“Un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope”

“Un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope”

El Papa recibe el nuevo año celebrando una misa en San Pedro y dedica una homilía a la Virgen María, instando a todos a acudir a ella en los momentos más difíciles de la vida

“Mirada de la Madre, mirada de las madres”. La humanidad se fundamenta en ellas. Un mundo sin su óptica se vuelve gris, egoísta, excluyente. Al recibir el nuevo año, el Papa entonó un panegírico a las mujeres y a las madres, partiendo de la imagen de la Virgen María. Aseguró que su maternidad es capaz de engendrar la fe y cuidar a todos. Por eso animó a dejarse mirar por ella, especialmente cuando se vive atrapado “por los nudos más intrincados de la vida”. 

 

La mañana de este martes, Francisco celebró una multitudinaria misa en la Basílica de San Pedro por la solemnidad de María Santísima madre de Dios. Lo hizo no sólo para recibir el año, también para recordar que este día tiene lugar la edición número 52 de la Jornada Mundial de la Paz. En su sermón, destacó las cualidades de las madres y consideró necesario aprender de ellas que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos y la sabiduría en la mansedumbre. 

 

“Un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope. Podrá aumentar los beneficios, pero ya no sabrá ver a los hombres como hijos. Tendrá ganancias, pero no serán para todos. Viviremos en la misma casa, pero no como hermanos. La familia humana se fundamenta en las madres. Un mundo en el que la ternura materna ha sido relegada a un mero sentimiento podrá ser rico de cosas, pero no de futuro. Madre de Dios, enséñanos tu mirada sobre la vida y vuelve tu mirada sobre nosotros, sobre nuestras miserias. Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”, exclamó. 

 

Pidió recibir el nuevo año con admiración, porque la vida es un don que siempre ofrece la posibilidad de empezar de nuevo. Llamó a admirarse ante la madre de Dios, quien dio a luz al “amor encarnado”, un niño que muestra a todos cómo Dios no es un señor distante que vive solitario en los cielos sino que su amor, “paterno y materno”, es como el de una madre que nunca deja de creer en los hijos y jamás los abandona, sin importar sus errores, sus pecados y cómo han decidido hacer funcionar el mundo. 

 

“Al inicio del año, pidámosle a ella la gracia del asombro ante el Dios de las sorpresas. La vida sin asombro se vuelve gris, rutinaria; lo mismo sucede con la fe. Y también la Iglesia necesita renovar el asombro de ser morada del Dios vivo, esposa del señor, madre que engendra hijos. De lo contrario, corre el riesgo de parecerse a un hermoso museo del pasado”, continuó. 

 

La Virgen, añadió, transmite a la Iglesia “la atmósfera de casa”, por eso animó a todos a dejarse mirar por ella, especialmente en los momentos de necesidad y cuando se vive atrapado por “los nudos más intrincados de la vida”. Porque, cuando mira, María “no ve pecadores” y sus ojos “reflejan la belleza de Dios, reflejan el cielo sobre nosotros”.

 

Insistió que su mirada infunde confianza y ayuda a crecer en la fe, porque ayuda a quien la recibe a sentirse parte del pueblo creyente y ser capaces de amar, más allá de los límites y de las orientaciones de cada uno. Ella -siguió- arraiga a la Iglesia, donde la unidad cuenta más que la diversidad, y exhorta a cuidarse los unos de los otros; además recuerda que para la fe es esencial la ternura, que combate la tibieza. 

 

“En la vida fragmentada de hoy, donde corremos el riesgo de perder el hilo, el abrazo de la madre es esencial. Hay mucha dispersión y soledad a nuestro alrededor, el mundo está totalmente conectado, pero parece cada vez más desunido. Necesitamos confiarnos a la Madre. María es el remedio a la soledad y a la disgregación. Es la madre de la consolación, que consuela porque permanece con quien está solo. Ella sabe que para consolar no son suficientes las palabras, se necesita la presencia, y ella está presente como madre. Permitámosle abrazar nuestra vida”, abundó.

 

Por eso instó a dejarse tomar de la mano de la Virgen, porque las madres saben tomar de la mano a sus hijos e introducirlos en la vida con amor. Pero constató que muchos hijos, en la actualidad, deciden ir por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos. Estos, señaló, olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo, “lamentablemente” deciden reaccionar con veneno y maldad a todo y a todos, porque creen que mostrarse malvados será un signo de fortaleza, pero es sólo debilidad. 

 

“La Virgen no es algo opcional: debe acogerse en la vida. Es la reina de la paz, que vence el mal y guía por el camino del bien, que trae la unidad entre los hijos, que educa a la compasión. Tómanos de la mano, María. Aferrados a ti superaremos los recodos más estrechos de la historia”, destacó.

 

Al término de la celebración eucarística, el Papa se asomó a la ventana de su estudio personal, en el Palacio Apostólico del Vaticano, y desde allí dirigió un mensaje ante miles de personas congregadas en la Plaza de San Pedro, antes de rezar con ellas la oración mariana del Angelus e impartirles una bendición especial.

 

Entonces recordó la Jornada Mundial de la Paz que la Iglesia celebra este día y evocó el tema de este año: “La buena política está al servicio de la paz”. Entonces urgió a no pensar que la política esté reservada sólo a los gobernantes, aclaró que -en realidad- todos son responsables de la ciudad y del bien común; por eso también la política es buena en la medida en la cual cada uno hace su parte al servicio de la paz. E imploró: “Nos ayude en este compromiso cotidiano la santa madre de Dios”. 

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