“Me preocupan los jóvenes «virtualizados», ven el teléfono y no estrechan la mano”

“Me preocupan los jóvenes «virtualizados», ven el teléfono y no estrechan la mano”

El Papa Francisco en San Juan de Letrán durante el encuentro con la diócesis de Roma sobre las “enfermedades espirituales”: «Tal vez nos hemos encerrado en nosotros mismos, en las parroquias hay evidente cansancio». «El pueblo de Dios es el sistema inmunitario de la Iglesia»

En una Roma en la que es evidente «un general y sano cansancio de las parroquias, tanto por girar en círculos como por haber perdido el camino que hay que recorrer», el Papa Francisco invitó a «escuchar el grito del pueblo» y huir de la tentación de la «auto-referencialidad». Los peligros son múltiples: «esterilidad», individualismo «hipertrófico», fracturación social, «asilamiento», «miedo de existir». Es decir convertirse en un «no-pueblo», obligado a «volver a hacer una vez más la alianza con el Señor». 

  

Francisco dialogó con “su” diócesis en la basílica de San Juan de Letrán, a la que llegó a las 19 en punto de este lunes 14 de mayo de 2018. Lo escucharon los obispos y los sacerdotes, los religiosos y los capellanes, los laicos y los agentes pastorales. Guiados por el vicario Angelo De Donatis, concluyeron el camino de reflexión sobre las “enfermedades espirituales” que comenzaron las diferentes prefecturas al principio de la Cuaresma. 

  

Precisamente a partir del resumen del trabajo de las parroquias, elaborado por una Comisión diocesana, Francisco reflexionó con su diócesis. Pero antes el Papa respondió a cuatro preguntas. Una fue sobre uno de sus temas preferidos: los jóvenes. Y el Papa recordó sus impresiones sobre el pre-Sínodo de mediados de marzo, en el que participaron 315 chicos del mundo (en sintonía con otros 30 mil conectados desde sus países de origen): «Una buena impresión, trabajaron seriamente, incluso hasta las cuatro de la mañana, según me contaron los secretarios Sala y Costa, para el documento», que es «bellísimo, fuerte», afirmó el Pontífice argentino. 

  

Pero también denunció uno de los problemas más graves de las nuevas generaciones: la droga, entendida como «alienación cultural». «Los jóvenes son una presa fácil… Todas las propuestas que les hacen a los jóvenes son alienantes: de los valores, de la sociedad, de la realidad, proponen fantasía de vida. Me preocupa –confesó Bergoglio– que se comuniquen y vivan en el mundo virtual. Así, sin los pies sobre la tierra». Al respecto recordó su visita del viernes pasado a la sede romana de Scholas Occurrentes, en donde inauguró a través de la red las nuevas sedes en África y América de la fundación: «Había muchísimos jóvenes, hacían lío, lío. Estaban contentísimos de verme, pero pocos daban la mano, la mayor parte de ellos estaba con el teléfono: “¡Foto, foto, selfie, selfie!”. Su realidad es esa, ese es su mundo real, no el contacto humano. Y esto es grave. Son jóvenes “virtualizados”. El mundo de las comunicaciones virtuales es bueno, pero cuando se vuelve enajenante hace que te olvides de dar la mano, hace que saludes con el teléfono». 

  

Entonces, dijo el Papa, hay que «hacer que los jóvenes aterricen en el mundo real, sin destruir las cosas buenas que puede tener el mundo virtual». En este sentido, ayudan mucho las obras de misericordia: «Hacer algo por los demás, esto los concretiza, entran en una relación social». También es fundamental el diálogo con los ancianos: «con los padres no, porque son de una generación cuyas raíces no son muy firmes»; en cambio, el diálogo con los «viejos» ayuda a los «jóvenes desarraigados» a volver a encontrar las raíces necesarias «para seguir adelante».  

  

La segunda pregunta planteada en el encuentro, fue acerca de la necesidad de recuperar la relación de comunión de los feligreses con la Diócesis, retomando «el gusto de ser parte del pueblo de Dios», evitando el riesgo de crear «fieles consumidores de un bienestar espiritual», que buscan solamente la novedad o el estímulo de experiencias individuales sin entrar en el misterio de «la encarnación», sobre todo en una ciudad como Roma, donde las congregaciones y las instituciones están centralizadas. En este sentido, el Papa, habló sobre la importancia de «fortalecer nuestro organismo», consolidando la identidad cristiana como Pueblo de Dios, ya que la «espiritualidad comunitaria nos cura», porque consiste en compartir con los demás la fe, sin buscar «aligerar la espiritualidad», puesto que a menudo, corremos el riesgo de seguir a «un Dios sin Cristo, a un Cristo sin Iglesia y a una Iglesia sin Pueblo». 

  

La tercera pregunta fue sobre el tema de la armonía espiritual, tan difícil de conciliar en la vida de la parroquia, así como en las actividades propuestas por la diócesis, ya que a veces resulta sencillo perder el entusiasmo debido a la rutina, las preocupaciones externas y la dificultad para llegar a un acuerdo común a la hora de ponerlas en práctica. Y más aún, conociendo la urgencia de encontrar una dirección y un horizonte concreto. El Papa recordó al respecto lo que decía San Basilio: «el Espíritu Santo es la armonía», capaz de poner orden en la vida espiritual, parroquial y comunitaria. Por ello, el Pontífice propuso buscar la fuerza del Espíritu de Dios, «que nos acompaña para que no caigamos el riesgo de sumar en la vida sin armonizar», y para ello propuso tres puntos centrales que pueden ayudar a encontrar esta armonía: «encontrar a Cristo en el Evangelio, «leer el Evangelio cada día»; practicar la oración, ya que, si lees el Evangelio «te vienen ganas de hablar con el Señor y hacer un diálogo con Él»; y poner en práctica las obras de misericordia. 

  

Después Francisco pasó al “discurso formal”: «Son 10 páginas, si quieren dejo lo escrito y me voy a mi casa», bromeó. Entre los aplausos generales comenzó a leer y explicó que el camino sobre las “enfermedades espirituales” («Es la primera vez que escucho el resultado de un análisis diocesano») no concluye aquí, sino que prosigue y se amplía para producir «algo nuevo, inédito y querido por el Señor». La Iglesia de Roma debe «reconciliarse y recobrar una mirada verdaderamente pastoral (atenta, premurosa, benévola, involucrada), tanto hacia sí misma como hacia su historia, tanto hacia el pueblo a la que ha sido enviada», dijo Bergoglio. 

  

También invitó a que el año próximo sea «una especie de preparación de la mochila» para poner en marcha un itinerario cuyo objetivo sea alcanzar «nuevas condiciones de vida y de acción pastoral, que respondan más a la misión y a las necesidades de los romanos de este tiempo nuestro; más creativas y liberadoras también para los presbíteros y para los que más colaboran directamente en la misión y en la construcción de la comunidad cristiana». 

  

El Papa animó a la diócesis de Roma a no quedarse estancada en esas «esclavitudes», en esas «enfermedades», que «han acabado por volvernos estériles». Así como para el pueblo de Israel en el Éxodo, también ahora hay un pueblo, el de Roma, que vive en bajo el jaque de un Faraón, es decir de un «poder que se pretende divino y absoluto, y que quiere impedirle al pueblo que adore al Señor, que le pertenezca, convirtiéndolo, por el contrario, en esclavo de otros poderes y de otras preocupaciones». Preguntémonos, dijo el Papa, quién es este Faraón, para reconocer «humildemente nuestras debilidades» y compartirlas con los demás. De esta manera se hace evidente una verdad: que «hay un don de misericordia y de plenitud de vida para nosotros y para todos los que viven en Roma». 

  

«Tal vez –observó Francisco– nos hemos encerrado en nosotros mismos y en nuestro mundo parroquial porque en realidad hemos descuidado o no hemos hecho seriamente las cuentas con la vida de las personas que nos habían sido encomendadas (las de nuestro territorio, de nuestros ambientes de vida cotidiana), mientras el Señor siempre se manifiesta encarnándose aquí y ahora, es decir también y precisamente en este tiempo tan difícil de interpretar, en este contexto tan complejo y aparentemente alejado de Él». Alienante.  

 

Tal vez por ello se ha llegado a una condición de «limitación sofocante, de dependencia de cosas que no son el Señor»; «nos hemos conformado con lo que teníamos: nosotros mismos y nuestras “ollas”», las que usaban los israelíes para cocer los ladrillos que después habría usado el Faraón. Entonces, por una parte, la «hipertrofia del individuo», es decir ese «yo que no logra volverse persona, vivir de relaciones, y que cree que las relaciones con los demás no es necesario para él»; por otra, nuestras “ollas”, es decir «nuestros grupos, nuestras pequeñas pertenencias, que se han revelado al final auto-referenciales, no abiertas a la vida entera». 

  

«Nos hemos replegado sobre preocupaciones de administración ordinaria, de sobrevivencia», subrayó el Papa Francisco. «Es un bien que esta situación nos haya cansado (es una gracia el cansancio), nos haga desear salir». Y, para salir, el primer paso es «escuchar el grito que sale de nuestra gente de Roma, preguntándonos: ¿en qué sentido este grito expresa una necesidad de salvación, es decir de Dios? ¡Cuántas situaciones, entre las que han surgido de los análisis que han hecho ustedes, expresan, en realidad, precisamente ese grito!», afirmó Bergoglio. «La invocación de que Dios nos muestre y nos saque de la impresión de que nuestra vida es inútil y como expropiada por el frenesí de las cosas que hay que hacer y por un tiempo que constantemente se nos escapa entre las manos; expropiada por las relaciones puramente utilitarias y poco gratuitas, por el miedo del futuro; expropiada también por una fe concebida solamente como cosas que hacer y no como una liberación que nos renueva a cada paso, bendecidos y felices con la vida que levamos». 

  

Es decir, está claro: el camino de la diócesis de Roma requiere otra etapa que sirva para «interpretar, a la luz de la Palabra de Dios, los fenómenos sociales y culturales» en los que estamos sumergidos. El Papa indicó que hay muchos santos entre las personas,  «gente que tal vez no hace catecismo», pero que «ha sabido dar un sentido de fe y de esperanza a las experiencias elementales de la vida; que ha convertido en el significado de su existencia al Señor». Precisamente «dentro de esos problemas, de esos ambientes y de esas situaciones de las que nuestra pastoral ordinaria permanece normalmente lejana». «Nuestra Iglesia debe mucho a personas que se han quedado en el anonimato, pero que han preparado el porvenir de Dios», afirmó el Pontífice. 

  

Y exhortó a las comunidades romanas a «ofrecer y generar relaciones en las que nuestra gente pueda sentirse conocida, reconocida, acogida, bien querida, es decir: parte no anónima de un todo». «No debemos inventarnos otras cosas –concluyó el Papa–, nosotros ya somos este instrumento que puede ser eficaz», siempre y cuando «nos volvamos sujetos de esa que en otra ocasión he llamado la revolución de la ternura». Y podrá ser enriquecida «por las sensibilidades, por las miradas, por las historias de muchos». 

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