El Papa en Ostia: no a la indiferencia y al silencio, que se abra la vía de la legalidad

El Papa en Ostia: no a la indiferencia y al silencio, que se abra la vía de la legalidad

Francisco celebró el “Corpus Domini” en el litoral romano como Pablo VI hace 50 años. A los ciudadanos: «Han sufrido, pero deshagan los nudos del miedo y la opresión»

Derribar «los muros de la indiferencia y del silencio cómplice», arrancar «las rejas de los abusos y de las prepotencias», abrir «las vías de la justicia, del decoro y de la legalidad». En la Ostia de los clanes y de la violencia, de los arrestos y de las amenazas, de las investigaciones por la colaboración con las mafias, el Papa Francisco celebró la solemnidad del “Corpus Domini”retomando un gesto que hizo hace cincuenta años el beato Pablo VI, quien en octubre será proclamado santo, y rompiendo la “tradición” de los últimos 40 años, durante los que se celebró esta fiesta en San Juan de Letrán. Una ocasión para que Bergoglio estrechara a los ciudadanos de esta localidad que han vivido «situaciones dolorosas», según recordó al dirigir una invitación para «deshacer esos nudos» que nos tienen amarrados al «miedo y a la opresión» y a no quedarse «en la playa esperando que llegue algo, sino zarpar libres, valientes, unidos». 

  

Metáforas claras con las que el Papa habló a esta ciudad del litoral romano (que hoy vivió fuertes medidas de seguridad), que, después de la misa en la plaza de la Parroquia de Santa Mónica, atravesó en procesión llevando por los barrios el Santísimo Sacramento hasta la parroquia de Nuestra Señora de Bonaria, un culto que tiene orígenes sardos y que también tiene raíces en Argentina.  

  

Abrirse y zarpar, animó Francisco, «dejarse transportar por la ola de Jesús». Él, aseguró, «desea habitar entre ustedes. Quiere visitar las situaciones, entrar a las casas, ofrecer su misericordia liberadora, bendecir, consolar. Ustedes han vivido situaciones dolorosas; el Señor quiere estar cerca de ustedes». 

  

Es el Evangelio mismo quien lo dice. La lectura de hoy narra la Última cena, en donde aparece en varias ocasiones el verbo “Preparar”. «Los discípulos van a preparar, pero el Señor ya había preparado», subrayó Francisco. Jesús «prepara para nosotros y también nos pide que preparemos. ¿Qué prepara para nosotros? Un sitio y un alimento. Un sitio, mucho más digno del gran “salón adornado” del Evangelio. Es nuestra casa espaciosa y vasta acá abajo: la Iglesia, en donde hay y debe haber sitio para todos». 

  

Pero Cristo, dijo el Papa Francisco a los ciudadanos de Ostia, También ha recibido un sitio allá arriba, en el paraíso, para estar a su lado y entre nosotros «para siempre». Entonces, dos dones: «sitio» y «alimento», que son «lo que nos sirve para vivir». Son «la comida y el alojamiento definitivos». Y «ambos nos son dados en la Eucaristía», afirmó el Papa. Ella es «el pan del futuro, que ya ahora nos hace saborear un porvenir infinitamente más grande que cualquier expectativa». Es «el pan que quita el hambre de nuestras expectativas más grandes y alimenta nuestros sueños más bellos». Es «la prenda de la vida eterna»: no solo «una promesa», sino «una anticipación concreta de lo que nos será dado», o, mucho mejor, la «“reservación” del paraíso». 

  

  

Francisco exhortó a nutrirse de este alimento: «en la vida tenemos constantemente necesidad de alimentarnos, y no solo de comida, sino también de proyectos y afectos, de deseos y de esperanzas. Tenemos hambre de ser amados. Pero las felicitaciones más agradables, los regalos más bellos y las tecnologías más avanzadas no bastan, no nos sacian nunca del todo. La Eucaristía es un alimento simple, como el pan, pero es el único que sacia, porque no hay amor más grande». Entonces, «elijamos este alimento de vida: ¡pongamos en primer lugar la Misa, volvamos a descubrir la adoración en nuestras comunidades!», animó el Papa. 

  

Pero al mismo tiempo invitó a «preparar» un sitio a Jesús: Él «no prefiere lugares exclusivos o excluyentes», sino que busca «sitios no alcanzados por el amor, no tocados por la esperanza». «A esos lugares incómodos desea ir y nos pide que hagamos preparativos», afirmó Bergoglio. «¡Cuántas personas no tienen un sitio digno para vivir ni comida para comer! Pero todos conocemos a personas solas, que sufren, necesitadas: son tabernáculos abandonados». Debemos visitar estos lugares, exhortó el Papa, derramando en ellos el mismo «amor» que se recibe en la Eucaristía, que en la vida se traduce pasando del yo al tú». Por ello propuso una última invitación: a no permanecer «fura, distantes», sino a entrar a nuestras ciudades. 

  

Por ello hay que preguntarnos: «Señor, ¿cuáles puertas quieres que te abra aquí? ¿Cuáles rejas nos llamas a abrir de par en par, cuáles cerrazones debemos superar?». Seguramente las de la «indiferencia», del «silencio cómplice», de los «abusos y de las prepotencias», dijo el Papa, para abrir, por el contrario, las puertas de «la justicia», del «decoro», de la «legalidad» y llevarle a todos «fraternidad, justicia y paz». 

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