Francisco: sobre el miedo del pueblo crece la violencia de los dictadores

Francisco: sobre el miedo del pueblo crece la violencia de los dictadores

Misa en Sacrofano para el encuentro de Migrantes, Caritas y el Centro Astalli sobre la hospitalidad de los migrantes: deberíamos comenzar agradecer a quien nos da la oportunidad de superar nuestros temores

El miedo «es el origen de toda dictadura, porque sobre el miedo del pueblo crece la violencia de los dictadores». Es lo que dijo el Papa en la homilía de la Misa que celebró para inaugurar el encuentro «Libres del miedo» organizado por la fundación Migrantes, la Caritas italiana y el Centro Astalli (que se lleva a cabo del 15 al 17 de febrero) para familias, parroquias, institutos religiosos y otras realidades que están comprometidas en iniciativas de hospitalidad para migrantes.

Habría que «comenzar a agradecer» a quienes «tocan a nuestras puertas, ofreciéndonos la posibilidad para superar nuestros miedos para encontrar, acoger y asistir a Jesús en persona», dijo Francisco.

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Jorge Mario Bergoglio comenzó citando las lecturas del día; el pueblo israelí, atemorizado por el faraón y al que Moisés se dirige para convencerlo de que no tema y afronte el Mar Rojo (del libro del Éxodo); Jesús que camina sobre las aguas y reprocha a Pedro (del Evangelio de Marcos). El Papa subrayó que también hoy Dios «nos pide que nos dejemos liberar por Él de nuestros miedos. El miedo es el origen de la esclavitud: los israelíes preferían ser esclavos por miedo, y es también el origen de toda dictadura, porque sobre el miedo del pueblo crece la violencia de los dictadores», añadió el Pontífice argentino en la Misa que celebró en la Fraterna Domus de Sacrofano, en la provincia de Roma. «Frente a las maldades y a las fealdades de nuestro tiempo –prosiguió–, también nosotros, como el pueblo de Israel, estamos tentados de abandonar nuestro sueño de libertad. Sentimos un miedo legítimo ante situaciones que nos parecen no tener salida. Y las palabras humanas de un líder o de un profeta no son suficientes para tranquilizarnos, cuando no podemos sentir la presencia de Dios y no somos capaces de abandonarnos a su providencia. Así, nos cerramos en nosotros mismos, en nuestras frágiles seguridades humanas, en el círculo de los seres queridos, en nuestra rutina tranquilizadora. Y al final renunciamos al viaje a la Tierra Prometida para volver a la esclavitud de Egipto».

El Papa recordó que «el encuentro con el otro, es también un encuentro con Cristo. Él mismo nos lo dijo. Es Él quien llama a nuestra puerta hambriento, sediento, extraño, desnudo, enfermo y encarcelado, pidiendo ser recibido y asistido. Y si aún tenemos alguna duda, aquí está su clara palabra: “En verdad os digo, todo lo que a uno de estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí”. Renunciar al encuentro no es humano». Es verdaderamente Él, «aunque nuestros ojos tengan dificultad para reconocerlo: con ropas rotas, pies sucios, rostros deformados, cuerpos adoloridos, incapaces de hablar nuestro idioma.... También nosotros, como Pedro, podríamos ser tentados a poner a prueba a Jesús, a pedirle una señal. Y quizás, después de algunos pasos vacilantes hacia Él, volver a ser víctimas de nuestros miedos. ¡Pero el Señor no nos abandona! Aunque seamos hombres y mujeres “de poca fe”, Cristo sigue extendiendo su mano para salvarnos y permitir un encuentro con Él, un encuentro que nos salva y restaura la alegría de ser sus discípulos. Si esta es una clave válida para interpretar nuestra historia hoy –señaló el Papa–, entonces debemos empezar a agradecer a quienes nos dan la oportunidad de este encuentro, es decir, a los “otros” que llaman a nuestra puerta, ofreciéndonos la posibilidad de superar nuestros temores de encontrarnos, acoger y ayudar a Jesús en persona. Y quien ha tenido la fuerza de dejarse liberar del miedo, quien ha experimentado la alegría de este encuentro hoy está llamado a anunciarlo sobre todos los techos, abiertamente, para ayudar a que otros hagan lo mismo, predisponiéndose al encuentro con Cristo y su salvación».

Los fieles rezaron por los migrantes, para que los pastores de la Iglesia «sepan formar a todos los bautizados a la acogida hacia los migrantes y refugiados», para que los responsables de las naciones «se comprometan en difundir la cultura de la tolerancia, de la convivencia y de la paz, para detener todo derramamiento de sangre», para que todos los cristianos «reaccionen al mal según el Evangelio y sepan promover el respeto, el diálogo y, sobre todo, el perdón». También hubo oraciones por los que «practican cualquier tipo de violencia, para que el Padre toque sus corazones y puedan comprender que derramar sangre y terror solamente produce desesperación y sufrimiento»; por los difuntos y, particularmente, «por todas las personas inocentes asesinadas por su religión, para que el padre las reciba en su Reino». El Secretario general de la Conferencia Episcopal de Italia, monseñor Stefano Russo, comenzó la Misa agradeciendo «a todas las personas que, con su testimonio, siguen manteniendo abierta la puerta al hermano». El Papa Francisco tomó la palabra antes de despedirse para agradecer a cada uno de los presentes «por todo lo que hacen: el pequeño paso que hace grande el camino de la historia: ¡adelante, y no tengan miedo, tengan valor!».

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