Una fe de pueblo y un Papa que «sigue a la Iglesia»

Una fe de pueblo y un Papa que «sigue a la Iglesia»

El viaje a América Latina del Pontífice onfirma la vitalidad del catolicismo del Continente

Por ANDREA TORNIELLI

“La Iglesia latinoamericana tiene una gran riqueza: es una Iglesia joven. Es joven, con cierta frescura, también con algunas informalidades, no es tan formal…”. Con estas palabras Papa Francisco, al concluir el ‘tour de force’ latinoamericano que lo llevó a Ecuador, Bolivia y Paraguay, habló sobre el papel de la Iglesia de la región. “Yo quise dar ánimo a esta Iglesia joven y creo que puede darnos tanto a nosotros. La riqueza de este pueblo y de esta Iglesia viva, es una Iglesia de vita”, aunque con “muchos problemas”. No hay que tener miedo “de esta juventud”, de esta frescura de la Iglesia, aunque pueda ser también una Iglesia indisciplinada: “con el tiempo se disciplinará, pero nos da mucho vigor”.

Una Iglesia poco “formal”, a veces un poco “indisciplinada”, pero viva. Se comprende por qué, más que “dar ánimo” a las comunidades de los países visitados, Francisco parece casi haber ido a recargar las pilas, en una serie de encuentros “de frontera”, cuando se corre el riesgo, al salir de las Iglesias y de las sacristías, de tener algún accidente.

En la conferencia de prensa durante el vuelo de regreso de Paraguay a Roma, Francisco respondió a una pregunta sobre su discurso a los movimientos populares y sobre la posibilidad de que la Iglesia lo siga. Dijo lo siguiente: “Soy yo el que sigue a la Iglesia aquí, porque simplemente predico la doctrina social de la Iglesia”. El Papa que “sigue”, es tal vez la imagen más sugestiva para describir esa “teología del pueblo”, es decir esa particular teología de la liberación que fue profundizada en Argentina.

No sirven los análisis marxistas para interpretar la realidad. Y no es necesario, principalmente, transformar en ideología la atención por los pobres y por los excluidos. Hay que, como hace el Papa, “seguir a la Iglesia”, es decir al pueblo de Dios, sus devociones simples y enraizadas, su capacidad de ofrecer un verdadero testimonio evangélico. Hay que aprender de los pobres y de los últimos, dejarse evangelizar por ellos. No hay que olvidar nunca que no existen pobres como categoría o como estadística, pues se trata de personas con nombres, rostros, historias de vida.

A final de cuentas, ¿qué significa la semana que el primer Papa latinoamericano pasó en su continente, si no un dejarse conducir por la fe del pueblo? Esa fe de los millones que participaron en las misas de Guayaquil, Quito, Santa Cruz de la Sierra y Asunción. Esa devoción que se expresa en los santuarios marianos.

Siguiendo el hilo conductor de las homilías de Francisco, sin extrapolar frases que nos digan cómo acabará la partida del Sínodo sobre la familia, se descubre una mirada y la indicación concreta para una Iglesia que evangeliza acogiendo, saliendo de sí misma, sacrificándose.  Una Iglesia que sabe estar cerca del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Una Iglesia que no se percibe como algo alejado del pueblo y que logra ser verdaderamente ella misma cuando se hace sierva y se da por completo, como María. Cuando sabe acercarse aniquilándose para que resplandezca solo la luz del Dios hecho hombre, que se “abajó” y murió por la salvación del mundo. No cuando cree que brilla con luz propia y se auto-complace con los espacios conquistados, con las estrategias que ha puesto en marcha, con todas esas teorías artificiosamente construidas sin tener en consideración la vida real o cuando intenta clasificar la vida real con esquemas y lenguajes auto-referenciales, ni con ese sentirse en su sitio doctrinalmente hablando o con su poder.

En el documento de aparecida (2007), que constituye la trama del Pontificado de Francisco, se lee: “La piedad popular […], en el ambiente secularizado en el que viven nuestros pueblos, sigue siendo una grandiosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia, y un canal de transmisión de la fe”. En esta espiritualidad popular que viven sus hijos más humildes hay un “rico potencial de santidad y de justicia social”. El Papa fue a animar y a dar valor. Pero también a respirar un poco de oxígeno.

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