“La mansedumbre nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros”

“La mansedumbre nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros”

La misa de Francisco en Malmö: «Las Bienaventuranzas son el documento de identidad del cristiano: beatos los que ven a los ojos a los descartados y a los marginados demostrándoles su cercanía; beatos los que reconocen a Dios en cada persona y luchan porque otros lo descubran»

ANDREA TORNIELLI - ENVIADO A MALMÖ

Las Bienaventuranzas «son de alguna manera el documento de identidad del cristiano». Lo dijo Papa Francisco en la homilía de la misa que celebró en el Swedbank Stadion de Malmö, en el último acto de su visita relámpago a Suecia. En la estructura al aire libre se reunieron también los católicos que llegaron de la vecina Dinamarca. Había más de 10 mil de personas y en la estructura. Antes de la misa, el Papa saludó personalmente a algunos enfermos. Había también algunos migrantes filipinos y latinoamericanos.

En el día de la fiesta de Todos los santos, Bergoglio explicó que justamente las beatitudes evangélicas identifican a los que siguen a Jesús. «Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida».

Francisco explicó que, a veces, la santidad «no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales».

Pero, si hay algo que caracteriza a los santos, añadió el Pontífice, «es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados».

El Papa subrayó particularmente una de las bienaventuranzas: «bienaventurados los mansos». «Jesús dice de sí mismo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad».

La misa de este primero de noviembre de 2016 no estaba prevista inicialmente: el programa de la visita papal incluía solamente los eventos den día, para la conmemoración de los 500 años de la Reforma. Pero en la entrevista que le hizo el padre Ulf Jonsson, director de la revista de los jesuitas suecos «Signum», el Papa respondió a una pregunta sobre el papel de los católicos en la cultura sueca: «Veo una sana convivencia, en la que cada uno puede vivir la propia fe y expresar el propio testimonio viviendo un espíritu abierto y ecuménico. No se puede ser católicos y sectarios. Hay que tender a estar junto a los demás. “Católico” y “sectario” son dos palabras en contradicción. Por ello, al inicio, no se pensaba celebrar una misa para los católicos en este viaje: quería insistir en un testimonio ecuménico. Después reflexioné bien sobre mi papel de pastor de un rebaño católico que también llegará de los países vecinos, como de Noruega y Dinamarca. Entonces, respondiendo a la ferviente petición de la comunidad católica, decidí celebrar una misa, extendiendo el viaje otro día. De hecho quería que la misa no se celebrara ni el mismo día y ni en el mismo lugar del encuentro ecuménico, para evitar que se confundieran los nivele».

«De hecho —concluyó el Papa—, el encuentro ecuménico debe mantener su significado profundo según un espíritu de unidad, que es el mío. Esto provocó algunos problemas organizativos, lo sé, porque estaré en Suecia también el día de los Santos, que aquí en Roma es importante. Pero, con tal de evitar malos entendidos, quise que fuera así».

Antes del Ángelus, recitado al final de la Misa, Francisco saludó «cordialmente» al presidente y al secretario de la Federación Luterana Mundial, y al arzobispo de la Iglesia de Suecia. «Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de venir a esta tierra y encontrarme con ustedes, muchos de los cuales provienen de diversas partes del mundo. Como católicos formamos parte de una gran familia, sostenida por una misma comunión. Los animo a vivir su fe en la oración, en los Sacramentos y en el servicio generoso ante quien tiene necesidad y sufre. Los aliento a ser sal y luz en medio de las circunstancias que les toca vivir, con su modo de ser y actuar, al estilo de Jesús, y con gran respeto y solidaridad con los hermanos y hermanas de las otras iglesias y comunidades cristianas y con todas las personas de buena voluntad».

El Papa concluyó sin ocultar su devoción mariana por motivos ecuménicos e invitó a encomendarse siempre a la Virgen, «que se nos presenta hoy como la primera entre los Santos, la primera discípula del Señor. Nos abandonamos a su protección y le presentamos nuestras penas y alegrías, nuestros temores y anhelos. Todo lo ponemos bajo su amparo, con la seguridad de que nos mira y nos cuida con amor de madre».

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