El Papa contra la seducción del poder y la fama en la Iglesia

El Papa contra la seducción del poder y la fama en la Iglesia

En la fiesta de la Epifanía, Francisco recuerda el ejemplo de los tres reyes magos y urge a los líderes europeos a abrir los puertos a dos barcos que llevan varios días intentando desembarcar migrantes rescatados de la muerte en el mar

“Cuántas veces hemos seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio”. Es la constatación, en forma de advertencia, del Papa. En la fiesta de la epifanía, Francisco celebró la misa en la Basílica de San Pedro y rechazó las veces que los miembros de la Iglesia han querido “brillar con luz propia”. “Así, hemos vuelto el foco hacia la parte equivocada”, precisó. Y luego, tras bendecir a una multitud en la plaza vaticana, alzo la voz por los migrantes que llevan varios días a bordo de dos barcos que los rescataron de la muerte en el Mar Mediterráneo, pero ningún país los quiere recibir.

 

Epifanía es la “manifestación del señor”, explicó Jorge Mario Bergoglio, durante la homilía de la misa, que celebró con cardenales, arzobispos, obispos, diplomáticos, invitados especiales y miles de feligreses. Explicó que esta fiesta demuestra que Jesús se mostró a todo el mundo, sin importar nación, lengua y pueblo. 

 

No obstante, siguió, la sorpresa deriva de cómo se manifestó Dios. La forma. No lo hizo ocupando el centro de la escena. No se mostró a los grandes líderes de su época, ni a personajes políticos como el rey Herodes. No nació en el palacio real de Jerusalén, sino en una humilde morada de Belén.

 

“Asistimos a la misma paradoja en Navidad, cuando el evangelio nos hablaba del censo de toda la tierra en tiempos del emperador Augusto y del gobernador Quirino. Pero ninguno de los poderosos de entonces se dio cuenta de que el rey de la historia nacía en ese momento. E incluso, cuando Jesús se manifiesta públicamente a los treinta años, precedido por Juan el Bautista, el evangelio ofrece otra solemne presentación del contexto, enumerando a todos los ‘grandes’ de entonces, poder secular y espiritual: el emperador Tiberio, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanio, los sumos sacerdotes Anás y Caifás. Y concluye: ‘Vino la palabra de Dios sobre Juan en el desierto’. Por tanto, no sobre alguno de los grandes, sino sobre un hombre que se había retirado en el desierto”, explicó. 

 

Todos aquellos nombres importantes, señaló el Papa, podrían hacer caer en la tentación de pensar que el foco de luz se debe poner sobre ellos. O pensar que hubiese sido mejor si la estrella de Jesús se hubiese posado en Roma, sobre el monte Palatino, para que Augusto convirtiese inmediatamente en cristiano a todo el imperio. “Pero la luz de Dios no va a aquellos que brillan con luz propia. Dios se propone, no se impone; ilumina, pero no deslumbra”, aclaró.

 

Reconoció que es siempre grande la tentación de confundir la luz de Dios con las luces del mundo y entonces reflexionó sobre cuántas veces los cristianos han seguido los seductores resplandores del poder y de la fama, convencidos de prestar un buen servicio al evangelio. 

 

“Pero así hemos vuelto el foco de luz hacia la parte equivocada, porque Dios no está allí. Su luz tenue brilla en el amor humilde. Cuántas veces, incluso como Iglesia, hemos intentado brillar con luz propia. Pero nosotros no somos el sol de la humanidad. Somos la luna que, a pesar de sus sombras, refleja la luz verdadera, el señor”, continuó.

 

De esta manera, Jorge Mario Bergoglio puso el acento sobre las contradicciones en la historia de Jesús, nacido en una pequeña aldea a los márgenes del imperio, despojado de toda riqueza y comodidad, pero que pronto se manifiesta con gran poder a todos los pueblos de la tierra, representados en los Magos de Oriente. 

 

Al respecto, el pontífice aclaró que la luz de Dios llega a quien la acoge y resplandece ante quien está dispuesto a recibirla. Para recibirla, agregó, es necesario levantarse, sobreponerse al sedentarismo y disponerse a caminar; no quedarse parados, como los escribas consultados por Herodes, que sabían bien dónde había nacido el Mesías pero no se movieron. Además, estableció, para “vestir el traje de Dios” es necesario despojarse antes de los vestidos pomposos, para no ser como Herodes, que a la luz divina prefirió las luces terrenas del éxito y del poder.

 

Los Reyes Magos, afirmó el Papa, siguieron la estrella y decidieron tomar un camino distinto al de Herodes, el sendero del amor humilde. “Un camino alternativo al mundo, como el que han recorrido todos los que en Navidad están con Jesús: María y José, los pastores. Ellos, como los magos, han dejado sus casas y se han convertido en peregrinos por los caminos de Dios. Porque solo quien deja los propios afectos mundanos para ponerse en camino encuentra el misterio de Dios”, subrayó.

 

Todo esto vale en la actualidad, añadió. Porque no basta saber dónde nació Jesús y conocer la historia, hay que imitar a los magos, quienes no discutieron, no se quedaron mirando, no se empecinaron en sus planes sino que se mostraron disponibles a tomar otros caminos y se pusieron en marcha. Ellos fueron a dar, no a recibir. 

 

Por eso Francisco preguntó a los presentes si, para Navidad, llevaron regalos a Jesús o intercambiaron regalos sólo entre ellos. Y explicó que si no le obsequiaron nada eso se podía remediar, con los mismos obsequios de los magos: oro, incienso y mirra, adorar a Dios sin autosuficiencia, “quemar un poco de tiempo, gastarlo por el señor” y curar a los necesitados.

 

“El señor agradece que nos hagamos cargo de los cuerpos probados por el sufrimiento, de su carne más débil, del que se ha quedado atrás, de quien solo puede recibir sin dar nada material a cambio. La gratuidad, la misericordia hacia el que no puede restituir es preciosa a los ojos de Dios”, estableció. 

 

“La gratuidad es preciosa a los ojos de Dios. En este tiempo de Navidad que llega a su fin, no perdamos la ocasión de hacer un hermoso regalo a nuestro Rey, que vino por nosotros, no sobre los fastuosos escenarios del mundo, sino sobre la luminosa pobreza de Belén. Si lo hacemos así, su luz brillará sobre nosotros”, ponderó.

 

Al final de la celebración eucarística, mediodía de este domingo, el Papa se asomó a la ventana de su estudio privado en el Palacio Apostólico del Vaticano para dirigir su bendición con el Angelus ante unas 60 mil personas, entre las cuales se encontraban los tres Reyes Magos, parte de un desfile folclórico procedente de la región italiana de Abruzzo.

 

Al momento de los saludos, en italiano, alzó la voz por los migrantes salvados en el mar que, desde hace días, giran a bordo de barco que no encuentran puertos donde atracar. “Desde hace muchos días 49 personas salvadas en el Mar Mediterráneo están a bordo de dos barcos de organizaciones no gubernamentales en busca de un puerto seguro donde desembarcar. Dirijo un intenso llamado a los líderes europeos para que demuestren concreta solidaridad hacia estas personas”, clamó. 

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