“El ideal no es el divorcio, sino la familia que sale adelante unida”

“El ideal no es el divorcio, sino la familia que sale adelante unida”

El Papa durante la Audiencia habla sobre el viaje a Irlanda: el mundo necesita una revolución de amor y de ternura que nos salve de la cultura de lo provisional

«¡Cuánta necesidad tiene el mundo de una revolución de amor, de ternura! Y esta revolución comienza en el corazón de la familia». El ideal «no es el divorcio, la separación, la destrucción de la familia», como corremos el peligro de creer leyendo ciertas revistas; «el ideal es la familia unida» que sale adelante en el perdón recíproco. El Papa Francisco se muestra tranquilo y en paz después de la “tormenta” del informe de Viganò. En esta primera aparición pública después del viaje a Dublín y Knock dedica la Audiencia general en la Plaza San Pedro a recordar la reciente visita y el Encuentro Mundial de las Familias. 

  

«Las miles de familias –esposos, abuelos, hijos– que fueron a Dublín, con toda la variedad de sus lenguas, culturas y experiencias, fueron signo elocuente de la belleza del sueño de Dios para la familia humana entera. Y nosotros lo sabemos, el sueño de Dios es la unidad, la armonía y la paz (en las familias y en el mundo), fruto de la fidelidad, del perdón y de la reconciliación que Él nos ha dado en Cristo. Él llama a las familias a participar de este sueño y a convertir al mundo en una casa en la que nadie esté solo, nadie no sea querido, nadie sea excluido. Piensen en esto: lo que Dios quiere es que nadie esté solo, nadie no querido, nadie excluido». 

  

Bergoglio agradeció a las autoridades irlandesas, a los que participaron en el encuentro y «a los obispos, que trabajaron tanto». Recordó que insistió en que «la Iglesia es familia de familias y que, como un cuerpo, sostiene estas células suyas en su indispensable papel para el desarrollo de una sociedad fraterna y solidaria. Verdaderos “puntos de luz” de estos días –añadió– fueron los testimonios de amor conyugal ofrecidos por parejas de todas las edades. Sus historias nos han recordado que el amor del matrimonio es un especial don de Dios, que debe ser cultivado cada día en la “Iglesia doméstica” que es la familia». 

  

«¡Cuánta necesidad tiene el mundo de una revolución de amor, de ternura! Que nos salve de la cultura de lo provisional. Y esta revolución comienza en el corazón de la familia. En la pro-catedral de Dublín me encontré con cónyuges comprometidos en la Iglesia y con tantas parejas de jóvenes esposos, muchos niños pequeños. Escuché sus esperanzas y sus preocupaciones por el futuro; recordé que el matrimonio cristiano, pacto sacramental basado en el amor de Cristo, es fuente de continua gracia para caminar juntos y superar la cultura de lo provisional». 

  

«Me encontré después con algunas familias –continuó Francisco– que afrontan particulares desafíos y dificultades. Gracias a los frailes capuchinos y a la más amplia familia eclesial, experimentan la solidaridad y el apoyo que son fruto de la caridad».  

  

En la vigilia de Dublín «escuchamos testimonios muy conmovedores de familias que han sufrido por las guerras, familias renovadas por el perdón, familias que el amor ha salvado de la espiral de las dependencias, familias que han aprendido a usar bien teléfonos y tabletas y a dar prioridad al tiempo pasado juntos. Y se resaltaron el valor de la comunicación entre las generaciones y el papel específico que toca a los abuelos en la consolidación de los vínculos familiares y en la transmisión del tesoro de la fe». 

  

«Hoy es duro decirlo –añadió–, pero parece que los abuelos den fastidio, en esta cultura del descarte los abuelos son descartados, son alejados. Pero los abuelos son la sabiduría, la memoria de un pueblo, la memoria de las familias y deben transmitir esta memoria a los nietos. Los jóvenes, los niños, deben escuchar a los abuelos… Por favor, no descarten a los abuelos, que están cerca de sus hijos y de sus nietos». 

  

Su visita a Irlanda, explicó Francisco refiriéndose al escándalo de la pederastia, «debía hacerse cargo también del dolor y de la amargura por los sufrimientos provocados en ese país por diferentes formas de abusos, incluso por parte de miembros de la Iglesia, y por el hecho de que las autoridades eclesiales en el pasado no supieron afrontar de manera adecuada estos crímenes. Un signo profundo ha dejado el encuentro con los sobrevivientes (eran ocho), y en varias ocasiones pedí perdón al Señor por estos pecados, por el escándalo y el sentido de traición provocados». 

  

«Los obispos irlandeses han emprendido un recorrido serio de purificación y reconciliación con los que han sufrido abusos, y, con la ayuda de las autoridades nacionales, han establecido una serie de normas severas para garantizar la seguridad de los jóvenes. Y después, en mi encuentro con los obispos, los animé en su esfuerzo para remediar los fracasos del pasado con honestidad y valentía, confiando en las promesas del Señor y contando con la profunda fe del pueblo irlandés, para inaugurar una estación de renovación de la Iglesia en Irlanda». 

  

«¡En Irlanda hay fe, hay gente de fe! ¿Saben una cosa? Que hay pocas vocaciones al sacerdocio. ¿Cómo es posible que esta fe no pueda? Tal vez por estos problemas, los escándalos… debemos rezar para que el Señor envíe santos sacerdotes a Irlanda, nuevas vocaciones». El Papa después rezó con los fieles un Ave María y añadió: «Señor Jesús, envíanos sacerdotes santos». 

  

«Hay muchas familias –concluyó– que salen adelante, pidiéndose perdón, muchas familias, pero nosotros lo olvidamos porque está de moda en las revistas hablar de este que se divorció de esta, de aquel que se separó de aquella. Pero esto es algo feo… El ideal no es el divorcio, la separación, la destrucción de la familia. ¡El ideal es la familia unida!».

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