El quinto año de pontificado de Francisco, entre la soledad y las multitudes

El quinto año de pontificado de Francisco, entre la soledad y las multitudes

Jorge Bergoglio intenta implementar reformas, pero pese a su enorme popularidad, choca contra fuertes resistencias. 

El inicio del quinto año del pontificado de Francisco ha sido caracterizado por dos hechos que marcan el triunfo y las incertidumbres, los consuelos y la desolación de un Papa que conduce la barca de Pedro con una parte de la tripulación que rema en contra acentuando el contraste entre la soledad en la gestión de una Iglesia tan difícil de cambiar y las multitudes que mantienen su popularidad en un nivel altísimo.

La renuncia a la pontificia comisión de tutela a los menores de la irlandesa María Collins, ella misma víctima de un cura pedófilo en su país cuando era adolescente, develó cómo las resistencias y las maniobras en el Vaticano contra Jorge Bergoglio podían conseguir el triunfo de obligar a hundir silenciosamente el tribunal creado por el Papa hace dos años para juzgar a los obispos, que cubrían a los curas abusadores sexuales de menores. Este dramático forcejeo en los equilibrios del poder interno está en pleno desarrollo, pero al Papa argentino muchos que lo apoyan le piden cambiar de estrategia contra sus adversarios, pasando a la contraofensiva con un equipo reformista en la Curia o atenerse a consecuencias muy negativas.

Las preocupaciones eran muy grandes pero de golpe se vieron aliviadas. Tras recibir a los 27 líderes de la Unión Europa, en crisis de identidad por el abandono británico luego de 44 años y la agresiva hostilidad del presidente norteamericano Donald Trump, Bergoglio partió el sábado 25 de marzo a una gira apostólica de una sola jornada en Milán, la diócesis más grande de Europa, que nunca había visitado.

Para los parámetros “muchistas” de la Iglesia, el triunfo inesperado por sus dimensiones de la presencia del Papa en Milán superó todas las previsiones. Un millón de personas se movilizaron, sobre todo en el parque de Monza y en el estadio de San Siro, repleto de 80 mil jóvenes entusiastas.

Bergoglio estuvo en un barrio proletario y en la cárcel de Milán, aclamado por todos. A su regreso a Roma, el nuevo estallido de popularidad lo había reforzado como líder real. Ya no se habla más de una eventual renuncia. A los 80 años de edad, el Papa argentino ha comprendido que los que quieren esterilizar o liquidar su pontificado reformista son cada día peores en los sectores más conservadores de la Iglesia. Mejor que sepan que ahora Bergoglio seguirá adelante mientras pueda y que, como dijo no hace mucho “el destino final del Papa está aquí”, mientras visitaba las tumbas de los papas en las grutas vaticanas. Hasta se dice que eligió su propia tumba: la que alojó a Juan Pablo II hasta que fue hecho santo y transferido al piso principal de la basílica.

Bergoglio cree más en los procesos que en los hechos, sabe que el Cónclave que lo eligió el 13 de marzo de 2013 le dio el mandato de reformar el Estado pontificio, la Curia Romana, gobierno central de la Iglesia, y otras instituciones descalabradas en las feroces luchas internas durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que terminó dimitiendo (primera vez de un Papa en 600 años) porque había perdido el control del Vaticano. Joseph Ratzinger versión Papa emérito está por cumplir 90 años.

El mandato del Cónclave al argentino Bergoglio se extendía al relanzamiento de la fe católica, castigada por el retardo de la Iglesia en comprender y actuar en el mundo contemporáneo. El estilo que ha impuesto Francisco en su programa reformista parte de la constatación de que las dos tareas (reformar el gobierno y relanzar la fe católica) no podrán ser realizadas en un solo pontificado. Serán otros los que cosecharán la siembra de hoy, dice en sus diálogos.

De allí que otra característica del quinto año del pontificado ha comenzado dentro de la Iglesia a nivel de susurros y es el dibujo ideal de la identidad del futuro pontífice, heredero de Jorge Bergoglio. El Papa latinoamericano y jesuita ya ha nombrado 44 cardenales electores (menores de 80 años) y hacen falta tres o cuatro años para lograr los dos tercios del sacro colegio de 120 purpurados que aseguren la continuidad con el programa bergogliano.

Lo saben los más conservadores, que se alarman con la popularidad que va más allá de los católicos y hasta de los creyentes, porque a las masas atrae la novedad de la Iglesia pobre y de los pobres, que sale de las parroquias y renuncia “a un clericalismo que es la peor enfermedad”, va hacia la gente, prefiere comprender, consolar y ejercitar la misericordia con los últimos, los abandonados, los que se sienten solos y descartados, con una crítica global al “Dios dinero” y al capitalismo que ha logrado niveles de acaparamiento de las riquezas sin parangón. Sobre todo porque el estilo directo bergogliano lo muestra como “el Papa de la puerta de al lado”. Ningún otro personaje en el mundo alcanza sus niveles de popularidad.

Los progresistas esperan que Bergoglio descubra las cartas de nuevos cambios, aunque saben que en el terreno doctrinario no habrá muchas novedades. Pero Francisco aún es deudor de integrar a las mujeres, la otra mitad del cielo, en la presencia y la gestión del gobierno de la Iglesia, aunque no acepte llegar al sacerdocio femenino. Pero hasta ahora ese salto para que las féminas, que son mayoría en el catolicismo, adquieran aunque sea en parte el protagonismo que merecen, sigue en franco retardo.

También la “tolerencia cero” hacia los miembros pervertidos de la Iglesia que abusan de los menores es una obra que será titánica pero que debe ser acelerada y extendida a fondo, o para Bergoglio representará una derrota. Es un tema muy sensible para la opinión pública mundial y Francisco se juega buena parte de la credibilidad que ha ganado y que mantiene tan alta su popularidad. Los titubeos y la vieja cultura imperante en la Iglesia de cubrir a los culpables y evitar escándalos no pueden continuar o el precio a pagar será desastroso para el futuro.

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