Los Papas y la Síndone

Los Papas y la Síndone

El largo y silencioso recogimiento de los últimos Pontífices ante el rostro de la Sábana Santa

Cuando Pedro venera la Síndone. En 1506 fue el franciscano Julio II, mecenas de Miguel Ángel y de Rafael, quien autorizó el culto público con misa y oficio proprio. En tiempos modernos, la misión de los Papas se cruza con la sábana que habría envuelto el cuerpo de Jesús en el Sepulcro después de su muerte en la cruz. «No son precisamente imágenes de María Santísima, sino de su Hijo Divino: estas provienen justamente de aquel objeto todavía misterioso, pero que ciertamente no es de factura humana, esto se puede afirmar ya demostrado, que es la Santa Síndone de Turín», efirmó Pío XI. Y su inmediato sucesor, Eugenio Pacelli comparte la misma veneración: «Turín custodia como precioso tesoro la Santa Síndone que muestra la imagen del cuerpo exánime y del Divino Rostro destrozado de Jesús». Y si Juan Pablo I le rindió homenaje a la devoción popular de los «“cultores Sanctae Sindonis”», fue Juan Pablo II quien aumentó la intensidad del «camino sindónico» entre Roma y Turín. El 24 de mayo de 1988, Karol Wojtyla llegó a la tierra de los santos sociales como peregrino de la Síndone. Y se arrodilló en la «catedral de Turín, el lugar en el que se encuentra desde hace siglos la Sacra Síndone, la reliquia más espléndida de la Pasión y de la Resurrección». Y pronunció en esa ocasión palabras muy claras: «La Sacra Síndone, singularísimo testimonio de la Pascua, de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección. Testimonio mudo, pero al mismo tiempo sorprendentemente elocuente».

Por lo demás, con la misma intensidad de fe, San Carlos Borromeo caminó durante cinco días de Milán a Turín para contemplar la Sábana Santa, como había prometido con un exvoto durante la peste de 1576. Entonces, Karol Wojtyla consideraba la Síndone una reliquia, y para Benedicto XVI era un ícono. El 2 de mayo de 2010, en un silencio surreal, el Papa teólogo y pastor Joseph Ratzinger alzó los ojos hacia «el misterio que empuja a buscar el rostro de Dios» y susurró: «Pater Noster». Durante cinco interminables y conmovedores minutos, Benedicto XVI estuvo arrodillado rezando delante del «símbolo de la humanidad oscurecida del siglo XX». En la oscuridad del “Duomo” de Turín, Benedicto XVI confesó que se había vuelto, con el paso del tiempo, mucho más sensible al «mensaje de este extraordinario ícono», símbolo del Sábado Santo, del «ocultamiento de Dios», pero también prefiguración de su Resurrección. Sin entrar en las disputas sobre la fecha de la Sábana donada por los Savoia, Benedicto XVI la definió como  «una tela sepulcral que envolvió el cadáver de un hombre crucificado y que corresponde con lo que dicen los Evangelios de Jesús, quien, crucificado hacia el medio día, expiró hacia las tres de la tarde». Pero, si «la imagen impresa es la de un muerto, la sangre habla de su vida. Cada rastro de sangre habla de amor y de vida. Especialmente esa mancha abundante cerca del costado, producida por la herida de un golpe de lanza», Ratzinger “dixit”.

Y los Pontífices también son sus propietarios, en virtud de una donación real. En 1983 falleció Humberto II de Savoia, último rey de Italia. En el testamento dejó la Síndone en herencia al Papa. Juan Pablo II estaba conmovido y feliz. Decidió que permaneciera en Turín y nombró como custodio al arzobispo de la ciudad. La oración de Karol Wojtyla ante la Síndone fue el punto más alto de la veneración de los Sucesores de Pedro. «Se sabía que Juan Pablo II tenía una relación particular con esa realidad misteriosa, pero ese día todo el mundo pudo darse cuenta y apreciar sus motivaciones –recordó monseñor Giuseppe Ghiberti, presidente honorífico de la Comisión diocesana para la Síndone. Venía de Vercelli y llegó a Turín cansado, en un estado de salud que no era de los mejores. Pero todos sus gestos estuvieron llenos de significado. Entró al Duomo, todavía marcado con las huellas del incendio del año anterior, y se dirigió a la capilla de la Eucaristía. Llevaba en la mano la corona del Rosario que no lo abandonaba nunca. Se detuvo en adoración y después se dirigió al recorrido de los peregrinos para arrodillarse ante la Síndone». Un recogimiento largo. Y una oración en voz alta: «Anima Christi, sanctifica me; Corpus Christi, salva me; Passio Christi, conforta me; intra tu vulnera asconde me». Cuando todavía era cardenal, en la Ostensión de 1978 (pocas semanas antes del Cónclave que lo habría elegido), Papa Wojtyla hizo un homenaje a la Síndone. «Discreto, devoto y muy atento, casi curioso –recordó Ghiberti–, volvió a la Síndone durante su primera visita a Turín en 1980, cuando el cardenal Anastasio Ballestrero logró llevar a cabo, con el consenso de la Casa Savoia, entonces propietaria, una Ostensión privada para el Papa. La vio otra vez, también en privado, durante una estancia en Turín; después volvió en peregrinaje oficial en 1998».

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