El Papa Francisco y la política: que no gobierne el dinero

El Papa Francisco y la política: que no gobierne el dinero

Un nuevo libro de Tornielli y Saleri narra el magisterio social del Pontificado mediante los grandes temas de la actualidad: la democracia, la globalización, las finanzas, los migrantes y Europa

Con su gusto por las paradojas, el político italiano Massimo D’Alema definió al Papa Francisco como «el mejor líder de la izquierda», certificando, de alguna manera, las sospechas de los conservadores (y no solo católicos) que reprochan al Sucesor de Pedro «demasiada política» y que lo acusan abiertamente de populismo, “tercermundismo” y anti-capitalismo. En el mundo mediático que lo banaliza todo, se ha impuesto el cliché del Pontífice poco concentrado en los dogmas de fe y muy dedicado a la denuncia de los males terrenales. Pocos hacen un esfuerzo para comprender e indagar profundamente qué es lo que sostiene verdaderamente el Papa. Entre los personajes más icónicos de nuestra época, Francisco también es, paradójicamente, uno de los menos conocidos. 

  

Trata de llenar esta laguna una investigación que estará disponible en las librerías italianas a partir del martes 13 de febrero, publicada por la editorial Piemme. Los autores son Pier Paolo Saleri, analista político, y Andrea Tornielli, vaticanista del periódico italiano “La Stampa”, que conoce de verdad al hombre y al Pontífice Jorge Mario Bergoglio. Cuatro años de encíclicas y discursos son analizados detalladamente, catalogados según grandes argumentos, estudiados para encontrar el hilo conductor. El rasgo común de todos estos textos analizados es una crítica implacable de la avidez convertida en sistema. La única fuerza que ahora parece gobernar el mundo es la búsqueda de ganancias, por lo que cualquier manifestación humana es sometida al “dios dinero”. El poder de la riqueza huye de toda regla y, expandiéndose sin control, determina injusticias que ya no es posible ver. Miles de millones de seres humanos arrojados a la miseria por el egoísmo de pocos. Un ecosistema destrozado por la explotación salvaje de los recursos naturales. La paz amenazada en su raíz por los mercaderes de armas cada vez más destructivas. Los pueblos culturalmente colonizados por el «pensamiento único» liberal e individualista. Según Bergoglio, el único origen de este mal, es la tiranía del capital. 

  

Sin embargo, al avanzar con la lectura de este volumen, se descubre que el Papa Francisco no está en contra del libre mercado, mucho menos contra el capitalismo; acaso está en contra de sus excesos, evidentes para todos, principalmente en América Latina (de donde proviene) y en el llamado “Tercer Mundo”. El Papa argentino no ve con sospechas a los empresarios, a quienes, es más, en sus discursos contrapone positivamente a la especulación financiera, esta sí completamente indiferente ante el destino de comunidades enteras. 

  

El Papa llega a sostener que «trabajar bien» es un deber de los empleados, no solamente a cambio de un salario. Distingue también entre una globalización “buena”, que enriquece los vínculos entre los pueblos, y una globalización “mala”, conducida por el “mercatismo” sin escrúpulos. Denuncia sin medias tintas la raíz humana de la crisis ecológica, concede que es indispensable frenar un crecimiento basado en el despojo del planeta, pero «nadie quiere volver a la época de las cavernas», ha precisado el Papa. Si el enemigo es identificado en la «soberbia del dominio, de la posesión, de la manipulación, de la explotación» de la Creación, el aliado no puede ser el ambientalismo ideológico que considera al hombre la causa de todos los males y que propone como remedio la desnatalidad. Se equivocan los animalistas al comparar a todos los seres vivos, negando las jerarquías entre ellos. Y Francisco, a quien los tradicionalistas reprochan no condenar lo suficiente a los homosexuales, como sea, está en contra de la teoría de género. 

  

Resumiendo: el Papa quiere justicia social, pero no es marxista; critica el liberalismo salvaje sin ser “no global”; teme por el ambiente, pero no sería apropiado definirlo “ambientalista”; está cerca de los homosexuales en cuanto personas, pero se niega a convertirlos en un modelo; participa en la modernidad, pero como antítesis al “pensamiento único” de matriz individualista. Si acaso, explican Tornielli y Saleri, las referencias culturales de este Pontificado deben ser buscadas en donde sería más lógico encontrarlas: en el magisterio de la Iglesia y en su doctrina social que comenzó con León XII (La “Rerum Novarum” de 1891) y que cada uno de sus sucesores fue enriqueciendo en el espíritu de los tiempos. La polémica vaticana en contra de la economía de las ganancias es antigua, tanto que ya en 1949 Giovanni Spadolini acuñó la afortunada definición de “Papado socialista”. 

  

Francisco no es una excepción. En su magisterio se aprecia una crítica del sistema más estructural, expresada con una indignación más explícita con respecto a sus predecesores. Con un impulso que lo lleva a invertir el lugar común de la «cristiana resignación» frente a los entuertos del mundo. Una visión cristiana, sostiene Bergoglio, nunca puede ser pasiva ni resignada. Por ello el «deber» de cada católico de meterse a la política. Este deber de ofrecer testimonio de las propias ideas subsiste aunque en el mundo ya no haya un solo partido de clara inspiración religiosa. Es más, según la visión del papa Francisco, precisamente por este motivo y con mayor razón. 

  

  

  

 

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