Japón; los primeros frutos del diálogo interreligioso

Japón; los primeros frutos del diálogo interreligioso

Maria De Giorgi, misionera javieriana, relata las actividades del Centro de espiritualidad y diálogo interreligioso de Fukuoka, y vuelve a impulsar el compromiso por la paz

por LUCIANO ZANARDINI

 

En sus 30 años de experiencia misionera, Maria De Giorgi ha dejado a un lado los prejuicios que a menudo acompañan la visión del mundo oriental. En particular ha podido apreciar de cerca «la dimensión estética y la armonía social que caracterizan a la sociedad japonesa». Lo bello y el orden ayudan a comprender «la fuerte cohesión social, el sentimiento de pertenencia al grupo, el respeto de las reglas y del bien común, la complejidad y la formalidad (no formalismo) de las relaciones sociales»: Conceptos y valores que habría que «volver a descubrir» en Occidente «Aquí he aprendido —cuenta— que la forma y el contenido son un “unum” inseparable». Como dice la Filosofía escolástica: «verum et bonum et pulchrum convertuntur in unum». 

 

En este territorio, la Iglesia todavía tiene mucho que decir y, sobre todo, tiene un tesoro que compartir: «El conocimiento de Jesucristo y su Evangelio, la bella noticia de la Resurrección y la esperanza en la vida eterna». Se ha hecho mucho. «La Iglesia en Japón ha contribuido mucho al crecimiento de la sensibilidad hacia los débiles, los enfermos y los pequeños con la fundación de hospitales, institutos para niños huérfanos, ancianos y para enfermos terminales». Pero ahora el don más grande que puede ofrecer es su «catolicidad», es decir «favorecer la apertura al otro, la superación de cierto “exclusivismo” típico de la cultura japonesa, la atención por los más débiles y marginados, la inclusión de los migrantes, el apoyo a una política de pacificación y de paz en un momento crucial y crítico para todo el Extremo Oriente». Como telón de fondo están la preocupación sobre el papel de Corea del Norte y «la difícil coyuntura internacional que está llevando a Japón al rearme».  

 

Sor De Giorgi, misionera de María, trabaja en la diócesis de Fukuoka, en el Centro de Espiritualidad y Diálogo Interreligioso Shinmeizan, fundado en 1987 por el también javieriano Franco Sottocornola, con el objetivo de acoger a quienes deseen llevar a cabo un camino de búsqueda o de acompañamiento espiritual. Allí se compromete ofreciendo «testimonio de la fe cristiana mediante el encuentro, el diálogo y la colaboración interreligiosa». Los días son marcados por la oración, celebrada al aire libre (hacia el sol que surge o se pone), por la meditación silenciosa, la eucaristía y las comidas en común. Hay algunos canales abiertos con las demás formas religiosas: el budismo en sus diversas escuelas, el Shintoísmo y otras nuevas religiones (Tenrikyo, Omoto, Risshokoseikai).  

  

En particular, en Kumamoto y Fukuoka hay dos grupos interreligiosos activos. Cada año organizan un encuentro de oración por la paz en el que participan los representantes de las tradiciones religiosas locales. Además del padre Sottocornola, sor Maria forma parte de los asesores de la Comisión para el diálogo interreligioso de la Conferencia Episcopal de Japón. «Noe encontramos en el tiempo de la siembra, aunque ya algunos frutos se ven. La amistad y la confianza, gracias a un mayor conocimiento recíproco, han abierto el camino para la colaboración. Pienso, por ejemplo, en los peregrinajes de paz a China organizados y guiados por el venerable Tairyu Furukawa, jefe del templo budista Seimeizan-Schweitzer de Tamana». Comenzaron en los años ochenta y fueron de ayuda para la construcción de un Centro para niños discapacitados en Fanghsan, a 70 kilómetros al sur de Pekín. 

 

Los misioneros han creado muchas iniciativas que deben ser sacadas adelante. «Lo que pretendemos es responder a las situaciones concretas y a las nuevas preocupaciones que provienen de las vivencias de cada día, en fidelidad al Evangelio que pide reconocer en cada hombre y mujer (pertenezcan a la cultura o tradición a la que pertenezcan) a un hermano y una hermana que hay que servir y amar como hizo Jesús». Si se registra «un notable progreso» en el diálogo sobre la vida y las obras, es, en cambio, más delicado «el diálogo sobre la experiencia religiosa y sobre los intercambios teológicos que exigen un profundo conocimiento de cada una de las tradiciones, del lenguaje y de los símbolos, y la voluntad de ir más allá de las pre-comprensiones recíprocas». 

 

Por lo demás, no se puede reducir el esfuerzo «a una especie de compromiso en el que, al final, todos somos iguales». El verdadero diálogo, el de la salvación del que hablaba el beato Pablo Vi en la «Ecclesiam Suam», «es muy otra cosa». Es, usando las palabras de Montini, una «manera de ejercer la misión apostólica, es un arte de espiritual comunicación». La claridad, la mansedumbre, la confianza y la prudencia pedagógica son requisitos necesarios. Pero en este proceso, «que no puede ser dejado a la improvisación, todos debemos seguir creciendo». 

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