Francisco: “Esa monja que me cargó cuando tenía un día”

Francisco: “Esa monja que me cargó cuando tenía un día”

Publicamos, en exclusiva, el prefacio que el Papa escribió para el libro de Paola Bergamini, que narra la vida del padre Stefano Pernet

Había nacido menos de un día antes, cuando una joven novicia de las Hermanitas de la Asunción fundadas por el padre Stefano Pernet, Antonia, fue a nuestra casa, en el barrio Flores de Buenos Aires, y me cargó en sus brazos. Estuve en contacto con esa monja durante toda su vida, hasta que se fue al Cielo hace algunos años. Tengo muchos recuerdos relacionados con estas religiosas que, como ángeles silenciosos, entran a las casas de quienes tienen necesidades, trabajan con paciencia, acuden, ayudan y después, silenciosamente, se regresan al convento. Siguen la regla, rezan y luego salen para ir a las habitaciones de los que están en dificultades, haciendo las enfermeras y las nodrizas, acompañando a los niños a la escuela, preparándoles de comer. Mi papá tenía varios compañeros que habían entrado a Argentina después de la Guerra Civil Española, y eran “comecuras”. Uno de ellos un día se enfermó de una infección muy fea. Ese hombre tenía el cuerpo lleno de llagas, sufría mucho. Tenía tres hijos y también su esposa tenía que trabajar y, por lo tanto, estar fuera de asa muchas horas al día. Cuando lo supieron, las Hermanitas de la Asunción mandaron a una a su casa. Fue la superiora, porque era un caso difícil: se sabía que el colega de mi papá era un convencido anticlerical al que se le llenaba de humo la mirada cuando veía una túnica cualquiera. La monja dijo: «¡Voy yo!».  

  

Imagínense qué le habrá dicho este hombre a la religiosa: las groserías y las invectivas más feas. Pero ella estaba tranquila, hacía su trabajo, curaba las llagas, llevaba a los niños a la escuela, preparaba la comida, limpiaba la casa. Más de un mes después, ese hombre se había curado y pudo volver a su vida normal, por lo que volvió a empezar a trabajar. Algunos días después, mientras salía del trabajo con otros tres o cuatro compañeros “comecuras” como él, pasaron por la calle unas monjas. Uno de los amigos les dijo palabras feas. Entonces el compañero de trabajo de mi papá, primero le dio un puñetazo y luego le dijo: «Sobre los curas y sobre Dios, puedes decir lo que te dé le gana; ¡pero contra la Virgen y las monjas, nada!». ¿Se imaginan? Era un ateo, un “comecuras”, pero defendía a las monjas. ¿Por qué lo hacía? Simplemente porque había conocido el rostro materno de la Iglesia, había visto la sonrisa de la Virgen en el rosto de esa superiora, esa monja paciente que iba a cuidarlo a pesar de sus imprecaciones. Esa mujer consagrada que curaba sus llagas, hacía la sirvienta en su casa, llevaba a los niños a la escuela e iba a recogerlos. 

  

Gracias a este libro, ágil y lleno de relatos de vida, se puede conocer la obra del padre Stefano Pernet, declarado venerable por mi predecesor san Juan Pablo II en 1983. Es una historia de rostros, dedicación, gestos de caridad, de pura gratuidad. Una historia que no ha perdido su frescura ni su actualidad. También ahora vivimos en un tiempo en el que la evangelización pasa a través del testimonio de la cercanía y de la caridad. A través del testimonio del rostro misericordioso de Dios.  

  

Un retrato del padre Stefano Pernet 

 

Evangelizar nos lleva también a apoyar nuestra mejilla sobre la mejilla de quien sufre, en el cuerpo y en el espíritu. Con su obra oculta y silenciosa, estas mujeres consagradas, siguieron la inspiración de su fundador, que el 7 de marzo de 1867 en el monasterio de Auteuil dijo: «Los pobres, cuando se enferman, quedan abandonados por completo; nadie los asiste. Con este objetivo nos hemos ofrecido al Señor, para que los pobres tengan una religiosa a su cabecera que ofrezca asistencia material. Pero esto no es suficiente para las pequeñas monjas. Vean, en los tiempos en los que vivimos, el hombre del pueblo, los obreros, hombres y mujeres, a menudo son estropeados por malas compañías, malas lecturas y, entonces, se alejan de Dios. En esta situación, el sacerdote, incluso cuando quiere llevar alivio espiritual a quien está enfermo, es visto como un espantajo, un mensajero de muerte. Por otra parte, ¿qué se puede hacer, sino consolar con las palabras? Pero ellos no quieren escuchar. En cambio, de las pequeñas monjas no tienen miedo. Con su manera educada de actuar son vistas con reconocimiento, confían en ellas. Mediante simples gestos de limpieza, de medicación, las monjas predican a Jesucristo mejor que cualquier sermón. Basta su presencia. Con paciencia, vuelven a llevar la oración a estas familias, las costumbres cristianas». 

  

Sirviendo, con paciencia, y confiando solamente en el Señor, puede pasar que sean tocados incluso los corazones de las personas más alejadas. Como nos enseña María, nuestra Madre: la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios. Lo que encanta y atrae, que abre y libera de las cadenas no es la fuerza de los instrumentos o la dureza de la ley, sino la debilidad omnipotente del amor divino: la fuerza irresistible de su dulzura y la promesa irreversible de su misericordia. Esa dulzura y esa misericordia que el padre Pernet testimonió durante toda su vida y que sus Hermanitas en tantos países del mundo siguen reverberando.  

 

 

  

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El libro de la periodista Paola Bergamini que narra la vida del padre Stefano Pernet, fundador de la congregación de las Hermanitas de la Asunción, se titula “El Evangelio mejilla con mejilla”. En la Francia post-revolucionaria de mediados del siglo XIX, el padre Pernet dedicó su vida a apoyar a las familias más pobres de los barrios más degradados de París. Anticipamos el prefacio que escribió el Papa Francisco para el libro, que será presentado el 8 de marzo a las 17 hrs., en la Sala Blanca de “Tempo di Libri” en Milán. 

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