El mercado bueno de Laudato si'

El mercado bueno de Laudato si'

Sobre nuestro sistema capitalista recae una enorme demanda de justicia que se eleva desde las víctimas y los "deshechos" humanos, una demanda que es particularmente grave porque ya no es vista ni oída.

Por  Luigino Bruni

El Papa Francisco es hoy la única autoridad moral global capaz, en primer lugar, de ver y sentir esta gran demanada ética sobre el mundo (lo que depende de su propio carisma) y, sucesivamente, de plantear interrogantes radicales (lo que nace de su ágape).

Ninguna otra "agencia" mundial dispone de la misma libertad de los poderes fuertes de la economía y de la política; una libertad que lamentablemente ni la ONU ni la Comisión Europea (el Ejecutivo de la Unión Europea, NdR), y tampoco los políticos nacionales, demuestran poseer. De hecho, siguen "vendiendo al pobre por un par de sandalias" (Amos).

Algunos comentaristas, que se autodefinen amantes del libre mercado, han escrito que la encíclica Laudato si' está en contra del mercado y de la libertad económica, expresión del antimodernismo e, incluso, del marxismo del Papa "asumido casi al final del mundo".

En la encíclica no se encuentra nada de todo esto, más bien encontramos lo opuesto. Francisco nos recuerda que el mercado y la empresa son preciosos aliados del bien común si no se transforman en una ideología, si la parte (el mercado) no se transforma en el todo (la vida). El mercado es una dimensión de la vida social esencial para todo bien común (son muchas las palabras en la encíclica que alaban a los empresarios responsables y las tecnologías al servicio del mercado que incluye y crea trabajo). Pero no es la única y menos todavía la primera.

Ante todo, el Papa vuelve a llamar al mercado a su vocación de reciprocidad y de "mutua ventaja". Y sobre esta base critica a las empresas que deprenden a las personas y a la tierra (y lo hacen a menudo), porque están negando la naturaleza misma del mercado, enriqueciéndose gracias al empobrecimiento de la parte más débil. En un segundo plano, Francisco nos recuerda algo fundamental que hoy es sistemáticamente descuidado. La tan mentada "eficiencia", el santo y seña de la nueva ideología global, nunca es una cuestón sólo técnica y por lo tanto éticamente neutral (34). Los cálculos costos-beneficios, a la base de toda elección "racional" de las empresas y de las públicas administraciones, dependen decididamente de lo que incluimos entre los costos y qué incluimos entre los beneficios. Durante décadas consideramos como eficientes las empresas que entre los costos no incluían los perjuicios que estaban produciendo en los mares, los ríos, en la atmósfera. El Papa nos invita a ampliar ese cálculo a todas las especies, incluyéndolas en una fraternidad cósmica, extendiendo la reciprocidad también a los seres vivientes no humanos, asignando a ellos un rubro en nuestros balances económicos y políticos. 

Luego, hay un tercer plano. También reconociendo la "mutua ventaja" como ley fundamental del mercado civil, y acaso extendiéndola también a la relación con las demás especies vivientes y con la tierra, la "mutua ventaja" no puede y no debe ser la única ley de la vida. Es importante, pero no la única. También están los que el economista y filósofo indio Amartya Sen define como "las obligaciones del poder". Debemos actuar responsablemente para con la creación porque, hoy, la técnica nos atribuye un poder para determinar unilateralmente consecuencias muy graves para los demás seres vivientes con los que estamos vinculados. 

Todo es vivo en el universo y todo nos convoca a ser responsables. También hay obligaciones morales sin ventajas para nosotros. La "mutua ventaja" del mercado bueno no es suficiente para cubrir todo el espectro de la responsabilidad y de la justicia. También el mejor mercado, si se transforma en el único criterio, se torna un monstruo. Ninguna lógica económica nos lleva a dejar los bosques en herencia a quienes vivirán dentro de mil años, sin embargo tenemos obligaciones morales también respecto de aquellos futuros habitantes de la Tierra.

Es muy importante la cuestión de la "deuda ecológica" (51), que representa uno de los pasajes más altos y proféticos de la encíclica. La lógica despiadada de las deudas de los Estados domina la Tierra, pone de rodillas a pueblos enteros (como en el caso de Grecia) y mantiene bajo chantaje a muchos otros. Se ejerce en el mundo mucho poder en nombre de la deuda y del crédito. Sin embargo, existe también una gran "deuda ecológica" del Norte del mundo respecto del Sur, de un 10 por ciento de la humanidad que ha construido su propio bienestar descargando los costos sobre la atmósfera de todos, y que sigue produciendo los "cambios climáticos".

La expresión "cambios" es engañosa porque es éticamente neutral. El Papa, en cambio, habla de "contaminación" y de deterioro de ese bien común llamado clima (23). El deterioro del clima contribuye a la desertificación de regiones enteras que influye decididamente sobre las miserias, las muertes y las migraciones de los pueblos (25). De esta inmensa "deuda ecológica" y de justicia global no se tiene en cuenta cuando cerramos nuestras fronteras a quien llega a Europa porque le estamos quemando la casa.

Esta deuda ecológica no pesa para nada en el orden político mundial, ninguna Troika condena a un país porque ha contaminado y desertificado a otro país. Es así que la "deuda ecológica" sigue creciendo en medio de la indiferencia de los grandes y de los poderosos. 

Finalmente, un consejo. Quien todavía no leyó esta maravillosa encíclica, no comience la lectura desde su propia oficina o sentado en un sofá. Salga de su casa, vaya en medio de un jardín o en un bosque, y allí comience a meditar el cántico de Papa Francisco. La Tierra de la que nos habla es una Tierra real, tocada, sentida, olfateada, vista, amada. Luego, termine la lectura en alguna periferia real, en medio de los pobres, mire al mundo de los ricos epulones al lado de nuestros lázaros, y abrace al menos uno, como Francisco. Desde esos lugares podremos volver a aprender a "asombrarnos" (11) de las maravillas de la Tierra y de los hombres. Acaso, de este modo, podremos comprender y rezar Alabado seas.

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