El Papa a los obispos: no al clericalismo, provoca abusos sexuales y de poder

El Papa a los obispos: no al clericalismo, provoca abusos sexuales y de poder

Francisco recibió a 74 nuevos obispos de territorios de misión y definió las características del ministerio episcopal: no sean «solistas fuera del coro o líderes de batalles personales». Les pidió cuidar a los jóvenes y a las familias, a los pobres y a los seminarios

Padres y no padrones, humildes y no carreristas, hombres de comunión y no «solistas fuera del coro» o «líderes de batallas personales». Principalmente pastores alejados de todo tipo de «clericalismo», «manera anómala de concebir la autoridad en la Iglesia, muy común en numerosas comunidades en las que se han verificado comportamientos de abuso de poder, de conciencia y sexual». Durante el encuentro con los nuevos obispos en los territorios de misión, que fueron recibidos en ocasión del seminario organizado en Roma por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, el Papa Francisco definió las características del ministerio episcopal. Un ministerio que «da escalofríos, por el misterio tan grande que lleva en sí». 

  

A los 74 religiosos de 34 naciones de cuatro continentes, el Papa recordó las palabras escritas en la Carta al Pueblo de Dios del 20 de agosto pasado para denunciar duramente el «clericalismo», en un momento en el que las polémicas por los casos de abusos (presentes y pasados) sacuden a la Iglesia: «Decir “no” al abuso (ya sea de poder, de consciencia, cualquier abuso) significa decir con fuerza “no” a cualquier forma de clericalismo», pues «genera una fractura en el cuerpo eclesial que fomenta y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos». 

  

El clericalismo «corroe la comunión», que, por el contrario, es uno de los rasgos esenciales del papel del obispo. «No se sientan señores de la grey (ustedes no son padrones de la grey), aunque otros lo hicieren o lo favorecieran las costumbres del lugar», subrayó Francisco. «Que el pueblo de Dios, para el cual y por el cual fueron ordenados, sienta que ustedes son padres, no padrones; padres premurosos: ninguno debe demostrar hacia ustedes actitudes de sumisión». Es cierto que en este momento histórico en el que «parecen acentuarse en diferentes partes ciertas tendencias de “liderismo”», presentarse como «hombres fuertes, que mantienen las distancias y mandan sobre los demás, podría parecer cómodo y atractivo», pero, dijo el Papa, «no es evangélico». Y «a menudo acarrea daños irreparables a la grey». 

  

Los obispos están llamados a ser algo muy diferente, mucho más: «Hombres pobres de bienes y ricos de relación, nunca duros y peleoneros, sino afables, pacientes, simples y abiertos». 

  

Es una naturaleza que deriva de una conciencia que, a su vez, proviene de una reflexión: «¿quién es el obispo?». «Interroguémonos sobre nuestra identidad de pastores para tener más conciencia de ella, a pesar de saber que no existe un modelo estándar idéntico en todos los lugares», dijo el Papa. El obispo debe imitar a Jesucristo y, por lo tanto, tiende a «dar la vida a las ovejas, en particular a las más débiles y en peligro», y nutrir «compasión» por «todos los que diferentes maneras son descartados». 

  

El obispo, dijo el Papa, «no puede tener todas las dotes, el conjunto de los carismas (algunos creen tenerlo, ¡pobrecitos!), sino que está llamado a tener el carisma del conjunto, es decir mantener unidos, cimentar la comunión. Unión es lo que necesita la Iglesia, no solistas fuera del coro o líderes de batallas personales. El pastor reúne: obispo para sus fieles, es cristiano con sus hermanos. No es noticia en los periódicos, no busca el consenso del mundo, no está interesado en defender su buena reputación, sino que ama tejer la comunión involucrándose en primera persona. No sufre de falta de protagonismo, sino que vive arraigado en el territorio, rechazando la tentación de alejarse con frecuencia de la Diócesis (la tentación de los “obispos de aeropuerto”) y huir en búsqueda de sus propias glorias». 

  

Es un pastor que, por lo tanto, «no se cansa de escuchar», «no se basa en proyectos a medida», sino que «ama hablar a través de la fe de los simples. Se convierte en un uno con su gente y, sobre todo, con su presbiterio, siempre dispuesto a recibir y animar a sus sacerdotes. Promueve con el ejemplo, más que con las palabras, una genuina fraternidad sacerdotal, demostrando a los sacerdotes que se es pastores para la grey no por razones de prestigio o de carrera, que es tan feo». La de Francisco fue casi una súplica: «No sean trepadores, por favor, ni ambiciosos: apacienten a la grey de Dios no como padrones de las personas a ustedes encomendadas, sino convirtiéndose en modelos de la grey».  

  

El primer paso es la oración que, para el obispo «no es devoción, sino necesidad». De allí saca fuerza y confianza el obispo, además de «la valentía para discutir con Dios por su grey». Rezar para él es una ocasión de compatir con el Señor su cruz, que no solo es la que lleva sobre el pecho, «fácil» de llevar, sino la otra cruz, «mucho más pesada» que Dios pide poner «sobre los hombros y sobre el corazón». 

  

De esta manera, el obispo se convierte en «hombre del anuncio». «El obispo no vive en la oficina, como administrador de la compañía, sino entre la gente, en las calles del mundo, como Jesús», advirtió Francisco explicando que el auténtico pastor «sale de sí mismo para encontrarse a sí mismo, no le gusta la comodidad, no le gusta la vida tranquila y no ahorra energías, sino que trabaja para los demás, abandonándose a la fidelidad de Dios. Si busca puestos y seguridades mundanas, no es un verdadero apóstol del Evangelio», aseguró. Pero... ¿cuál es el estilo del anuncio? El obispo de Roma respondió con claridad: «ofrecer testimonio humildemente del amor de Dios, tal como lo hizo Jesús, que se humilló por amor», libre de la «tentación del poder», «de la mundanidad». «La mundanidad… Cuídense de la mundanidad», advirtió Francisco, «siempre existe el peligro de ocuparse más de la forma quede la sustancia, de transformarse en actores más que en testigos». 

  

Y por ello Bergoglio pidió a los obispos en los territorios de Misión que se preocupen principalmente por algunas realidades. Antes que nada, las familias: «promuevan caminos de preparación al matrimonio y de acompañamiento para las familias» y «defiendan la vida tanto del concebido como la del anciano, apoyen a los padres y a los abuelos en su misión». Después, los seminarios: «Allí deben ser uno de casa, controlen cuidadosamente que estén guiados por hombres de Dios, educadores capaces y maduros que, con la ayuda de las mejores ciencias humanas, garanticen la formación de perfiles humanos sanos, abiertos, auténticos y sinceros, que den prioridad al discernimiento vocacional para reconocer la voz de Dios, entre las tantas otras que resuenan en los oídos y en el corazón». 

  

También pidió que cuiden a los jóvenes, «a quienes será dedicado el inminente Sínodo porque son el futuro de la Iglesia y de la sociedad», y a los pobres, «sin miedo a “mancharse las manos”», concluyó Francisco alentando a los prelados a no caer en la apatía que conduce a la mediocridad y deseando a todos «la Santa inquietud por el Evangelio, que es la única que da Paz». 

  

El discurso del Papa concluyó con un último e importante consejo: «Desconfíen, por favor, de la tibieza que lleva a la mediocridad y a la pereza, ese “démon de midi”. Desconfíen de eso. Desconfíen de la tranquilidad que esquiva el sacrificio, de la prisa pastoral que lleva a la no soportar: de la abundancia de bienes que desfigura el Evangelio. ¡No olviden que el diablo entra por los bolsillos!». 

 

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