Francisco: no reducir la fe a culturas de gueto y exclusión

Francisco: no reducir la fe a culturas de gueto y exclusión

Miércoles de Ceniza en el Aventino: no a la asfixia de una oración que tranquilice la conciencia, de una limosna que deje satisfechos, de un ayuno que haga sentir en orden

Por IACOPO SCARAMUZZI

 

El «soplo de la vida» de Dios salva de la «asfixia sofocante» generada por «mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias». Lo dijo Papa Francisco en la homilía del Miércoles de Ceniza, en la colina romana del Aventino, durante la que subrayó que el ritual de la imposición de las Cenizas en la frente de los penitentes recuerda que el hombre está hecho de polvo, «pero polvo en las manos amorosas de Dios, que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros». Y por esto la Cuaresma que comienza hoy es «tiempo para decir no a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir en orden» y no a «esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y de exclusión». 

 

La Cuaresma, dijo Jorge Mario Bergoglio, «es una vía: nos conduce a la victoria de la misericordia sobre todo lo que trata de esclavizarnos o reducirnos a alguna cosa que no sea según la dignidad de hijos de Dios. La Cuaresma es la vía de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida. El gesto de las Cenizas, con el que nos ponemos en camino, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro...sí, pero barro en las manos amorosas de Dios, que sopló su espíritu de vida sobre cada uno de nosotros y que quiere seguir dándonos ese aliento de vida que nos salva de otro tipo de aliento. La asfixia sofocante provocada por nuestros egoísmos; asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, asfixia que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón. El aliento de la vida de Dios nos salva de esta asfixia que apaga nuestra fe, enfría nuestra caridad y cancela nuestra esperanza. Vivir la cuaresma es anhelar ese aliento de vida que nuestro Padre no deja de ofrecernos en el fango de nuestra historia». 

  

«El aliento de la vida de Dios —continuó el Papa— nos libera de esa asfixia de la que muchas veces no somos conscientes y que, incluso, nos hemos acostumbrado a “normalizar”, aunque sus signos se hacen sentir; y nos parece “normal” porque nos hemos acostumbrado a respirar un aire cargado de falta de esperanza, aire de tristeza y de resignación, aire sofocante de pánico y aversión. Cuaresma es el tiempo para decir «no». No, a la asfixia del espíritu por la polución que provoca la indiferencia, la negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece por lo que intento banalizar la vida especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad. La cuaresma quiere decir «no» a la polución intoxicante de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes más sufren. La cuaresma es el tiempo de decir «no»; no, a la asfixia de una oración que nos tranquilice la conciencia, de una limosna que nos deje satisfechos, de un ayuno que nos haga sentir que hemos cumplido. Cuaresma es el tiempo de decir no a la asfixia que nace de intimismos excluyentes que quieren llegar a Dios saltándose las llagas de Cristo presentes en las llagas de sus hermanos: esas espiritualidades que reducen la fe a culturas de gueto y exclusión». 

 

Según Francisco, la Cuaresma es «tiempo de memoria», «tiempo para preguntarnos: ¿dónde estaríamos sin la ayuda de muchos rostros silenciosos que de mil maneras nos han tendido la mano y con acciones muy concretas nos han vuelto a dar la esperanza y nos han ayudado a volver a comenzar? Cuaresma es el tiempo para abrir el corazón al aliento del único capaz de transformar nuestro barro en humanidad. No es el tiempo de rasgar las vestiduras ante el mal que nos rodea sino de abrir espacio en nuestra vida para todo el bien que podemos generar, despojándonos de aquello que nos aísla, encierra y paraliza». La Cuaresma, concluyó Francisco, es el tiempo de la compasión para decir con el salmista: “Devuélvenos Señor la alegría de la salvación, afiánzanos con espíritu generoso para que con nuestra vida proclamemos tu alabanza”; y nuestro barro —por la fuerza de tu aliento de vida— se convierta en “polvo enamorado”».  

 

 

El Papa comenzó la ceremonia del Miércoles de Ceniza guiando una procesión penitencial desde la iglesia de San Anselmo hasta la basílica de Santa Sabina, en donde presidió la Misa. Durante la celebración, se llevó a cabo el rito de la imposición de las cenizas. El primero que las recibió fue el mismo Francisco, a quien se las impuso el cardenal Jozef Tomo, titular de la Basílica. 

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