“El obispo no es un padre-patrón, que se deje aconsejar por los demás”

“El obispo no es un padre-patrón, que se deje aconsejar por los demás”

El Papa recibió a 114 obispos recién nombrados: «No se dejen aprisionar por la nostalgia de tener una sola respuesta para todos los casos. Esto calma el ansia de prestación, pero deja “áridas” las vidas que necesitan la gracia»

por SALVATORE CERNUZIO

 

«¿Este es el Concilio Vaticano III?». El Papa Francisco comenzó con una broma la audiencia en la Sala Clementina a los 114 obispos nombrados durante el último año, que concluyen hoy su peregrinaje en Roma. Después, entre metáforas y citas (de san Pablo y de Doroteo de Gaza, de Santo Tomás de Aquino y de San Agustín), les recordó las «responsabilidades» que este ministerio fundamental implica, poniéndolos en guardia frente a las tentaciones que afectan la «gracia» de ser llamados por Dios a guiar un rebaño. 

 

Antes que nada la tentación del «inmovilidad», del «siempre se ha hecho así» y del «tomemos tiempo». El «antídoto» a esta «rigidez» es un sano discernimiento, personal, espiritual, pastoral, porque ayuda a comprender que «las mismas soluciones no son válidas en todas partes» y que no hay que «resignarse a la repetición del pasado», sino «tener la valentía de preguntarse si las propuestas de ayer todavía son evangélicamente válidas». «No se dejen aprisionar por la nostalgia de poder tener una sola respuesta que aplicar a todos los casos. Esto tal vez calmaría nuestra ansia de prestación, pero dejaría relegadas a los márgenes y “áridas” las vidas que necesitan ser regadas por la gracia que custodiamos», advirtió Bergoglio.  

 

Cada obispo, prosiguió, debe «vivir el propio discernimiento de pastor como miembro del pueblo de Dios, en una dinámica siempre eclesial, al servicio de la “koinonía”». El obispo, de hecho, «no es el “padre-patrón”». Y su «misión» no consiste en «aportar ideas y proyectos propios, ni soluciones abstractamente pensadas por quienes consideran a la Iglesia un huerto de su casa», sino ofrecer «humildemente, sin protagonismos o narcisismos», el propio testimonio concreto de «unión con Dios, sirviendo el Evangelio que debe ser cultivado y ayudado a que crezca en esa situación específica». 

 

Por ello Francisco recomendó una «delicadeza especial con la cultura y la religiosidad del pueblo», que «no son algo que hay que tolerar, o meros instrumentos que manejar», ni mucho menos «una “cenicienta” que siempre hay que mantener oculta porque es indigna de acceder al salón noble de los conciertos y de las razones superiores de la fe». Por el contrario, hay que cuidarlas y dialogar con ellas, «porque, además de constituir un substrato que custodia la auto-comprensión de la gente, son un verdadero sujeto de evangelización, del cual vuestro discernimiento no puede prescindir». 

 

Discernimiento que en lo concreto se traduce en «humildad y obediencia». «Humildad con respecto a los propios proyectos», explicó Bergoglio; «obediencia con respecto al Evangelio, criterio último; al Magisterio, que lo custodia; a las normas de la Iglesia universal, que lo sirven; y a la situación concreta de las personas, para las cuales no se quiere nada más que sacar del tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de su salvación». 

 

En estos tiempos, paradójicamente marcados por un sentido de auto-referencialidad, que proclama terminado el tiempo de los maestros, el ser humano continúa «en la soledad» «gritando la necesidad de ser ayudado para afrontar las dramáticas cuestiones que lo asaltan, ser paternalmente guiado en el recorrido nada obvio de su desafío, ser iniciado en el misterio de la propia búsqueda de vida y de felicidad». 

 

Pero «solamente quien es guiado por Dios tiene título y autoridad para ser propuesto como guía para los otros», afirmó el Pontífice. «Puede amaestrar y hacer crecer en el discernimiento solamente quien tiene confianza con este maestro interior que, como una brújula, ofrece los criterios para distinguir, para sí y para los otros, los tiempos de Dios y de su gracia». 

 

Por ello, el obispo «no puede dar por descontada la posesión de un don tan alto y trascendental, como si fuera un derecho adquirido, sin decaer en un ministerio privo de fecundidad». El primer paso es aferrarse a la oración, instaurar una relación «íntima» con Dios: es necesario «implorarlo constantemente», dijo el Papa, como «condición primaria para iluminar cualquier sabiduría humana, existencial, psicológica, sociológica, moral de la que podamos servirnos en la tarea de discernir las vías de Dios para la salvación de aquellos que nos han sido encomendados». «Sin esta gracia no nos volveremos buenos meteorólogos de lo que se pueda apreciar “en el aspecto del cielo y de la tierra”, sino que tampoco seremos incapaces de “valorar el tiempo de Dios”». 

 

Francisco recordó también que «el discernimiento del obispo siempre es una acción comunitaria que no prescinde de la riqueza de la opinión de sus presbíteros y diáconos, del pueblo de Dios y de todos los que puedan ofrecerle una contribución útil, incluso mediante aportes concretos y no meramente formales»: Como decía Doroteo de Gaza, «cuando no se tiene en cuenta al hermano y nos consideramos superiores, acabamos por enorgullecerse incluso contra Dios mismo». 

 

Es por ello que es bueno instaurar un «diálogo sereno», sin el «miedo de compartir, y a veces modificar, el propio discernimiento con los demás». Con los hermanos en el episcopado, a los cuales el obispo está unido «sacramentalmente»; con los propios sacerdotes, de los cuales «es garante de esa unidad que no se impone con la fuerza, sino que se entreteje con la paciencia y la sabiduría de un artesano»; con los fieles laicos, porque «ellos conservan el “olfato” de la verdadera infalibilidad de la fe que reside en la Iglesia». 

 

Este es el camino que hay que seguir, y la historia lo demuestra mediante la experiencia de grandes pastores que «han sabido dialogar con tal depósito presente en el corazón y en la conciencia de los fieles y que no raramente, han sido sostenidos por ellos». Porque, sin este intercambio, «la fe de los más cultos puede degenerar en indiferencia y la de los más humildes en superstición», advirtió el Papa. 

 

Bergoglio los invitó a todos a «cultivar una actitud de escucha, creciendo den la libertad de renunciar al propio punto de vista (cuando se revela parcial e insuficiente), para asumir el de Dios». Y también a no «dejarse condicionar por ojos ajenos», sino más bien comprometerse «para conocer con ojos propios los lugares y a las personas, la “tradición” espiritual y cultural de la diócesis que les han encomendado». 

 

«Acuérdense —dijo el Papa Francisco— de que Dios ya estaba presente en sus diócesis cuando ustedes llegaron y seguirá estando cuando ustedes se hayan ido. Y, al final, todos seremos medidos no con respecto a la contabilidad de nuestras obras, sino con el crecimiento de la obra de Dios en el corazón del rebaño que custodiamos en nombre del “Pastor y custodio de nuestras almas”». 

 

El Pontífice concluyó exhortando a los obispos recién nombrados a «crecer en un discernimiento encarnado e incluyente», porque «la actividad de discernir no está reservada a los sabios, a los perspicaces y a los perfectos», sino que debe ponerse en diálogo «con el conocimiento de los fiele» pues «debe ser formada y no sustituida», «en un proceso de acompañamiento paciente y valiente». Trasmitir la «verdad de Dios» a los fieles no es proclamar obviedades, sino introducir «a la experiencia de Dios que salva sosteniendo y guiando los pasos posibles que hay que dar», explicó el Papa. 

 

El objetivo es hacer que madure «la capacidad de cada uno: fieles, familias, presbíteros, comunidades y sociedades»: todos están «llamados a progresar en la libertad de elegir y realizar el bien que Dios quiere», afirmó Bergoglio, en un proceso «siempre abierto y necesario, que puede ser completado y enriquecido» y que «no se reduce a la repetición de fórmulas que “como las nubes altas que mandan poca lluvia” al hombre concreto, que a menudo está inmerso en una realidad irreducible a lo blanco o negro». 

 

Una vez más, el obispo de Roma pidió a los pastores que penetren «en los pliegues de lo real y tener en cuenta sus matices para hacer que surja todo lo que Dios quiere realizar en cada momento». Hay que «educarse a la paciencia de Dios y a sus tiempos, que nunca son los nuestros», recomendó. «A nosotros nos espera, cotidianamente, acoger de Dios la esperanza que nos salva de cualquier abstracción, porque nos permite descubrir la gracia oculta en el presente sin perder de vista» su «plan de amor». Plan que es mucho más grande que nosotros. 

Comentá la nota