Las palabras de Francisco sobre el infierno: “eterno abismo de soledad”

Las palabras de Francisco sobre el infierno: “eterno abismo de soledad”

El Papa Bergoglio se ha referido a él en numerosas ocasiones y ha indicado que no es un lugar, sino un estado en el que se elige permanecer rechazando el amor de Dios

El Papa Francisco, en los primeros cinco años de Pontificado ha hablado muchísimas veces sobre el demonio, ser personal y tentador, y se ha referido en diferentes ocasiones también al infierno. La pena principal del infierno, se lee en el Catecismo de la Iglesia católica, en el número 1035, «consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira». El magisterio de la Iglesia enseña que existe después de la muerte un estado, no un lugar, que espera a quien fallece en pecado grave y ha perdido la gracia santificante con un acto personal. Este estado implica la privación dolorosa de la visión de Dios. 

 

El Papa Bergoglio se refirió explícitamente al infierno el 21 de marzo de 2014, en la parroquia romana de San Gregorio VII, con los miembros de la asociación “Libera”, que combate contra las mafias italianas. «Siento que no puedo concluir sin decirle una palabra a los grandes ausentes, hoy, a los protagonistas ausentes: los hombres y las mujeres mafiosos. ¡Por favor, cambien de vida, conviértanse, deténganse, dejen de hacer el mal! Y nosotros rezamos por ustedes. Conviértanse, se lo pido de rodillas; es por su bien. Esta vida que viven ahora, no les dará placer, no les dará alegría, no les dará felicidad. El poder, el dinero que tienen ahora de tantos negocios sucios, de tantos crímenes mafiosos, es dinero ensangrentado, es poder ensangrentado, y no se lo podrán llevar a la otra vida. Conviértanse, todavía hay tiempo, para no acabar en el infierno. Es lo que les espera si siguen por este camino. Ustedes han tenido un papá y una mamá, piensen en ellos. Lloren un poco y conviértanse». 

  

Tres meses después, el 11 de junio de 2014, Francisco volvió a hablar sobre el argumento, durante la Audiencia de los miércoles dedicada a los dones del Espíritu Santo. «Pero, tengamos cuidado, porque el don de Dios, el don del temor de Dios también es una “alarma” frente a la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiranea, cuando solo vive para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡cuidado! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevarse consigo al otro lado ni el dinero ni el poder ni la vanidad ni el orgullo. ¡Nada! Solo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Cuidado, no hay que poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, ¡porque todo esto no puede prometernos nada bueno!». 

  

A pesar de no haber utilizado específicamente la palabra infierno, es evidente la referencia a un “estado” doloroso después de la muerte, destinado a todos los que rechazan a Dios hasta el final. «Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre los demás y se dejan corromper; ¿ustedes creen que una persona corrupta será feliz del otro lado? No, todo el fruto de su corrupción ha corrompido su corazón y será difícil ir hacia el Señor. Pienso en los que viven del tráfico de personas y del trabajo esclavo, que explotan a las personas; ¿ustedes creen que esta gente que trata a las personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo, tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en los que fabrican armas para fomentar las guerras; pero, imagínense, ¡qué oficio es este! Yo estoy seguro de que si hago ahora esta pregunta: ¿cuántos de ustedes son fabricantes de armas? Nadie, nadie. ¡Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios! Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y hacen mercancías de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que tendrán que dar cuentas a Dios». 

  

Durante el Ángelus del 2 de noviembre de 2014, día de la conmemoración de los difuntos, el Papa rezó de esta manera: «Dirige hacia nosotros tu mirada piadosa, que nace de la ternura de tu corazón, y ayúdanos a caminar por el camino de una completa purificación. Que ninguno de tus hijos sea perdido en el fuego eterno del infierno, en donde no puede haber más arrepentimiento». 

  

El 8 de marzo de 2015, dialogando con los parroquianos de Santa María Madre del Redentor, en Tor Bella Monaca, el Papa Bergoglio dijo: «Ustedes saben que había un ángel muy orgulloso, muy orgulloso; que era muy inteligente. Y él tenía envidia de Dios, ¿entienden? Tenía envidia de Dios. Quería el puesto de Dios. Y Dios quiso perdonarlo, pero él decía: “¡Yo no necesito tu perdón, me basto a mí mismo!”. Esto es el infierno: decirle a Dios: “Arréglatelas tú, que yo me las arreglo solo”. Al infierno no te mandan: vas tú, porque eliges estar allí. El infierno es querer alejarse de Dios, porque yo no quiero el amor de Dios. Esto es el infierno. ¿Entendiste? Es una teología un poco… fácil de explicar, pero es esto. El diablo está en el infierno porque él lo quiso: nunca una relación con Dios». 

  

«Pero, si tú eres… piensa en un pecador: si tú fueras un pecador tremendo, con todos los pecados del mundo, todos, y luego te condenan a la pena de muerte, y cuando estás allí, blasfemias, insultas, muchas cosas… Y en el momento de ir allí, a la pena de muerte, cuando estás por morir, miras al Cielo y dices: “¡Señor…!”. ¿A dónde vas, al Cielo o al infierno? Al Cielo, porque había otro que era un ladrón, pero un ladrón de aquellos… Fue crucificado al lado de Jesús. Y uno de estos ladrones insultaba a Jesús. Este no creía en Jesús; soportaba los dolores hasta la muerte. Pero en determinado momento, algo se movió dentro y dijo: “¡Señor, ten piedad de mí!”. Y, ¿qué dijo Jesús? ¿Te acuerdas de lo que dijo? “Hoy, esta tarde, estarás conmigo en el Paraíso”. ¿Por qué? Porque dijo “acuérdate”, “mírame”. Va al infierno solo quien le dice a Dios: “No te necesito, me las arreglo solo”, como dijo el diablo, que es el único del que podemos estar seguros que está en el infierno». 

  

A finales de 2015 publicaron el mensaje del Papa para la Cuaresma de 2016. En el texto se lee: «Las obras corporales y las obras espirituales no deben, por ello, ser separadas nunca. Es, efectivamente, tocando en el miserable la carne de Jesús crucificado como el pecador puede recibir en don la conciencia de ser él mismo un pobre mendigo. Mediante esta vía también los “soberbios”, los “poderosos” y los “ricos” de los que habla el Magnificat tienen la posibilidad de darse cuenta inmediatamente de ser amados por el Crucificado, muerto y resucitado también por ellos. Solamente en este amor está la respuesta a esa sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre cree poder colmar mediante los ídolos del saber, del poder y del poseer. Pero siempre queda el peligro de que, debido a una cerrazón cada vez más hermética a Cristo, que en el pobre continúa tocando a la puerta de su corazón, los soberbios, los ricos u los poderosos acaben condenándose a sí mismos y cayendo en ese eterno abismo de soledad que es el infierno». 

  

El 25 de noviembre de 2016, en la homilía de la misa en la capilla de Santa Marta, Bergoglio reflexionó sobre una frase del Apocalipsis: «Después la muerte y los infiernos fueron arrojados en el estanque de fuego». «Esta es la segunda muerte, el estanque de fuego», explicó. En realidad, añadió, «la maldición eterna no es una sala de tortura, esta es una descripción de este segunda muerte: es una muerte». Y «los que no sean recibidos en el reino de Dios es porque no se han acercado al Señor: son los que siempre han ido por su camino, alejándose del Señor y pasan frente al Señor y se alejan solos». Por ello, «la condena eterna es este alejarse constantemente de Dios, es el dolor más grande: un corazón insatisfecho, un corazón que ha sido creado para encontrar a Dios pero por la soberbia, por haber estado demasiado seguro de sí mismo, se ha alejado de Dios». En cambio, Jesús ha tratado de atraer a los soberbios «con palabras de mansedumbre», diciendo «Ven». Y lo dice para perdonar. «Pero los soberbios –prosiguió Francisco– se alejan, van por su camino y esta es la condena eterna: lejos siempre del Dios que da la felicidad, del Dios que nos quiere tanto». En realidad «no sabemos» si «son muchos», pero «solo sabemos que este es el camino de la condena eterna». El alejamiento, pues, es «el fuego de no poder acercarse a Dios porque no quiero». Es la actitud de los que «cada vez que el Señor se les acerca dicen: “Vete, me las arreglo solo”. Y siguen arreglándoselas solos en la eternidad: esto es trágico». 

  

Para concluir, el 13 de mayo de 2017, en la homilía de la misa del Centenario de las apariciones de Fátima, celebrada en el gran santuario mariano portugués, Francisco recordó la imagen del Apocalipsis de la mujer vestida de sol, a punto de dar a luz: «La Virgen Madre no ha venido aquí para que la veamos: para esto tendremos toda la eternidad, claro, si iremos al Cielo. Pero Ella, presagiando y advirtiéndonos sobre el peligro del infierno al que conduce un vida (a menudo propuesta e impuesta) sin Dios y que profana a Dios en sus criaturas, ha venido a recordarnos la Luz de Dios que habita dentro de nosotros y que nos cubre». 

  

Estas son las palabras pronunciadas públicamente o escritas por Francisco, que reflejan lo que la Iglesia cree sobre el infierno. Y en este día, en el que el Papa invitó a los fieles reunidos en la Plaza San Pedro a saludar a su predecesor y a desearle “¡Feliz Pascua!”, es un buen consuelo recordar una respuesta de Benedicto XVI (contenida en el libro-entrevista con Peter Seewald “Últimas conversaciones”). Cuando el periodista le preguntó si tenía una oración preferida, el Papa emérito respondió citando más de una. Entre ellas estaba la de san Francisco Javier: «Yo te amo no porque puedas darme el paraíso o condenarme al infierno, sino porque eres mi Dios, Te amo porque Tú eres Tú».

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