«La Puerta Santa se cierra, pero la misericordia permanece abierta de par en par»

«La Puerta Santa se cierra, pero la misericordia permanece abierta de par en par»

En la homilía final del Jubileo, Francisco invitó a «volver a descubrir el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera»

ANDREA TORNIELLI - CIUDAD DEL VATICANO

«Aunque se cierre la Puerta Santa, permanece abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo». Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa para la fiesta de Cristo Rey, después de haber cerrado, al inicio de la celebración, las hojas de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, por la que pasaron millones de peregrinos durante este año. Francisco invitó a «volver a descubrir el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica en el amor, misionera».

El Papa, que concelebró con los nuevos cardenales «creados» en el Consistoriode ayer, sábado 19 de noviembre, recordó cuál es la verdadera «realeza» de Jesús, quien en la cruz se muestra «sin poder y sin gloria», y «parece más un vencido que un vencedor». La grandeza de su reino, explicó, «no es la potencia según el mundo, sino el amor de un Dios, un amor capaz de alcanzar y resanar cualquier cosa. Por este amor Cristo se abajó hasta nosotros, habitó nuestra miseria humana, sintió nuestra condición más ínfima».

De esta manera, siguió Francisco, «nuestro Rey se empujó hasta los confines del universo para abrazar y salvar a cada ser vivo. No nos condenó, ni siquiera nos conquistó, nunca violó nuestra libertad, sino que se hizo camino con el amor humilde que perdona todo, que espera todo, que soporta todo. Solo este amor venció y sigue venciendo a nuestros grandes adversarios: el pecado, la muerte, el miedo».

Bergoglio  explicó que sería muy poco «creer que Jesús es Rey del universo y centro de la historia, sin que lo convirtamos en Señor de nuestra vida», sin acogerlo y sin hacer propio «su modo de reinar». Después recordó las diferentes actitudes frente al Nazareno: la del pueblo que se queda viendo mientras lo condenan, la tentación de «quedarse en la ventana», de «tomar distancias de la realeza de Jesús» frente «a las circunstancias de la vida o a nuestras esperanzas no realizadas», sin «aceptar hasta el fondo el escándalo de su amor humilde, que inquieta a nuestro yo, que incomoda». Después está la actitud de los jefes del pueblo, de los soldados y de uno de los ladrones crucificados, que se ríen de Jesús. «Le dirigen la misma provocación: “¡Sálvate a ti mismo!”. Es una tentación peor que la del pueblo. Aquí tientan a Jesús, como hizo el diablo al principio del Evangelio, para que renuncie a reinar a la manera de Dios, y que lo haga según la lógica del mundo: ¡que descienda de la cruz y derrote a los enemigos!». Es decir «que prevalezca el yo con su fuerza, con su gloria, con su éxito. Es la tentación más terrible».

«¡Cuántas veces —comentó Bergoglio refiriéndose a la actitud de la Iglesia—, también entre nosotros, se han buscado las satisfactorias seguridades que ofrece el mundo! Cuántas veces hemos sido tentados de descender de la cruz. La fuerza de atracción del poder y del éxito ha parecido una vía fácil y rápida para difundir el Evangelio, olvidando de prisa cómo actúa el Reino de Dios». Y Francisco invitó a volver a descubrir «el rostro joven y bello de la Iglesia, que resplandece cuando es acogedora, libre, fiel, pobre en los medios y rica de amor, misionera».

«La misericordia, llevándonos al corazón del Evangelio —continuó el Papa— nos exhorta también a renunciar a costumbres y hábitos que pueden obstaculizar el servicio al Reino de Dios; a encontrar nuestra orientación solo en la perenne y humilde realeza de Jesús, y no en la adecuación a las precarias realezas y a los cambiantes poderes de cada época».

El último de los ejemplos de actitud frente a Jesús es el del buen ladrón. «Creyó en su Reino. Y no se encerró en sí mismo, sino que con sus errores, con sus pecados y sus problemas se dirigió a Jesús. Pidió ser recordado y sintió la misericordia de Dios: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. Dios, si apenas le damos la posibilidad, se acuerda de nosotros. Él está listo para cancelar completamente y para siempre el pecado, porque su memoria no registra el mal hecho y no tiene siempre en cuenta los entuertos sufridos, como la nuestra. Dios no tiene memoria del pecado, sino de nosotros, de cada uno de nosotros, sus amados hijos. Y cree que siempre es posible volver a comenzar, volver a levantarse».

Francisco concluyó agradeciendo por lo que ha suscitado el Jubileo en el mundo, y recordó que «permanece siempre abierta de par en par para nosotros la verdadera puerta de la misericordia, que es el corazón de Cristo». «Agradezcamos por esto y acordémonos de que hemos sido investidos de misericordia para revestirnos de sentimientos de misericordia, para convertirnos también en instrumentos de misericordia».

Durante el Ángelus, Francisco saludó al Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, y expresó «vivo reconocimiento a los responsables del gobierno italiano y de las demás instituciones por la colaboración y el compromiso profuso» por el Jubileo. El Papa agradeció a las fuerzas del orden, a los agentes de los servicios de acogida, de información, sanitarios y voluntarios de toda edad y origen. Agradeció «de manera particular al Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización». Al final dedicó un «grato recuerdo» a todos los que contribuyeron espiritualmente con el éxito del Jubileo: «Pienso en muchas personas enfermas y ancianas, que han rezado incesantemente, ofreciendo también sus sufrimientos por el Jubileo. De manera especial, quisiera agradecer a las monjas de clausura», e invitó a todos «a tener un particular recuerdo por estas hermanas nuestras que se dedican totalmente a la oración y necesitan solidaridad espiritual y material».

Al final de la ceremonia, el Papa firmó la Carta apostólica «Misericordia et misera», dirigida a toda la Iglesia para seguir viviendo la misericordia con la misma intensidad con la que se vivió durante el Jubileo. Recibieron la carta de las manos del Papa el cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila (una de las tres mayores metrópolis del mundo), monseñor Leo William Cushley, arzobispo de Saint Andrews y Edimburgo, dos sacerdotes Misioneros de la Misericordia, de la República Democrática del Congo y de Brasil, un diácono permanente de la diócesis de Roma (con su familia), dos monjas de México y Corea del Sur, una familia estadounidense, una pareja de jóvenes prometidos, dos madres catequistas de una parroquia de Roma, una persona con discapacidad y una persona enferma. La Gendarmería Vaticana calcula que participaron alrededor de 70.000 fieles en la clausira del Jubileo Extraordinario de la Misericordia en la Plaza San Pedro.

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