¿Y quién se acuerda de De la Rúa?

¿Y quién se acuerda de De la Rúa?

Por: Ricardo Roa. Media noticias de la política: la candidatura de Roberto Lavanga y Luis D'Elía con su pelopincho. Al ex Presidente, grave, no lo visita nadie.

La noticia política de la semana es una media noticia como corresponde a las vacaciones: la media postulación presidencial de Lavagna. Fue media noticia también porque compitió con un dólar que por primera vez en mucho tiempo tiene un mes tranquilo.

Menos que una media noticia, un completo grotesco, fueron las pelopincho que D’ Elía, Boudou y Zaffaroni llevaron al Obelisco para pedir la libertad de Milagro Sala, obviamente ausente por causas de fuerza mayor. Ni Durán Barba lo hubiese planeado mejor.

Por debajo de estas cosas hay otras cosas que lastiman: el ex presidente De la Rúa sigue grave y la política apenas se interesa por él y cuando se interesa se interesa por teléfono. Ni siquiera Macri, como presidente, se asoma por el sanatorio. Eso habla de nuestra política y de nuestros políticos.

El tiempo permite mejores síntesis de las situaciones complejas y a De la Rúa la primera asociación que lo atraviesa es la trágica crisis del 2001. Quedó preso de la convertibilidad de Menem y no supo o no quiso o no tuvo suficiente solidaridad ajena para ponerle fin. Es la cuestión fundamental que nada ingenuamente se fue convirtiendo en solamente personal.

De la Rúa reclutó cinco economistas en su gabinete. Tuvo el mejor equipo y la peor gestión. Terminó llamando a su viejo amigo Cavallo, pensando que el padre de la convertibilidad era el único capaz de salir de la convertibilidad sin salir del todo de la convertibilidad. El Mesías fracasó y el peronismo, que justo con Cavallo había apresurado la ida antes de tiempo de Alfonsín, consiguió repetir con De la Rúa. Tampoco tenía claro cómo: hubo cinco presidentes en una semana.

En ese juego de poder y de crisis ayudó en contra la personalidad de De la Rúa. Desconfiado, cuidadoso de las formas y los detalles y con poco carisma. Tuvo astucia para construir una imagen que lo llevó a la presidencia como candidato de una coalición de centroizquierda siendo él conservador. Pero no tuvo astucia para ejercerla. Ya presidente electo y en una reunión con los que serían sus ministros, protagonizó un episodio que lo define de cuerpo entero. La discusión estaba trabada. De la Rúa se levantó, salió y al volver dijo: “mantengamos la indefinición hasta que sea insostenible”. Parece un chiste. No fue un chiste. Eso era él: la indefinición.

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Fue el último político clásico. No había llegado al radicalismo: nació en el radicalismo. Y produjo una especie de milagro: como candidato a senador porteño derrotó al nacionalista Marcelo Sánchez Sorondo, el candidato de Perón. De la Rúa era un desconocido a quien la tribu de radicales porteños puso a la cabeza de la lista por su prestigio como abogado y profesor universitario.

También fue un presidente ajeno a la corrupción, lo que no es poco. La mancha de la Banelco es una mancha, aunque comparada con las manchas del kirchnerismo incontables como las estrellas, es una pequeña mancha. De la Rúa merece mejor trato. Al final del camino, los gestos humanos son los que más nos definen.

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