Un Papa vuelve a la Moneda después del “balconazo” de Pinochet

Un Papa vuelve a la Moneda después del “balconazo” de Pinochet

Durante la visita de Juan Pablo II, hace 31 años, el dictador chileno con una estrategia consiguió fotografiarse en el balcón al lado del Pontífice que no quería

La mañana del martes 16 de enero, dentro de pocas horas, el Papa Francisco cruzará las puertas del Palacio presidencial de la Moneda de Santiago de Chile. Lugar de la muerte del presidente Salvador Allende, convertido después en residencia del dictador Augusto Pinochet. Será la primera vez que un Papa entra en ese edificio tras el famoso y discutido episodio del “balconazo” de hace 31 años, cuando con una estrategia Pinochet consiguió – fuera del protocolo y del programa acordado - asomarse al balcón junto a Juan Pablo II. 

 

Desde su llegada al aeropuerto de Santiago, el 1 de abril de 1987, en presencia del dictador, el Papa Wojtyla habló de la “inalienable dignidad del ser humano”. Y pocas horas después, a los pies de un gran monumento mariano, dijo que bendecía especialmente a las “poblaciones marginadas” y a “aquellos que han sufrido las consecuencias de la violencia”. La diplomacia vaticana había acordado tres encuentros con Pinochet, que temía la visita del Pontífice polaco por las posibles reacciones populares contra la dictadura: la bienvenida en el aeropuerto, el encuentro oficial en la Moneda, el saludo a su salida del país. Pinochet, que habría querido estar mucho más presente al lado del Papa acompañándolo a todos los eventos presentes en la agenda, intentó impedir –en vano-- que éste encontrara a los exponentes políticos de la oposición y estudió el modo de obtener una extraordinaria “photo opportunity”.  

 

El organizador de los viajes papales era en esa época el jesuita padre Roberto Tucci, que después fue cardenal. La visita de cortesía al jefe del Estado chileno estaba prevista a las 9 de la mañana del 2 de abril y el protocolo preveía una breve reunión privada, seguida por un saludo a los familiares del dictador. El régimen había secretamente ideado un guión diferente. Antes del amanecer, cerca de 7.000 simpatizantes de Pinochet fueron llevados a la plaza ante el Palacio de la Moneda, y comenzaron a gritar que querían ver al Papa. El programa, que debía durar menos de media hora, se alargó de tal modo que las voces crecieron al grito de: “¡Juan Pablo II te quiere todo el mundo!”. Al final del encuentro con Pinochet, hicieron salir al Papa Wojtyla por una puerta diferente respecto a la que había sido acordada con los organizadores vaticanos de tal modo que se encontró ante una espesa cortina negra. El dictador se giró al Papa diciéndole: “Santidad, fuera la gente quiere saludarle y verle. Esperan su bendición”.  

 

En aquel preciso instante los agregados militares hicieron correr la cortina y abrieron la ventana del balcón central del palacio presidencial, que se asomaba sobre la plaza en fiesta. Juan Pablo se quedó mudó al sentirse traicionado pero obviamente se asomó a saludar a la gente que lo aclamaba. El evento es conocido como el “balconazo”. En el momento de los saludos Wojtyla heló con la mirada al dictador contando enfurecido a sus colaboradores lo que había pasado.  

 

“Pinochet le hizo asomarse con él al balcón del palacio presidencial contra su voluntad –ha contado el padre Tucci -. Nos tomo el pelo a todos. Los colaboradores fuimos acomodados en un pequeño salón en espera de la reunión privada. Según los acuerdos – que había cerrado bajo una precisa disposición del Papa - Juan Pablo II y el presidente no se habrían asomado a saludar a la multitud. Wojtyla era muy crítico con el dictador chileno y no quería aparecer a su lado. Yo controlaba siempre la única puerta que unía el pequeño salón donde estábamos los colaboradores, con la habitación donde estaban el Papa y Pinochet. Pero con un movimiento estudiado le hicieron salir por otra puerta. Pasaron por delante de una gran cortina oscura cerrada –nos contó luego el Papa enfadado - y Pinochet hizo que Juan Pablo II se parara allí, como si tuviera que enseñarle algo. La cortina se abrió de golpe y el Pontífice se encontró ante el balcón abierto sobre una plaza llena de gente. No pudo retirarse pero recuerdo que cuando se despidió de Pinochet lo heló con la mirada”.  

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