En la Irlanda que espera al Papa, entre medidas de seguridad insólitas y entradas agotadas

El Santuario de Knock será el lugar donde Francisco pronunciará el Ángelus del 26 de agosto: se estima que serán 35 mil participantes, frente a los 400 mil que recibieron a Juan Pablo II en 1979. Las voces de quienes se preparan para la visita

Un helicóptero está sobrevolando para inspeccionar las áreas verdes que rodean el Santuario de Knock. Aquí, en el Condado de Mayo, nos encontramos en pleno campo. Dos personas lo ven y dicen: «Es para la seguridad por la visita del Papa». Desde hace algunos días también un coche de la policía, la Garda, se detiene al fondo de la calle principal que lleva al Santuario. 

  

En el oeste de Irlanda la cuestión de la seguridad ha provocado que se reduzca el número de quienes participarán en el Ángelus del domingo 26 de agosto, dentro del Santuario: serán solamente 35 mil personas, frente a las 400 mil que recibieron en 1979 al Papa Juan Pablo II. Y precisamente la seguridad parece ser el argumento más extendido en estos días de espera. Las entradas para acompañar al Papa en el Santuario se agotaron en pocas horas, y por esta razón algunas personas, con tal de saludar a Francisco, han decidido afrontar el viaje y las colas para entrar al Phoenix Park de Dublín el domingo por la tarde. Se imprimieron medio millón de entradas para este evento. 

  

Los irlandeses no están acostumbrados a las medidas de precaución: ni siquiera en los conciertos funcionan las medidas anti-terrorismo. Michael, que vende souvenirs en una callecita escondida, es un señor anciano y afable, que no se deja vencer por el pesimismo. «¿Usted cree que podrá ver al Papa?». Responde que sí, con una sonrisa conmovida. 

  

El Santuario es un verdadero lugar de unión entre el Norte y el Sur: desde el Donegal hasta Cork, todos están aquí los domingos por al mañana. Cilan tiene 11 años y vino con su abuela Mary y otras 30 personas desde la ciudad del sur de Irlanda. Es la primera vez que viene al Santuario y, cuando le preguntamos qué es este lugar, no duda en contestar; «¡Es un lugar santo!», exclama con una sonrisa y con todo el entusiasmo de su edad. 

  

Este niño tiene razón: en 1879 toda la familia Byrne, que vivía en esta zona vio a la Virgen con San José y San Juan el Evangelista. Sobre una roca estaban el cordero y una Cruz. Llamaron a los habitantes del pueblo y todos pudieron ver la aparición: cincuenta personas fueron testigos de lo sucedido y no se mojaron a pesar de la lluvia insistente. Un trabajo fácil para las dos comisiones de investigación, que vio y no tuvo dudas. 

  

 

La particularidad que distingue a Knock de cualquier otro lugar de apariciones es que todo sucedió en el silencio: los testigos no recibieron ningún mensaje verbal. El rector de Knock, el padre Richard Gibbons, explica que «en esto radica la complejidad de Knock: el silencio alude a la Palabra de Dios, atestiguada no solo por la presencia de la Virgen (que aquí como en Loreto, Fátima o Lourdes tiene un papel central). Sino también por San Juan el Evangelista, símbolo de la Palabra, y San José, papá de la Iglesia. El cordero es la Eucaristía en el centro». 

  

Un santuario para todos, en donde se suele decir que «no existen extraños, solo otros peregrinos». Y, con una especial atención por la familia. Como la de Michael y Sharon, que vienen de Donegal con sus dos hijas. Mientras las pequeñas juegan alrededor de la fuente de la nueva Basílica, dicen que es la primera vez que Sharon viene, mientras Michael lo ha hecho varias veces. «Hemos venido por ellas –dicen vigilándolas mientras tratan de mojarse en un insólito día de canícula irlandesa. Aunque sean pequeñas, se acordarán de haber venido». 

  

Alrededor de la Basílica hay varios pilares: 32 de ellos están hechos con las piedras de cada condado. Una manera para recordar que este lugar es fundamental para todos los irlandeses. Gracias al Santuario se construyó, en 1985, el aeropuerto en el que aterrizará el Papa. La historia es narrada dentro del Museo. Monseñor Horan, cuyo rostro sonriente campea en una gigantografía dentro del aeropuerto, creyó en él a pesar de tener a todos en su contra: el gobierno no quería construirlo, eran los años de la crisis, el financiamiento tardaba en llegar: «¿Qué creen que estamos haciendo?», respondió a un periodista en un documental de RTE, «estamos construyendo un aeropuerto. No tenemos ni el dinero ni el permiso, pero seguimos adelante». 

  

 

Nació de esta manera un singular caso de “fundrasing” qu esigue en pie: los que parten desde el West Airport dejan un impuesto de cinco euros, si es ciudadano irlandés, o de diez, si es extranjero. Nadie se queja: esta estructura conecta el oeste de Irlanda con España, Gran Bretaña, Lourdes y Medjugorje. «Si no existiera, estaríamos aislados de todo y nos veríamos obligados a una hora y media de viaje cada vez para ir hasta Dublín», dicen todos en el aeropuerto. La frase de monseñor Horan que se lee en el mural de la empresa es: «Y decían que no se podía hacer». Por estos lugares, los desafíos imposibles no dan miedo. 

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