“¡Ay de quien especula con el pan! Que la comida básica sea accesible para todos”

“¡Ay de quien especula con el pan! Que la comida básica sea accesible para todos”

Francisco en la misa para los católicos suizos: «Ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe cuidar a los hermanos». Y sobre el perdón: «Dios quiere de cada uno una amnistía general de las culpas ajenas»

«Ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana […] para que no haya indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano». El Papa Francisco celebra la misa al final de su viaje a Ginebra. En el Palexpo, que se encuentra en la zona de exposiciones al lado del aeropuerto. Lo esperaban miles de familias y de jóvenes que llegaron desde todos los rincones de Suiza, e incluso de la vecina Francia. 

  

En el fondo del altar estaba la silueta blanca de las montañas suizas, sobre las que destacaba un gran crucifijo blanco y luminoso. En la homilía, Francisco propuso tres palabras: «Padre, pan, perdón». Comenzó reflexionando sobre el Padre Nuestro, que aparece en el Evangelio de hoy, y recordó que «rezamos “en cristiano”: no a un Dios genérico, sino a un Dios que es sobre todo Papá. De hecho, Jesús nos ha pedido que digamos “Padre nuestro que estás en el cielo”, en vez de “Dios del cielo que eres Padre”. Antes de nada, antes de ser infinito y eterno, Dios es Padre». «Padre nuestro», continuó, «es por tanto la fórmula de la vida, la que revela nuestra identidad: somos hijos amados». 

Después Bergoglio sugirió: «la ecuación que nos indica lo que hay que hacer: amar a Dios, nuestro Padre, y a los demás, nuestros hermanos. Es la oración del nosotros, de la Iglesia», porque «cuando está el Padre, nadie está excluido; el miedo y la incertidumbre no triunfan. Aflora la memoria del bien, porque en el corazón del Padre no somos personajes virtuales, sino hijos amados. Él no nos une en grupos que comparten los mismos intereses, sino que nos regenera juntos como familia». 

  

«No nos cansemos de decir “Padre nuestro” –afirmó Francisco–: nos recordará que no existe ningún hijo sin Padre y que, por tanto, ninguno de nosotros está solo en este mundo. Pero nos recordará también que no hay Padre sin hijos: ninguno de nosotros es hijo único, cada uno debe hacerse cargo de los hermanos de la única familia humana», para que «no haya indiferencia hacia el hermano, hacia ningún hermano: ni hacia el niño que todavía no ha nacido ni hacia el anciano que ya no habla, como tampoco hacia el conocido que no logramos perdonar ni hacia el pobre descartado». 

  

Refiriéndose al pan, Francisco observó que es «sobre todo la comida suficiente para hoy, para la salud, para el trabajo diario; la comida que por desgracia falta a tantos hermanos y hermanas nuestros. Por esto digo: ¡Ay de quien especula con el pan! El alimento básico para la vida cotidiana de los pueblos debe ser accesible a todos». 

  

«Pedir el pan cotidiano –añadió– es decir también: “Padre, ayúdame a llevar una vida más sencilla”. La vida se ha vuelto muy complicada. Diría que hoy para muchos está como “drogada”: se corre de la mañana a la tarde, entre miles de llamadas y mensajes, incapaces de detenernos ante los rostros, inmersos en una complejidad que nos hace frágiles y en una velocidad que fomenta la ansiedad. Se requiere una elección de vida sobria, libre de lastres superfluos». 

  

«Elijamos la sencillez del pan –fue la invitación del Pontífice argentino– para volver a encontrar la valentía del silencio y de la oración, fermentos de una vida verdaderamente humana. Elijamos a las personas antes que a las cosas». Francisco recordó que, cuando era pequeño y se le caía el pan de la mesa, «nos enseñaban a recogerlo rápidamente y a besarlo. Valorar lo sencillo que tenemos cada día, protegerlo: no usar y tirar, sino valorar y conservar». 

  

Para concluir, la palabra «perdón». «Es difícil perdonar, siempre llevamos dentro un poco de amargura, de resentimiento, y cuando alguien que ya habíamos perdonado nos provoca, el rencor vuelve con intereses». Pero «Dios nos libera el corazón de todo pecado, perdona todo, todo, pero nos pide una cosa: que nosotros, al mismo tiempo, no nos cansemos de perdonar a los demás. Quiere que cada uno otorgue una amnistía general a las culpas ajenas. Tendríamos que hacer una buena radiografía del corazón, para ver si dentro de nosotros hay barreras, obstáculos para el perdón, piedras que remover». 

  

Bergoglio finalizó su homilía sugiriendo pedir la gracia de «no encerrarnos con un corazón endurecido, reclamando siempre a los demás, sino dar el primer paso, en la oración, en el encuentro fraterno, en la caridad concreta». 

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