La peor inflación en dos años

La peor inflación en dos años

El índice de inflación que hoy dará a conocer el Indec será el peor en dos años. Tal como descuentan tanto el Gobierno como las consultoras privadas, se ubicará entre el 3,6% y el 4%.

El índice de inflación que hoy dará a conocer el Indec será el peor en dos años. Tal como descuentan tanto el Gobierno como las consultoras privadas, se ubicará entre el 3,6% y el 4%. En seis meses, el acumulado habrá sido de alrededor del 16% y en el último año, del 30%, el mismo piso que se vaticina para este 2018. 

Nadie podrá culpar por ello al destino, a la fatalidad, a un castigo divino. Las razones son terrenales y vernáculas: por ejemplo, la torpeza de una gestión que alentó una descontrolada corrida cambiaria en beneficio de un puñado de especuladores -algunos de ellos muy allegados al Gobierno-, permitiendo que en unos pocos días se fugaran millones de dólares. Sin un plan productivo que fomente la generación de divisas por sus propios medios, la crónica (vieja, remanida) tenía final anunciado: el dólar escaseó en el mercado y su valor se disparó, impactando en el resto de los precios (combustibles, transporte, tarifas, alimentos), hundiendo el poder adquisitivo a la mitad y tirando por la borda la ilusoria meta oficial del 15%.

A punto tal que ya el Gobierno no se anima a jugar a las apuestas en materia de inflación.

Un barco averiado, un capitán desorientado

La Argentina entraba así, como reconoció el presidente Mauricio Macri, en zona tormentosa. El barco estaba averiado y, a la deriva, se lo hundió más: nos endeudamos (nos endeudaron) para conseguir los dólares que no generábamos, el Gobierno nos llevó de rodillas al FMI (que a cambio impuso el ajuste que mejor ni recordar), y se subieron exponencialmente las tasas de interés, como último manotazo de ahogado para seducir a un mercado que mira con recelo al peso argentino. 

La devaluación incendiando los salarios y las tasas de interés altas, que vuelven imposible el financiamiento de las PyMes, pero también de los consumidores fueron el cóctel ideal para configurar el peor de los escenarios: inflación con recesión, enfriando el consumo, destruyendo el mercado interno y buscando, por esa vía perversa, frenar la suba de precios.

Dinamitar, desaparecer, esconder

La escena la imaginó Quino hace más de medio siglo. Pero parece escrita hoy. Mafalda y Susanita pasan frente a un indigente. “Me parte el alma ver gente pobre”, dice la niña de pelo negro. “A mí también”, agrega Susanita. “¡Habría que darles techo, trabajo, protección y bienestar!”, reclama Mafalda. Y en un remate cínico, sarcástico, su amiga simplifica: “¿Para qué tanto? Bastaría con esconderlos”.

Pero la realidad puede superar a la ficción. Ahora, parece que el presidente Mauricio Macri, durante un encuentro pesquero en Mar del Plata y frente a cientos de familiares de tripulantes desaparecidos en buques que se hundieron durante su mandato, ha dicho que al Astillero Río Santiago (ARS) “hay que dinamitarlo”. La excusa se adivina: achicar el supuesto déficit, sin buscar las vías para encausar una actividad que generaría empleo y divisas y que, como en sus tiempos de oro, con sus barcos podría transportar riquezas en forma de pescados para comunidades enteras hambrientas de proteínas.

En tiempos en que la devaluación, la inflación y el hambre arrecian, “dinamitar” el trabajo de miles, privar el alimento de millones y la posibilidad de adquirirlo a precio accesible sería poco menos que homicida.  

Por eso, las palabras que llegaron desde Mar del Plata fueron como acercar la mecha al polvorín, la gota que rebalsó el vaso para los trabajadores del ARS que, en medio de amenazas de despidos, el desfinanciamiento y el freno de las obras, ayer tomaron la dirección del lugar y anticiparon que mañana se movilizarán hasta la Gobernación provincial en busca de respuestas. “El Presidente busca desmantelar la industria naval de nuestro país y, como consecuencia el desempleo y el hambre”, repudió uno de los operarios, Jorge Smith.

Agregaron, además, que ni la Gobernadora ni sus ministros los reciben: “Ni nos responden los mensajes de WhatsApp”, se indignaron.

El virus y su remedio

Semanas atrás, al oficializar miles de despidos en el Estado como parte del ajuste en marcha, el Gobierno invitó a las provincias y municipios a que “imitaran” esa política como requisito para achicar el “gasto público”.

Si lo que llegó desde Mar del Plata es cierto, si la intención es “dinamitar” el astillero y con él a la industria pesquera. 

¿Se pretenderá la misma solución para el resto de las economías regionales, que ya están en vías de extinción? ¿Es esto lo que se busca con los productores cítricos o con la castigada cuenca lechera, cuya producción en góndola aumenta cada vez más mientras el tambero, asfixiado por presiones impositivas y costos de todo tipo, recibe cada vez menos?

La solución nunca puede ser matar al enfermo, sino atacar al virus que lo enferma, sus síntomas. Y hoy, el Indec diagnosticará una inflación en alza, enfebrecida por la devaluación incotenible, con la que apenas ganan unos pocos amigos del Gobierno: los intermediarios que entre el campo y la góndola se llevan la mayor tajada sin que, adrede, nadie los controle; las empresas petroleras, ahora habilitadas para aumentar cuando quieran y lo que quieran; las firmas extranjeras que, levantadas las barreras de la importación, compiten con precios internacionales más baratos; las empresas monopólicas de servicios públicos, beneficiadas con tarifazos y subsidios. La inflación es un virus nacional, como nacional es su remedio: la rueda armoniosa de la economía que el Gobierno “dinamita”.

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