Una investigación concluyó que Juan Pablo I murió por una indisposición que subestimó

Una investigación concluyó que Juan Pablo I murió por una indisposición que subestimó

En base a testimonios, documentos reservados del Vaticano y registros médicos, la vice postuladora de su causa de canonización revela en un libro que antes de su muerte Albino Luciani sufrió un fuerte dolor en el pecho, pero no quiso avisarle al médico.

Andrea Tornielli

Por primera vez gracias a una documentada investigación, fascinante como una investigación policial y cuidada como una investigación histórica, se aclara definitivamente las circunstancias de la muerte de Juan Pablo I, que en 1978 reinó solo 33 días: poco antes de cenar por última vez, el Papa tuvo una indisposición física que fue subestimada. Llega a las librerías el martes 7 de noviembre un libro que, basado en documentos y entrevistas inéditas, pone fin a la intriga que rodea la desaparición del Pontífice veneciano. El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin, firma la introducción y se titula ’Papa Luciani. Crónica de una muerte’ (Piemme, pp. 252, 17 euros). Lo ha escrito la periodista Stefania Falasca, vice-postuladora de la causa de canonización, que ha interrogado a testigos inéditos y ha tenido acceso a archivos secretos de la Santa Sede y registros clínicos.

 

Se llama sor Margherita Marin, hoy tiene 76 años y en esa época, era la más joven religiosa véneta al servicio del Papa. Fue ella quien entró, con el alba del 29 de septiembre de 1978, en el dormitorio de Juan Pablo I justo después de sor Vincenza Taffarel, la anciana religiosa que durante más de 20 años asistió a Luciani. Es ella quien explica por primera vez lo que ocurrió en las horas precedentes a la muerte repentina del Papa. Es ella quien desmiente que tuviera fatiga o fuera agobiado por el peso de la responsabilidad: “Lo vi siempre tranquilo, sereno, lleno de confianza, seguro”. Es ella quien confirma que no seguía dietas particulares y que comía lo que comían los demás. Así Juan Pablo I transcurrió sus últimas horas de vida, la tarde del 28 de septiembre: “Estaba planchando en la habitación con la puerta abierta y lo vi pasar varias veces. Caminaba en el apartamento con varios folios en la mano que estaba leyendo. Recuerdo que viéndome planchar me dijo: “Hermana, os hago trabajar tanto...pero no se preocupe en planchar tan bien la camisa porque hace calor, sudo y tengo que cambiarla a menudo. Planche solo el cuello y los puños, que el resto no se ve...”. 

A través de las declaraciones cruzadas, entre las cuales está la del ayudante de cámara Angelo Gugel, sale a la luz la indisposición que Luciani tuvo aquella noche, poco antes de la cena, mientras rezaba con el secretario irlandés John Magee. Sobre ésta habla un documento hasta hoy secreto, redactado en los días sucesivos a la muerte. Lo ha escrito Renato Buzzonetti, primer médico que acudió al lecho de muerte del Papa. En el detallado informe que envía a la Secretaría de Estado el 9 de octubre de 1979 se habla del “episodio de dolor localizado en la parte superior de la región esternal, sufrido por el S. Padre hacia las 19.30 del día de la muerte, prolongado durante más de cinco minutos, que se verificó mientras el Papa estaba sentado y preparado para rezar con el padre Magee y retrocedió sin ninguna terapia”. Es una declaración decisiva porque corresponde con la rapidez de la muerte: no fue abierta la Farmacia vaticana y no fue advertida sor Vincenza, que era enfermera y que justo esa noche habló al teléfono con el médico del Papa, Antonio Da Ros, residente en la calle Vittorio Veneto, sin hacer referencia a la indisposición. A Luciani no le suministraron por tanto fármacos, no fue llamado ningún médico para hacerle un control, a pesar de que el nuevo Papa sufrió un fuerte dolor en el pecho, síntoma del problema coronario que esa misma noche le paró el corazón. En su declaración el padre Magee ha contado que fue el mismo Pontífice el que no quiso advertir al doctor. Buzzonetti será informado sólo el día después, delante del cuerpo sin vida sobre la cama. 

El libro de Falasca, gracias a los nuevos testigos, saca a a luz algunas contradicciones de los dos secretarios particulares del Pontífice durante sus declaraciones. Don Diego Lorenzi, el sacerdote que había seguido Luciani desde Venecia, no estaba presente en el momento en el que el Papa se sintió indispuesto en la capilla. Y la noche del 28 de septiembre, justo después de la cena, dejó el apartamento. Juan Pablo I, asegura sor Margherita Marin en el sumario de la causa, había decidido sustituirlo. La mañana del 29 de septiembre no fueron los secretarios quienes encontraron el cuerpo del Pontífice sino sor Vincenza y sor Margherita. El Papa no había tocado el café que habían dejado para él en la sacristía a las 5,15 y por eso sor Vincenza después de haber llamado varias veces a la puerta, entró en la habitación y dijo: “Santidad, ¡usted no debería gastarme estas bromas!”. La religiosa tenía, de hecho, problemas de corazón. “Me llamó impresionada –cuenta sor Margherita-- entonces entré y le vi yo también... Toqué sus manos, estaban frías, y me llamaron la atención sus uñas un poco oscuras”. 

 

Entre los documentos inéditos en el apéndice del libro están recogidos los registros clínicos en los que se evidencia que ya en 1975, durante un ingreso hospitalario, le había sido diagnosticada la mínima patología cardiovascular tratada con anticoagulantes y considerada resuelta. E incluye las preguntas que los cardenales que quisieron hacer antes del nuevo cónclave, en la más absoluta discreción, a los médicos que habían atendido al Papa con motivo del embalsamiento. Los purpurados a través de la Secretaría de Estado preguntan si “el examen del cuerpo” permitía “excluir lesiones traumáticas de cualquier naturaleza”; si era correcto el diagnóstico de “muerte repentina” y finalmente preguntaron: “¿La muerte repentina es siempre natural?”. Dudas serias y significativas: los cardenales no excluían a priori la hipótesis de una muerte provocada. Desmentida sin embargo por los médicos. 

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