincula con la niñez, los juguetes y las miniaturas.

Santa Ana es patrona de las mujeres trabajadoras y de los mineros, pues se considera a Jesús el oro y María la plata. También es patrona de las mujeres embarazadas a la hora del parto.

En las alturas

En La Quiaca se la venera cada 26 de julio. Todo se inicia con una misa y una feria similar a la fiesta de Las Alasitas que se celebra en las principales avenidas de La Paz (Bolivia) con productos en miniatura. Los feligreses expresan su devoción religiosa y el consumo de dulces por parte de los niños simboliza la ternura maternal de la abuela de Jesucristo.

Anteriormente este encuentro de fe era una oportunidad de trueque y cambalache, espacio de juego y esparcimiento para los vecinos estables y los mineros de la zona que bajaban hasta la feria a vender pepitas de oro, pedazos de plomo y otras piedras a los forasteros.

Cuenta la historia que en La Quiaca esta festividad une a la familia Sivila, siendo Manuela la primera dueña de la imagen que había llegado desde España a Tupiza y de ahí a Villazón, ambas ciudades bolivianas. Luego se sumaron a la organización las familias Morón, Mogro, Pacheco y Chávez.

Los mayores de la ciudad fronteriza relatan que meses antes de la feria, sacaban del ferrocarril los precintos de plomo para preparar con tiempo sellos con los cuales la gente accedía a las cédulas (números), las que al igual que monedas servían para adquirir golosinas, discos de vinilo, globos, alcancías y para participar de los juegos de azar y destrezas.

También había carreras de embolsados, palo ensebado, juego de las argollas, manzanas y ollas de barro con sorpresa.

Actualmente el encuentro continúa realizándose y su continuidad es gracias a viejos vecinos de los barrios adyacentes que contribuyen a la revalorización de la fe y las tradiciones. 

Sin duda, se trata de una de las festividades más importantes del calendario litúrgico de la provincia.

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