“La Iglesia necesita profetas, no críticos a los que no les gusta nada”

“La Iglesia necesita profetas, no críticos a los que no les gusta nada”

En Santa Marta, el Pontífice recordó la figura de San Esteban para explicar la misión del profeta: «No es un “reprochador”, sino un hombre de esperanza. Si hace bien su trabajo, se juega la piel»

Profetas, verdaderos profetas, de esos que se juegan la piel proclamando «la verdad», aunque sea incómoda, aunque «no sea placentero escucharla». Y no «críticos», de esos a los que «no les gusta nada», que juzgan comentando: «No, esto no está bien, no funciona, esto debe ser así…». La Iglesia necesita a los primeros para crecer y seguir adelante, afirmó el Papa Francisco durante la misa en Santa Marta; necesita gente capaz de «llorar» sobre ese pueblo que llama a la verdad, capaz de compartir sus sufrimientos, capaz de preocuparse por el extravío. Y esto, se sabe, se ha visto en varias ocasiones durante los siglos (y se sigue viendo hoy de diferentes maneras, en diferentes contextos y con diferentes modalidades), provoca «rabia» y «persecuciones». Como le sucedió a San Esteban. 

  

Precisamente partiendo de la figura del primero de los mártires, protagonista de la primera Lectura de la liturgia de hoy, Francisco desarrolló su homilía matutina, según indicó Vatican News, para ilustrar la misión del profeta en la Iglesia y en el mundo, así como los peligros y riesgos que implica, empezando por las sacudidas de un pueblo furibundo que no acepta a los que parecen «reprocharle», pero que, por el contrario, son una ocasión de crecimiento y esperanza. 

  

«El verdadero profeta no es un “profeta de desventuras”», precisó Francisco. «El verdadero profeta es un profeta de la esperanza»: «Abrir puertas, sanear las raíces, restaurar la pertenencia al pueblo de Dios para seguir adelante. No es ‘por oficio’ un reprochador… No, él es un hombre de esperanza. Reprocha cuando es necesario, y abre las puertas mirando el horizonte de la esperanza. El verdadero profeta, si hace bien su trabajo, se juega la piel». 

   

Así, Esteban muere ante la mirada de Saúl, para ser coherente con la verdad. Y el Papa citó una frase de uno de los primeros padres de la Iglesia: «La sangre de los mártires es la semilla de los cristianos». 

 

«La Iglesia necesita de los profetas. Diré más –añadió Francisco–: necesita que todos nosotros seamos profetas. No críticos, esto es otra cosa. Una cosa es el juez siempre crítico a quien nada le gusta, ninguna cosa le gusta: “No, esto no esto no va bien, no va bien, no va bien. Esto debe ser así...”. Ése no es un profeta. El profeta es el que reza, mira a Dios, mira a su pueblo, siente dolor cuando el pueblo se equivoca, llora – es capaz de llorar sobre el pueblo – pero también es capaz de jugársela bien para decir la verdad». 

   

La verdad muchas veces es incómoda y no es agradable de escuchar, por ello, según el Pontífice argentino, «los profetas siempre han tenido estos problemas de persecución para decir la verdad». «Pero, ¿cuál es para mí la prueba de que un profeta cuando habla en voz alta dice la verdad? Es cuando este profeta es capaz no sólo de decir, sino también de llorar sobre el pueblo que ha abandonado la verdad. Y Jesús, por una parte, le reprocha con esas palabras duras; «generación perversa y adúltera» dice, por ejemplo; y por la otra parte llora por Jerusalén. Ésta es la prueba: un verdadero profeta es aquel capaz de llorar por su pueblo y también de decir cosas fuertes cuando debe decirlas. No es tibio, es siempre así: directo». 

   

Así como los profetas anteriores habían sido perseguidos por sus padres, también estos ancianos y escribas con sus corazones que «se consumían de rabia» se lanzaron contra Esteban, «y arrastrándolo fuera de la ciudad, lo apedrearon». Y el Papa comentó: «Cuando el profeta llega a la verdad y toca el corazón, el corazón se abre o el corazón se vuelve de piedra, y se desencadena la rabia, la persecución». «Así termina la vida de un profeta», explicó Francisco. 

  

  

Por ello, el Papa concluyó pidiendo «que no le falte a la Iglesia este servicio de la profecía, para ir siempre hacia adelante». 

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