La lección de Francisco: Evangelio y diplomacia

La lección de Francisco: Evangelio y diplomacia

En la entrevista durante el vuelo de vuelta, el Papa explicó cómo y por qué trató de comunicarse con los generales y con las autoridades políticas de Myanmar, hablando sobre los Rohinyá a pesar de no pronunciar esa palabra en su discurso público

Hay quienes hablaron de “realpolitik”, otros dijeron que la fama del Papa defensor de los derechos humanos se había ofuscado un poco, otros más sopesaron cada una de las sílabas que pronunció y concluyeron que Bergoglio se había rendido con excesiva prudencia diplomática. El sistema de los medios de comunicación internacionales, justamente interesado en la situación de los prófugos del estado de Rakhine, discriminados y perseguidos, insitía desde hacía días en lo que el Papa habría dicho al llegar a Myanmar sobre esta etnia musulmana. Y, sobre todo, se preguntaban si el Pontífice habría usado o no la palabra “Rohinyá”. Una atención fomentada por las repetidas veces en las que la Iglesia birmana había expresado su postura, en boca del cardenal de Rangún, quien pidió a Francisco que no usara ese término en sus discursos. 

 

Así, olvidando que en Myanmar existen otras decenas de etnias discriminadas, hombres y mujeres desplazados y obligados a pagar un precio muy elevado por los sueños independentistas de grupos y grupúsculos armados, todo el intenso viaje papal se jugaba (según el sistema de los medios de comunicación internacionales) alrededor de esta pregunta: ¿dirá el Papa o no esa palabra? 

 

En el discurso que pronunció el martes 28 de noviembre frente a la Consejera de Estado Aung San Suu Kyi y a las autoridades políticas del país, Bergoglio no utilizó la palabra Rohinyá, pero habló claramente sobre ellos, es decir también sobre ellos, pues pidió el respeto de los derechos humanos y la ciudadanía para cada uno de los grupos étnicos, sin exclusiones. En las horas que siguieron y también durante el día siguiente, el Papa fue criticado por no haber osado más. Un caso de “realpolitik”, se dijo. La diplomacia que prevalece sobre la denuncia de la violación de los derechos humanos más elementales, indicaron algunos. 

 

Tres días después, en Bangladesh, Francisco no solo llamó a la etnia perseguida con su nombre, sino que hizo mucho más. Habló con los gestos, con la compasión, con dolor visiblemente expresado en el rostro. Se reunió con 16 Rohinyá, hombres, mujeres y niños espantados y desorientados, que se encontraron frente al Pontífice y pudieron contarle sus terribles historias. Fue un mensaje potente, destinado a cancelar la polémica mediática sobre el uso o no de una palabra. 

 

Pero la verdadera novedad llegó el sábado por la noche, cuando, durante el vuelo de vuelta de Dhaka, Francisco se reunió con los periodistas y dialogó con ellos no solo sobre los sentimientos que vivió cuando se encontró con esas personas, sino también sobre los motivos que lo llevaron a actuar como actuó frente a las autoridades birmanas. Su respuesta fue en realidad una lección no tanto o no solamente de diplomacia, sino, sobre todo, de comunicación y testimonio evangélico. 

 

«Para mí, lo más importante, es que llegue el mensaje –explicó. Por ello hay que tratar de decir las cosas paso a paso, y escuchar las respuestas. A mí me interesaba que este mensaje llegara. Si en el discurso oficial hubiera dicho esa palabra, habría sido como azotarle la puerta en la cara a mis interlocutores. Pero describí la situación, hablé sobre los derechos de las minorías, para después permitirme, en las conversaciones privadas, ir más allá. Quedé satisfecho con esos coloquios: es cierto, no tuve el placer de azotar la puerta en público, pero tuve la satisfacción de dialogar, de hacer que el otro hablara y de decir lo que tenía que decir. Hasta el encuentro y las palabras del viernes. Es importante la preocupación de que el mensaje llegue: ciertas denuncias, en los medios, algunas veces dichas agresivamente, cierran el diálogo, cierran la puerta, y el mensaje no llega». 

 

¿Qué significa? ¿Tal vez la sacrosanta denuncia de las violaciones de los derechos humanos debe ser callada para estar tranquilos? ¿O que la verdad de los hechos debe ser encubierta con palabras diplomáticamente mesuradas y lo suficientemente ascéticas como para no dar fastidio a los poderosos? Nada de ello. Lo que le importaba a Francisco, que ya había lanzado llamados en público a favor de los Rohinyá utilizando su nombre, era poder contribuir positivamente a la solución de la crisis, llamando a la comunidad internacional a no mirar hacia otra parte: lo que a menudo, desgraciadamente, sucede, como demuestran ciertas crisis, ciertas guerras y ciertas emergencias humanitarias olvidadas por los medios de comunicación y poco consideradas porque obligarían a revisar nuestras certezas sobre los “buenos” y los “malos” del momento. 

 

Pero lo que más le importaba al Papa era que su mensaje llegara al destinatario, que, por lo menos, fuera escuchado, aunque no plenamente acogido. Francisco, teniendo en cuenta la situación concreta de los prófugos y tratando de ayudarlos, no actuó según el criterio de lo políticamente correcto indicado por los medios de comunicación. Eligió no «azotarle la puerta en la nariz» a sus interlocutores políticos en el discurso público, para poder expresarse con mucha mayor libertad en los encuentros cara a cara. En su reunión con el general Hlaing, explicó, «no negocié la verdad […] Con él usé las palabras para llegar al mensaje y, cuando vi que el mensaje era aceptado, osé decir todo lo que quería decir». 

 

Esta decisión, es más el dilema, no es nuevo para los Papas, que no tienen intereses políticos que defender y que desde hace un siglo y medio ya no cuentan con un verdadero Estado. No es casual si precisamente la pérdida de ese poder temporal, como recordó el entonces cardenal Giovanni Battista Montini en un célebre discurso en el Campidoglio poco antes de la apertura del Concilio Vaticano II, fue providencial, porque permitió que el papado hablara con mayor libertad. Sería, pues, un error intereprtar lo que sucedió en Myanmar y Bangladesh según la dialéctica entre la profecía y la diplomacia, entre la denuncia y la “realpolitik”. 

 

Lo que sucedió en este rincón del Extremo Oriente debe ser leído a la luz de la posibilidad concreta de salvar vidas humanas y de mejorar las condiciones de vida de los Rohinyá, evitando nuevas persecuciones y asesinatos. Francisco decidió actuar como lo hizo para que su mensaje pudiera llegar a su destino. En el encuentro con los prófugos, en la visible participación en su dolor, en su personal cercanía, al pedir perdón por la indiferencia del mundo, volvió a demostrar qué es lo que significa verdaderamente evangelizar. 

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