“Jesús único salvador de todo el hombre, no al pelagianismo ni al gnosticismo”

“Jesús único salvador de todo el hombre, no al pelagianismo ni al gnosticismo”

La carta “Placuit Deo” reafirma la enseñanza de la fe cristiana frente a las visiones de quienes solamente confían en las propias fuerzas y en las propias estrategias. Y toma también distancia de quienes creen en la salvación interior y rechazan la carne de Cristo y a la comunidad

«Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal» del hombre y de todos los hombres. «El lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia», cuya intermediación salvífica «nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad». Lo afirma la carta “Placuit Deo” de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida a los obispos de la Iglesia católica y dedicada a algunos «aspectos de la salvación cristiana». El objetivo es «resaltar, en el surco de la gran tradición de la fe y con particular referencia a la enseñanza del Papa Francisco, algunos aspectos de la salvación cristiana que hoy pueden ser difíciles de comprender debido a las recientes transformaciones culturales».   

  

El nuevo documento representa una puntualización doctrinal para contrarrestar, en el actual contexto que acepta «no sin dificultades la confesión de fe cristiana», el individualismo que tiene a ver al hombre como ser cuya realización «depende de sus propias fuerzas».  Jesucristo, en esta visión, se convierte en un modelo que hay que imitar, pues «transforma la condición humana, incorporándonos en una nueva existencia reconciliada con el Padre y entre nosotros a través del Espíritu». Otro de los riesgos presentes en la actualidad es la de «una salvación meramente interior, la cual tal vez suscite una fuerte convicción personal, o un sentimiento intenso, de estar unidos a Dios, pero no llega a asumir, sanar y renovar nuestras relaciones con los demás y con el mundo creado».  

 

Esta segunda visión no logra apreciar el sentido de la encarnación de Cristo, que asumió «nuestra carne y nuestra historia, por nosotros los hombres y por nuestra salvación». Estas dos tendencias, recuerda la carta del ex Santo Oficio firmada por el Prefecto, el arzobispo Luis Ladaria Ferrer (y aprobada por el Papa Francisco), a menudo aparecen en las meditaciones de Francisco, quien las asocia a dos «antiguas herejías: el pelagianismo y el gnosticismo». En el pelagianismo, el hombre pretende salvarse a sí mismo, con sus fuerzas (y tal vez confiando demasiado en sus estructuras y estrategias), sin reconoce que depende de Dios y que necesita constantemente su ayuda, además de la relación con los demás. En el neo-gnosticismo, la salvación se convierte en algo «meramente interior, encerrada en el subjetivismo», exaltando el intelecto más allá de la «carne de Jesús». 

  

«Tanto el individualismo neo-pelagiano como el desprecio neo-gnóstico del cuerpo –afirma el documento– deforman la confesión de fe en Cristo, el Salvador único y universal. ¿Cómo podría Cristo mediar en la Alianza de toda la familia humana, si el hombre fuera un individuo aislado, que se autorrealiza con sus propias fuerzas, como lo propone el neo-pelagianismo? ¿Y cómo podría llegar la salvación a través de la Encarnación de Jesús, su vida, muerte y resurrección en su verdadero cuerpo, si lo que importa solamente es liberar la interioridad del hombre de las limitaciones del cuerpo y la materia, según la nueva visión neo-gnóstica?». 

  

E insiste en que «la salvación consiste en nuestra unión con Cristo», quien, «con su Encarnación, vida, muerte y resurrección, ha generado un nuevo orden de relaciones con el Padre y entre los hombres, y nos ha introducido en este orden gracias al don de su Espíritu, para que podamos unirnos al Padre como hijos en el Hijo». Frente a las aspiraciones a la salvación, a la eternidad, a la plena y feliz realización de sí, «la fe en Cristo nos enseña, rechazando cualquier pretensión de autorrealización, que solo se pueden realizar plenamente si Dios mismo lo hace posible, atrayéndonos hacia Él mismo. La salvación completa de la persona no consiste en las cosas que el hombre podría obtener por sí mismo, como la posesión o el bienestar material, la ciencia o la técnica, el poder o la influencia sobre los demás, la buena reputación o la autocomplacencia». 

  

Nada de lo que ha sido creado «puede satisfacer al hombre por completo, porque Dios nos ha destinado a la comunión con Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él». El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe recuerda también que, «de acuerdo con la fe bíblica, el origen del mal no se encuentra en el mundo material y corpóreo, experimentada como un límite o como una prisión de la que debemos ser salvados. Por el contrario, la fe proclama que todo el cosmos es bueno, en cuanto creado por Dios, y que el mal que más daña al hombre es el que procede de su corazón. Pecando, el hombre ha abandonado la fuente del amor y se ha perdido en formas espurias de amor, que lo encierran cada vez más en sí mismo». 

 

Después de haber recordado que, según el Evangelio, la salvación para todos los pueblos comienza con la aceptación de Jesús y que «la buena noticia de la salvación tienen nombre y rostro: Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador», el documento explica «la falta de fundamento de la perspectiva individualista», porque «testimonia la primacía absoluta de la acción gratuita de Dios; la humildad para recibir los dones de Dios, antes de cualquier acción nuestra, es esencial para poder responder a su amor salvífico». Y muestra que «por la acción humana plenamente de su Hijo, el Padre ha querido regenerar nuestras acciones, de modo que, asimilados a Cristo, podamos hacer “buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos”». Al mismo tiempo, «está claro, además, que la salvación que Jesús ha traído en su propia persona no ocurre solo de manera interior. De hecho, para poder comunicar a cada persona la comunión salvífica con Dios, el Hijo se ha hecho carne. Es precisamente asumiendo la carne, naciendo de una mujer, que “se hizo el Hijo de Dios Hijo del Hombre” y nuestro hermano». 

 

El documento, ante el reduccionismo individualista pelagiano y el neo-gnosticismo que promete una liberación solamente interior, recuerda la manera en la que Jesús es Salvador: «No se ha limitado a mostrarnos el camino para encontrar a Dios, un camino que podríamos seguir por nuestra cuenta, obedeciendo sus palabras e imitando su ejemplo. Cristo, más bien, para abrirnos la puerta de la liberación, se ha convertido Él mismo en el camino». Y la «salvación consiste en incorporarnos a nosotros mismos en su vida, recibiendo su Espíritu». Él es, «al mismo tiempo, el Salvador y la Salvación». Además, la carta afirma que «el lugar donde recibimos la salvación traída por Jesús es la Iglesia, comunidad de aquellos que, habiendo sido incorporados al nuevo orden de relaciones inaugurado por Cristo, pueden recibir la plenitud del Espíritu de Cristo». 

 

La salvación que «Dios nos ofrece, de hecho, no se consigue sólo con las fuerzas individuales, como indica el neo- pelagianismo, sino a través de las relaciones que surgen del Hijo de Dios encarnado y que forman la comunión de la Iglesia. Además, dado que la gracia que Cristo nos da no es, como pretende la visión neo-gnóstica, una salvación puramente interior, sino que nos introduce en las relaciones concretas que Él mismo vivió, la Iglesia es una comunidad visible: en ella tocamos la carne de Jesús, singularmente en los hermanos más pobres y más sufridos».  

 

Es decir, «la mediación salvífica de la Iglesia, “sacramento universal de salvación”, nos asegura que la salvación no consiste en la autorrealización del individuo aislado, ni tampoco en su fusión interior con el divino, sino en la incorporación en una comunión de personas que participa en la comunión de la Trinidad». Y la participación, en la Iglesia, «al nuevo orden de relaciones inaugurado por Jesús sucede a través de los sacramentos, entre los cuales el bautismo es la puerta, y la Eucaristía, la fuente y cumbre». Gracias a los sacramentos, «los cristianos pueden vivir en fidelidad a la carne de Cristo y, en consecuencia, en fidelidad al orden concreto de relaciones que Él nos ha dado. Este orden de relaciones requiere, de manera especial, el cuidado de la humanidad sufriente de todos los hombres, a través de las obras de misericordia corporales y espirituales». 

 

La carta concluye afirmando que «la conciencia de la vida plena en la que Jesús Salvador nos introduce empuja a los cristianos a la misión, para anunciar a todos los hombres el gozo y la luz del Evangelio». Pero, ¿qué sucede con las relaciones con las demás religiones? «En este esfuerzo», los cristianos «también estarán listos para establecer un diálogo sincero y constructivo con creyentes de otras religiones, en la confianza de que Dios puede conducir a la salvación en Cristo a “todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia”», como se lee en la Constitución conciliar “Gaudium et spes”. 

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