“No se puede conservar la doctrina sin hacer que progrese”

“No se puede conservar la doctrina sin hacer que progrese”

En las palabras de Francisco al Congreso por los 25 años del Catecismo, la clave para leer también el actual debate sobre “Amoris laetitia”

por ANDREA TORNIELLI

 

El tema que el Papa Francisco quiso subrayar en su discurso para el encuentro promovido por el dicasterio para la Nueva Evangelización fue el de la pena de muerte y de la necesidad de ampliar en el Catecismo el espacio que se le dedica. Era natural que este argumento llamara la atención de los medios de comunicación, considerando su actualidad. Pero el discurso del Pontífice también sirvió para insistir en que la doctrina y la Tradición se pueden conservar verdaderamente y heredar solamente haciendo que progresen. Consideraciones basadas en los Padres de la Iglesia y en los Concilios, que ayudan a enmarcar incluso el debate sobre los otros temas en discusión en los que se cita la fidelidad a la doctrina. 

 

Francisco citó, antes que nada, la frase célebre de San Juan XXIII, quien, inaugurando el Concilio Vaticano II, el 11 de octubre de 1962, dijo que es necesario que la Iglesia no se aleje «del sacro patrimonio de las verdades recibidas por los padres; pero al mismo tiempo debe ver también el presente, las nuevas condiciones y formas de vida que han abierto caminos al apostolado católico». «Nuestro deber —continuaba el Papa de Bérgamo— no es solamente custodiar este tesoro precioso, como si nos preocupáramos únicamente por la antigüedad, sino dedicarnos con solícita voluntad y sin temor a esa obra que nuestra edad exige, prosiguiendo así el camino que la Iglesia hace desde hace casi veinte siglos». 

 

El Papa Bergoglio explicó que «custodiar» y «progresar» es «lo que compete a la Iglesia por su misma naturaleza, para que la verdad impresa en el anuncio del Evangelio por parte de Jesús pueda alcanzar su plenitud hasta el fin de los siglos». El mismo san Juan Pablo II, al presentar el nuevo Catecismo de la Iglesia católica, sostenía que « tener en cuenta las explicitaciones de la doctrina que en el curso de los tiempos el Espíritu Santo ha sugerido a la Iglesia. Es necesario, además, que ayude a iluminar con la luz de la fe las situaciones nuevas y los problemas que en el pasado todavía no habían surgido». Los desafíos del presente no son los de hace un siglo y ni siquiera los de hace treinta años. Por ello se celebran Concilios y Sínodos, y por ello se celebraron dos asambleas de los obispos para discutir sobre el matrimonio y la familia, en contextos sociales que cambian a una velocidad sostenida. 

 

«No es suficiente —explicó Francisco— encontrar un lenguaje nuevo para decir la fe de siempre; es necesario y urgente que, ante los nuevos desafíos y perspectivas que se abren para la humanidad, la Iglesia pueda expresar las novedades del Evangelio de Cristo que, aún estando encerradas en la Palabra de Dios, todavía no han salido a la luz. Es ese tesoro de “cosas antiguas y nuevas” del que hablaba Jesús, cuando invitaba a sus discípulos a enseñar lo nuevo que él traía sin descuidar lo antiguo». Después de haber recordado, retomando uno de los textos del Catecismo Romano al que dio valor el nuevo Catecismo, que afirma que «toda la sustancia de la doctrina y de la enseñanza debe orientarse a la caridad que nunca tendrá fin. De hecho, ya se expongan las verdades de la fe o los motivos de la esperanza o los deberes de la actividad moral, siempre y en todo hay que dar relieve al amor de Nuestro Señor», el Papa Francisco volvió a hablar sobre la Tradición como «una realidad viva». 

 

«Solo una visión parcial —expresó Francisco— puede pensar en el “depósito de la fe” como una cosa estática. ¡La Palabra de Dios no puede ser conservada en naftalina como si se tratara de una vieja manta que hay que proteger contra los parásitos! No. La Palabra de Dios es una realidad dinámica, siempre viva que progresa y crece porque tiende a un cumplimiento que los hombres no pueden detener». El Papa insistió en la «afortunada fórmula» de san Vincenzo de Lérins: “annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate”, es decir que también el dogma de la religión cristiana «progresa, consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, sublimándose con la edad». Una fórmula, afirmó Francisco, que pertenece ! a la peculiar condición de la verdad revelada en su ser transmitida por la Iglesia, y no significa para nada un cambio de doctrina». 

 

Entonces, «no se puede conservar la doctrina sin hacer que progrese, ni se la puede atar a una lectura rígida e inmutable, sin humillar la acción del Espíritu Santo. “Dios, que muchas veces y en diferentes maneras en los tiempos antiguos habló a los padres”, “no cesa de hablar con la Esposa de su Hijo”. Esta voz estamos llamados a hacer nuestra con una actitud de “religiosa escucha”, para permitir que nuestra existencia eclesial progrese con el mismo entusiasmo del inicio, hacia nuevos horizontes que el Señor pretende hacer que alcancemos». 

 

Con respecto a los cambios significativos que indican que la doctrina debe considerar «también el presente, las nuevas condiciones», como afirmaba el Papa Roncalli, se puede recordar el gran salto que representó la «Familiaris consortio» de Juan Pablo II. En esa exhortación post-sinodal, Wojtyla dejó muy clara la existencia de circunstancias atenuantes: «Sepan los pastores que, por amor de la verdad, están obligados a discernir bien las situaciones. Hay, efectivamente, diferencia entre cuantos sinceramente se han esforzado por salvar el primer matrimonio y han sido abandonados completa e injustamente, y cuantos por su grave culpa han destruido un matrimonio canónicamente válido. Están, para concluir, aquellos que han contraído una segunda unión en vista de la educación de los hijos y, a veces, están subjetivamente seguros, en consciencia, de que el matrimonio anterior, irreparablemente destruido, nunca había sido válido». 

 

Y afirmaba, rompiendo con una tradición secular, que los divorciados en segunda unión, que por diferentes motivos no podían volver a los respectivos matrimonios ya fracasados, podían acceder a los sacramentos si se comprometían a vivir como hermano y hermana, es decir absteniéndose de tener relaciones sexuales. Esta decisión, en aquel momento, representaba una importante novedad. Los divorciados que se habían vuelto a casar y que estuvieran dispuestos a vivir como hermano y hermana (circunstancia que, obviamente, se relaciona con su intimidad y no se encuentra escrita en los documentos de identidad ni otras identificaciones), podían no solo ser acogidos en la comunidad cristiana, sino también participar en la Eucaristía. 

 

Algunos años más tarde, en la carta al cardenal Penitenciero Mayor William Wakefield Baum (22 de marzo de 1996), el Papa Wojtyla afirmó: «Conviene, además, recordar que una cosa es la existencia del sincera proposición y otra cosa es el juicio de la inteligencia sobre el futuro: es, efectivamente, posible que, incluso en la lealtad del propósito de no pecar, la experiencia del pasado y la consciencia de la actual debilidad despierten el temor de nuevas caídas; pero ello no perjudica la autenticidad del propósito, cuando a ese temor se haya unido la voluntad, sostenida por la oración, de hacer lo que es posible para evitar la culpa». Un año más tarde, en el «vademecum» para los confesores en materia de moral familiar, redactado por el cardenal Alfonso López Trujillo, se leía que volver a caer en los «pecados de contracepción no es en sí mismo motivo para negar la absolución; esta no se puede impartir si faltan el suficiente arrepentimiento o el propósito de no volver a caer en el pecado». 

 

Una reflexión más detallada y calmada sobre la historia de la Iglesia y sobre la teología ayudaría a comprender, por ejemplo, que es tradicional enseñanza de «Amoris laetitia» cuando afirma que en la evaluación de la culpa puede haber atenuantes. En el capítulo 8 de la exhortación que es fruto de dos Sínodos, el Papa, siguiendo el camino de esta tradición, concedió espacio a la posibilidad (sin caer en la casuística y sin permisivismo o «luz verde» indiscriminada) de que en algún caso los divorciados que están en segunda unión (que no logren vivir como hermano y hermana, pero que se den cuenta de su condición y comiencen un camino) puedan acceder incluso a los sacramentos, después de un periodo de discernimiento en compañía de un sacerdote. Como, por lo demás, sucedía en el pasado en algunos casos con la relación con el confesor. 

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