La métamorfosis protestante en America Latina

La métamorfosis protestante en America Latina

Sectores cada vez más amplios del movimiento pentecostal se involucran directamente en política y cambian los equilibrios de poder en los países del continente

irectamente movilizados por ellos, y que dicha fuerza de resistencia prácticamente había decidido el resultado del plebiscito. 

 

En Chile, donde la presencia evangélica tiene raíces antiguas que se remontan a 1910 con la Iglesia Metodista Pentecostal, y tiene ramificaciones en la mayoría de las instituciones del Estado, cárcel y Gendarmería entre otras, se suscribió un acuerdo en el año 2000 que ponía al evangelismo nacional al mismo nivel que el catolicismo. No sorprende entonces que los candidatos a la presidencia – incluso la ex presidente Michelle Bachelet – hayan buscado el voto de los evangélicos y tomado en cuenta sus requerimientos en los programas que presentaron a los electores. El caso de Bolivia es muy semejante, y en estas últimas semanas el gobierno de Evo Morales ha estado discutiendo una nueva ley sobre la libertad religiosa que equipara a las iglesias protestantes con la católica. A cambio, la representación evangélica que negocia el acuerdo ha asegurado la independencia política en las elecciones presidenciales de octubre. Una abstención que en realidad también es una manera de presionar al gobierno.

 

En Brasil, el país con la población pentecostal más numerosa del mundo, los políticos que se pueden considerar una expresión directa de la variada galaxia evangélico-pentecostal han constituido un Frente parlamentario integrado por 92 diputados – eran 36 en 2006 – pertenecientes a 14 partidos diferentes; el número sube a 189 si se incluyen los parlamentarios alineados con el bloque evangélico en temas sensibles a los primeros. Baste recordar que los votos del frente evangélico tuvieron un peso importante – determinante según algunos analistas políticos – en el impeachment de la ex presidente Dilma Rousseff, la aprobación de ciertas leyes durante el gobierno de Michel Temer y la elección de Bolsonaro como presidente contra todo pronóstico. No faltan quienes hacen notar que la presencia de los evangélicos brasileños todavía se encuentra infrarrepresentada en los niveles políticos superiores, a partir de la sencilla consideración estadística de que constituyen el 30 por ciento de la población del país y tienen una representación parlamentaria del 15%.

 

Poco más de cinco siglos después de la Reforma (1517) y poco más de un siglo después del Congreso de Panamá (1916), que marca para los protestantes el comienzo formal del movimiento evangélico latinoamericano, se puede decir que la politización del pentecostalismo ha quedado consumada. “La política es una realidad de la que no se puede escapar” afirma el estudioso metodista de nacionalidad paraguaya Pablo Alberto Deiros, miembro de la Sociedad Bíblica Internacional, y los evangélicos han terminado zambulléndose en ella de cabeza.

 

Antes de preguntarse por las razones de esa metamorfosis, hay que tener claro en qué momento la crisálida empezó a transformarse en mariposa. Numerosos estudios coinciden en señalar los años ’70 como el punto de ruptura de la estabilidad religiosa en el continente latinoamericano. Entre 1910 y 1950, a excepción de Chile y Puerto Rico, el declive católico en América Latina era apenas perceptible y el ascenso evangélico igualmente ínfimo. Cuatro siglos y medio de catolicismo apenas se veían afectados por disminuciones que en las primeras estadísticas eran inferiores a dos puntos porcentuales. La estructura religiosa del continente, por lo menos en la superficie, era todavía un mar apenas encrespado por pequeñas olas. En los años posteriores al famoso 1968 europeo, que en América Latina impactó algunos años más tarde, comienza una marcada dispersión católica que el instituto de investigación Latinobarómetro hace oscilar entre 47 puntos porcentuales de pérdida en Honduras y 5 puntos de retroceso en Paraguay.

 

La participación de los evangélicos en la política de los partidos latinoamericanos comienza como manchas de leopardo en diversos puntos del continente en la década del ’70, se extiende en la primera mitad de los años ’80 y se generaliza desde el ’90 hasta nuestros días. Registra momentos propulsores de gran importancia, como la Consulta sobre “La teología y la práctica del poder” que se llevó a cabo en 1983 en República Dominicana o el encuentro nacional de líderes pentecostales en Brasil de 1985, que concluyó con la decisión de presentar candidatos en todos los Estados donde fuera posible, con la consigna “el hermano vota por el hermano”. En esa misma época nació en Colombia el primer partido político evangélico (1989) y al año siguiente presentó un candidato a la presidencia; en Perú, después de algunos tímidos intentos en 1980 y 1985, los evangélicos entraron con fuerza en el escenario político. En Brasil, la gran irrupción evangélica comienza con las elecciones para la Asamblea Constituyente de 1986, poniendo fin a una especie de autoexclusión de la política partidaria. La primera incursión política exitosa en Guatemala fue la elección del ingeniero Jorge Serrano Elías que gobernó el país entre 1991 y 1993, primer evangélico que alcanzó esa meta.

 

Para los nuevos protestantes el mundo ya no es una sala de espera donde uno se prepara para la transformación final, sino el lugar de la batalla por la conquista de las naciones en el nombre de Dios. Cada vez más numerosos, pensadores y líderes evangélicos pentecostales y neopentecostales desplazan a los viejos pastores y toman su lugar a la cabeza de legiones cada vez más numerosas de fervientes creyentes educados en el nuevo verbo de una teología que aclama la prosperidad como premio divino.

 

Un autor influyente de la teología latinoamericana evangélica, el argentino de fe metodista José Miguez Bonino, observa que “muchos evangélicos que entran en política no son miembros de las denominaciones tradicionales sino que provienen de grupos para los cuales el mundo político siempre había sido sospechoso, pernicioso para un verdadero creyente y hasta diabólico”. Estos nuevos evangélicos «apuntan a crear partidos políticos confesionales que sean el “brazo secular” de sus iglesias y meros instrumentos de evangelización, como la Iglesia Universal del Reino de Dios o las Asambleas de Dios en Brasil o las mega iglesias colombianas que forman sus partidos políticos familiares». Irrumpen en política con connotaciones fuertemente integristas y ceden a la tentación de “usar el poder político al servicio de la iglesia para contrarrestar un presunto poder político de la Iglesia católica”.

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