El Papa: “Que los jóvenes sepan cómo comienzan los populismos: sembrando odio”

El Papa: “Que los jóvenes sepan cómo comienzan los populismos: sembrando odio”

Francisco dialoga con jóvenes y ancianos en la presentación del libro “La sabiduría del tiempo” y recuerda cómo nació el nazismo, pidiendo que no se olvide hoy la lección del pasado

«Sabemos cómo comienzan los populismos: sembrando odio». Francisco dialogó con jóvenes y adultos en la presentación del libro “La sabiduría del tiempo” y recordó cómo nació el nazismo, por lo que pidió que no se olvide hoy la lección del pasado. El volumen, editado por el padre Antonio Spadaro, con 250 entrevistas a ancianos de más de 30 países, gracias a la ayuda de organizaciones sin ánimo de lucro como Unbound y Jesuit Refugee Service, fue presentado este 23 de octubre por la tarde en el Instituto Patrístico Augustinianum. La última pregunta de este diálogo intergeneracional se la hizo a Francisco un anciano especial, el director de cine estadounidense Martin Scorsese. He aquí qué se dijeron. 

 

Federica Ancona (Italia, 26 años) 

 

Papa Francisco, hoy, nosotros los jóvenes, estamos siempre expuestos a modelos de vida que expresan una visión “usa y tira”, la que usted llama “cultura del descarte”. Me parece que la sociedad hoy nos impulsa a vivir una forma de individualismo que luego acaba en la competición. No me piden que dé lo mejor de mí, sino que siempre sea mejor que los demás. Pero tengo la impresión de que quien cae en este mecanismo al final acaba sintiéndose un fracasado. ¿Cuál es el camino para la felicidad? ¿Cómo puedo vivir una vida feliz? ¿Cómo podemos, nosotros los jóvenes, vernos dentro y comprender qué es verdaderamente importante? ¿Cómo podemos, nosotros los jóvenes, crear relaciones verdaderas y auténticas cuando todo alrededor de nosotros parece ficticio, de plástico? 

 

Francisco: «Ficticio y de plástico, es la cultura del maquillaje, lo que cuenta son las apariencias, el éxito personal, incluso al precio de pisotearle la cabeza a los demás, seguir adelante en esta competición. ¿Cómo ser feliz en este mercado de la competición, de las apariencias? Tú no dijiste la palabra: en este mercado de la hipocresía. Lo digo no en sentido moral, sino psicológico y humano. Parecer, pero dentro está el vacío o el afán por llegar. Al respecto, se me ocurre decirte un gesto, un gesto para explicar qué es lo que quiero decir: la mano tendida y abierta. La mano de la competición está cerrada y toma, siempre toma, recoja, muchas veces a precios muy altos, al precio del desprecio ajeno. Esta es la competición. Abrir la mano es la anti-competición, es abrirse en camino. La competición generalmente está detenida, hace cálculos, no se pone en juego, hace cálculos. En cambio, la maduración en la personalidad siempre está en camino, se pone en juego, se ensucia las manos, tiene la mano tendida para saludar y abrazar. Esto me hace pensar en lo que dicen los santos y también Jesús: hay más amor en el dar que en el recibir. En contra de esta cultura que aniquila los sentimientos: el servicio. Y tú verás que los jóvenes más maduros son los que salen adelante en camino con el servicio. La otra palabra es que se arriesgan. Si tu en tu vida no te arriesgas, nunca, nunca serás madura, nunca dirás una profecía. Solamente la ilusión de recoger para estar seguro, tener todas las tranquilidades posibles para estar bien. Me viene a la mente la parábola de Jesús sobre el hombre rico que hacía grandes almacenes para su trigo, y Jesús dice est apalabra: tonto, ¡morirás esta tarde! La cultura de la competición nunca ve el fin. Ve el fin que se ha planteado en su corazón para llegar trepando, pisando cabezas. EN cambio la cultura del convivir, de la fraternidad, es una cultura de servicio que se abre y se ensucia las manos. Este gesto, de la mano abierta, es esencial. Tú quieres salvarte de esta cultura que te hace sentir una fracasada, la cultura del descarte y de la competición: abre la mano tendida, la sonrisa, en camino, nunca sentada, ensúciate las manos y serás feliz». 

 

Tony and Grace Naudi (Malta, 71 y 65 años) 

 

Mi esposa y yo hemos crecido una familia de cuatro hijos, un hijo y tres hijas, y tenemos cinco nietos. Como muchas familias, dimos a nuestros hijos una educación católica y hemos hecho todo lo posible para ayudarlos a vivir la palabra de Dios en su vida cotidiana. Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos como padres de transmitir la fe, los hijos, a veces, son muy críticos, parecen rechazar su educación católica. ¿Qué les debemos decir? Para nosotros la fe es importante. Es doloroso para nosotros ver a nuestros hijos y a nuestros nietos lejos de la fe o muy ocupados con cosas más mundanas o superficiales. Denos una palabra de aliento y ayuda. ¿Qué podemos hacer como padres y abuelos para compartir la fe con nuestros hijos y nuestros nietos? 

  

Francisco: «La fe debe ser transmitida en dialecto familiar, siempre. Piensen en la mamá de esos siete chicos que en el libro de los Macabeos que dice tres veces que los animaba en dialecto, en la lengua materna. La fe se transmite en la casa, siempre. Son precisamente los abuelos, en los momentos más difíciles de la historia, los que han transmitido la fe. Pensemos en las dictaduras del siglo pasado. Eran los abuelos los que, a escondidas, enseñaban a rezar y que, a escondidas, llevaban a bautizar a sus nietos. ¿Por qué no los padres? Porque estos últimos estaban involucrados en la filosofía del partido y, si se hubiera sabido que bautizaban a sus hijos, habrían perdido el trabajo convirtiéndose en víctimas de persecuciones. Contaba la maestra de uno de estos países que el Lunes después de la Pascua tenían que preguntarle a los niños: “¿Qué comieron ayer en su casa?”. Sobre los que respondían “Huevos” había que pasar la información, para que los padres fueran castigados. En estos momentos, los abuelos han tenido una gran responsabilidad. La fe se transmite en dialecto, el dialecto de casa, de la amistad, de la cercanía. La fe no son solamente los contenidos del Catecismo, sino es la manera de alegrarse, de entristecerse, de vivir. Hay una vida que transmitir. No es posible preguntarse si hemos fracasado. Nosotros tratamos de transmitir la fe y luego el mundo hace propuestas y muchos jóvenes se alejan de la fe, a veces tomando decisiones inconscientemente. Primero: no espantarse, no perder la paz, siempre hablando con el Señor. Nunca tratar de convencer, porque la fe no crece por proselitismo, sino por atracción, es decir por testimonio, como dice Benedicto XVI. Acompañarlos en silencio. Me viene a la mente una anécdota de un dirigente sindical que a los 21 años había caído en la dependencia del alcohol y vivía solo con su mamá. Él se emborrachaba y a la mañana siguiente, cuando la mamá salía para trabajar como lavandera, él hacía finta de estar dormido. Observaba cómo la mamá lo veía con ternura. Esto lo destruyó. Ese silencio, esa ternura de la mamá, destruyó todas las resistencias y él después se hizo una buena familia, una buena carrera. EL silencio que acompaña es una de las virtudes de los abuelos. Muchas veces solamente el silencio bueno puede ayudar. Luego, si uno se pregunta cuáles son las causas de este alejamiento de los jóvenes, hay una sola palabra: los testimonios feos. No siempre en familia, muchas veces los escuchas en la Iglesia: curas neuróticos, gente que dice ser católica y lleva una doble vida, incoherencia… Siempre son los testimonios feos los que alejan. Y luego esta gente que sufre esto acusa: “He perdido la fe porque he visto esto y esto”. Y tienen razón. Solo un contro-testimonio con la mansedumbre y la paciencia, la de Jesús que sufría, puede tocar el corazón. A los padres y abuelos aconsejo mucha comprensión, ternura, testimonio, paciencia y oración: piensen en santa Mónica [la madre de San Agustín, ndr.], ella la venció con las lágrimas. Nunca discutir, nunca. Es una trampa: los hijos quieren hacer que vengan los padres a la discusión. 

 

Rosemary Lane (Estados Unidos, 30 años) 

 

Santo Padre, he tenido el privilegio de pasar un año reuniendo la sabiduría delos ancianos de todo el mundo para el libro “La sabiduría del tiempo”. Me sucedió preguntarle a algunos ancianos cómo afrontan sus fragilidades, sus incertidumbres para el futuro. Una mujer sabia, Conny Caruso, me dijo que nunca debo darme por vencida. Tengo que ponerme a luchar, tener confianza en la vida. Pero hoy la confianza no se puede dar por descontado. También por parte de usted advierto este mensaje de confianza. Me hace reflexionar que la confianza viene de personas que han vivido ya mucho. Nosotros, los jóvenes, vivimos una vida difícil, vivimos en un mundo inestable y lleno de desafíos. ¿Qué diría usted, como abuelo, a los jóvenes que quieren tener confianza en la vida, que desean construirse un futuro a la altura de sus sueños? 

 

Francisco: «¡Has hecho un buen trabajo con estas entrevistas! Te tomo la última palabra: a la altura de sus sueños. La respuesta es: comienza a soñar. Sueña todo. Me viene a la mente esa bella canción: “soñar en el cielo pintado de azul, feliz de estar allá arriba”. Soñar es la palabra. Y defender los sueños como se defienden los hijos. Es difícil comprender esto, pero es fácil sentirlo. Cuanto tú tienes un sueño y lo custodias y lo defiendes para que la costumbre cotidiana no te lo quite. Abrirse a nuevos horizontes para superar las cerrazones. Hay que soñar y tomar los sueños de los ancianos. Llevar a los ancianos y sus sueños. Llevar encima a estos ancianos y sus sueños. El sueño que recibimos de un anciano es un peso, es una responsabilidad, debemos sacarla adelante. Hay un ícono que se llama la santa comunión: un monje joven que saca adelante los sueños de un anciano. Y no es fácil, se cansa, pero en esta imagencita tan bella se ve a aun joven que ha sido capaz de tomar sobre sí los sueños de los ancianos y los saca adelante para que den fruto. Esto, tal vez, puede ser de inspiración. Sácalos adelante, te hará bien. No solo escribirlos, sino tomarlos y sacarlos adelante, y esto te cambia el corazón, te hace crecer, te hace madurar. Ellos, en los sueños, te dirán también que han hecho en la vida, los errores, los fracasos, los éxitos. Toma todo esto y sigue adelante, este es el punto de partida.» 

 

Fiorella Bacherini (Italia, 83 años) 

 

Papa Francisco, estoy preocupada. Tengo tres hijos. Uno es jesuita como usted. Han elegido su vida y siguen adelante por el camino. Pero también me veo alrededor, veo a mi país, al mundo. Veo que crecen las divisiones y la violencia. Por ejemplo, me quedé sorprendida por la dureza y la crueldad de las que hemos sido testigos en el trato a los refugiados. No quiero discutir sobre política, hablo de humanidad. ¡Cómo es fácil hacer que el odio crezca entre la gente! Y me vienen a la mente momentos y recuerdos de guerra que viví de niña. ¿Con cuáles sentimientos usted está afrontando este momento difícil de la historia del mundo? 

 

Francisco: «Me gustó: “no hablo de política, sino de humanidad”. ¡Esto es sabio! Los jóvenes no tienen la experiencia de las dos guerras. Yo he aprendido de mi abuelo, que hizo la Primera Guerra Mundial en el Piave, y he aprendido muchas cosas de sus historias. También las canciones muy irónicas contra el rey y la reina. Los dolores de la guerra. Luego qué deja la guerra: los millones de muertos de la gran masacre. Luego vino la Segunda Guerra Mundial, la conocí en Buenos Aires, con muchos migrantes que llegaron, muchos. Italianos, polacos, alemanes. Escuchándolos comprendíamos qué es una guerra, que entre nosotros no se conocía. Es importante que los jóvenes conozcan el resultado de las dos guerras del siglo pasado. Es un tesoro negativo, pero un tesoro que hay que transmitir para crear conciencias. Un tesoro que ha hecho que creciera el arte italiano, el cine del “Dopoguerra” es una escuela de humanismo. Que los jóvenes conozcan esto para que no caigan en el mismo error. Comprender cómo crece un populismo, por ejemplo el de Hitler en 1922 y 1923. Que sepan cómo comienzan los populismos: sembrando odio. No se puede vivir sembrando odio. Nosotros, en la experiencia religiosa (pensemos en la Reforma), hemos sembrado odio, de ambas partes, protestantes y católicos. Hoy estamos tratando de sembrar gestos de amistad. Sembrar odio es fácil y no solo en el escenario internacional, sino también en el barrio. Uno va y habla mal del vecino o de la vecina y siembra odio. Sembrar odio con los comentarios y con los chismes (de la guerra bajo a los chismes, pero son de la misma especie) es matar. Matar la fama ajena, la paz, la concordia en la familia, en el barrio, en el trabajo. Hacer que crezcan celos. ¿Qué hago yo cuando veo que el Mediterráneo es un cementerio? Digo la verdad: sufro, rezo y hablo. No debemos aceptar este sufrimiento, no debemos decir: “Se sufre por todas partes”. Hoy está la tercera guerra mundial a pedacitos. Vean los lugares de conflicto: falta de humanidad, agresión, odio, entre culturas, entre tribus… también la religión deformada para poder odiar mejor. La tercera guerra mundial está en curso, creo que no exagero en esto. Me viene a la mente esta profecía de Einstein: la cuarta guerra mundial será con piedras y bastones, porque la tercera destruirá todo. Sembrar odio es un camino de destrucción, de suicidio. Esto se puede encubrir con muchos motivos, ese chico del siglo pasado en 1922 (Hitler) lo encubría con la pureza de la raza… Acoger al migrante es un mandato bíblico, porque tú Jesús fuiste un migrante en Egipto. Europa fue hecha por los migrantes, muchas corrientes migratorias han hecho la Europa de hoy. Luego, Europa tiene conciencia de que en los momentos feos, otros países como Estados Unidos han recibido a los propios migrantes europeos y saben qué significa esto. Debemos, antes de dar un juicio sobre las migraciones, retomar nuestra historia europea. Yo soy hijo de migrantes que fueron a Argentina. En América hay muchos que tienen apellido italiano, migrantes recibidos con el corazón y la puerta abierta. La cerrazón es el comienzo del suicidio. Es cierto que hay que acoger y acompañar a los migrantes, pero, sobre todo, hay que integrarlos. Si nosotros acogemos así, sin integración, no hacemos un buen servicio. Se necesita integración. Suecia ha sido un ejemplo de ello. Cuántos de nuestros argentinos y uruguayos durante la época de las dictaduras estaban refugiados en Suecia e inmediatamente fueron integrados con escuela, trabajo… En Suecia fue a saludarme una ministra hija de una sueca y de un migrante de África. En cambio, la tragedia de Zaventtem [los atentados en Bélgica, ndr.], no fue provocada por extranjeros, sino por jóvenes belgas que estaban guetizados en un barrio, habían sido recibidos, pero no integrados. Un gobierno debe tener el corazón abierto para recibir, las estructuras buenas para hacer el camino de la integración y también la prudencia para decir: hasta aquí, puedo; más no puedo. Es necesario que toda Europa se ponga de acuerdo, no que el peso entero sea llevado por tres o cuatro países. El nuevo cementerio europeo, se llama Mediterráneo, se llama Egeo.» 

  

Martin Scorsese (Estados Unidos, 75 años) 

 

Santo padre, hoy las personas les cuesta mucho cambiar, creer en el futuro. Ya no se cree más en el bien. Nos vemos alrededor, leemos los periódicos y parece que la vida del mundo esté marcada por el mal, incluso por el terror y la humillación. También la Iglesia es golpeada por estos problemas. ¿De qué manera un ser humano puede vivir una vida buena y justa en una sociedad en la que lo que impulsa a actuar son la avidez y la vanidad, en la que el poder se expresa con violencia? 

 

AFP

 

Francisco: «¿De qué manera la fe de una joven mujer y de un joven hombre puede sobrevivir? ¿Cómo ayudar a la Iglesia en este esfuerzo? Hoy se ve más claramente cómo se actúa con la crueldad, por todas partes, fría en los cálculos para arruinar al otro. Y una de las formas de crueldad que más me tocan en el mundo de los derechos humanos es la tortura, en este mundo la tortura es el pan nuestro de cada día. Y la tortura es la destrucción de la dignidad humana. Una vez aconsejé a unos jóvenes padres: ¿cómo corregir a los niños? A veces hay que usar la filosofía de la bofetada, una bofetada, ¡pero nunca en la cara, porque esto quita la dignidad! Ustedes saben dónde darla. La tortura es jugar con la dignidad de las personas, la violencia para sobrevivir, la violencia en ciertos barrios en los que si tú no robas, no comes. Esta cultura no podemos negarla. ¿Cómo actuar con la gran crueldad? ¿Cómo enseñar a transmitir a los jóvenes que la crueldad es un camino errado que mata a la persona, a la humanidad, a la comunidad? Aquí hay una palabra que debemos decir: la sabiduría del llorar, el don de llorar. Frente a estas crueldades, el llanto es humano y cristiano, porque suaviza el corazón y es fuente de inspiración. Jesús, en los momentos más difíciles de su vida, lloró. Llorar, no tengan miedo de llorar por estas cosas. Somos humanos. Después compartir la experiencia, y vuelvo a hablar de la empatía. No condenar a los jóvenes (como los jóvenes no deben condenar a los ancianos). Y esta es la empatía de la transmisión de los valores. Después, la cercanía, que hace milagros. La no violencia, la mansedumbre, la ternura, estas virtudes humanas que parecen pequeñas pero que son capaces de superar los conflictos más feos. Cercanía con los que sufren, cercanía con los problemas, cercanía entre jóvenes y ancianos. Son pocas cosas, y así se transmite una experiencia y se hace madurar: los jóvenes, nosotros mismos y toda la humanidad». 

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